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(Párroco Javier Hernández) Estos días estamos inmersos de lleno en las Primeras Comuniones. A partir de la Semana Santa y hasta el día del Corpus, 200 niños y niñas de Alhaurín el Grande están haciendo su Primera Comunión.
Es todo un acontecimiento social. Se mueve todo: las familias, los comercios, los restaurantes, todo. Los niños están inquietos; los padres y los abuelos nerviosos. Muchos se frotan las manos por las ganancias que suponen estos días. Muchos sólo piensan en los regalos que van a hacer o van a recibir. Otros, en el vestido que se pondrán. Otros en el peinado, en el banquete, en el álbum de fotos. Todo eso está muy bien. Pero ¿Y el protagonista de todo eso, dónde se queda?
La razón de ser de la Comunión, será la primera o la undécima, es que Jesucristo, antes de sufrir su Pasión y Muerte, el Jueves Santo, estando cenando por última vez con sus amigos, a cierta altura de la cena, cogió el pan y dijo: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros…Lo mismo después de cenar, tomó la copa y dijo: Tomad y bebed todos de él, porque esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía». Estas palabras se repiten literalmente en todas las misas y están tomadas de los Evangelios y de la 1ª Carta de san Pablo a los habitantes de Corinto, en Grecia. Y hay más. San Pablo en esta carta que he dicho, añade: «En efecto, cada vez que coméis este pan o bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva». (1Cor 11, 28)
Si perdemos de vista la verdadera razón de ser de lo que significa COMER el Cuerpo de Cristo, que es: entrar en comunión íntima con él, comulgar con sus sentimientos, ideas y mensaje, entrar en intimidad con su persona, y sobre todo anunciar con alegría el gran AMOR que nos tiene, manifestado en su muerte en la cruz (como hemos visto en la Semana Santa) dándose como comida a nosotros, fácilmente caemos en lo externo, en lo superficial, en lo aparente. Y eso no dura ni tres telediarios. Y por eso, después de toda esa parafernalia, de todos los gastos en dinero y en personal, de todo el esfuerzo de los catequistas y de la parroquia, después de todo eso, todo se queda en nada, en unas bonitas fotos que en seguida se olvidan y se quedan amarillas.
En estos días es cuando las Catequistas más sienten el cansancio y la desilusión, porque se acerca el final del curso, se acercan las Primeras Comuniones y ven la superficialidad, la indiferencia de las familias, la poca profundidad de las convicciones y piensan: ¿Y para esto he dejado yo mis quehaceres, la atención a mi familia; he estado dos años en contacto con los niños y con las familias y ahora pocos son los que hacen la comunión según lo que han estudiado en la Catequesis y según lo que hemos hablado muchas veces, para que, al final, todo quede en algo pasajero, en unos fotos, en un vestido, en un regalo…?
Estos hechos manifiestan cómo vivimos. Vivimos muy para fuera. Tenemos poca interioridad, pocos valores dentro de nosotros. No somos capaces de resistir al ambiente que nos rodea. Nos dejamos llevar por lo más fácil, la apariencia, el quedar bien, el quedar por lo menos a la misma altura de los demás, si no es por encima de los otros. Buscamos mucho las glorias terrenas que hoy brillan y mañana ya no existen y por eso nos falta la fe. Cuando procuramos glorias humanas es imposible creer. Eso es lo que les dijo Jesús a los fariseos: «Vosotros no creéis porque buscáis la gloria unos de otros». (Cfr. Jn 5,44) Pues todas estas cosas (y todavía más) nos hacen pensar las razones de por qué los niños hacen las Primeras Comuniones.