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(Susana López Chicón) Cuando uno se ve arrojado a un lado de la carretera por los conductores que eligió para llevar el volante del gran vehículo nacional, no puede más que sentirse herido, lastimado, humillado, defraudado, indefenso, decepcionado y toda una serie de adjetivos más que no por ser menos dolorosos son menos importantes.
De la conmoción inicial uno pasa a darse cuenta de que al principio todos son palmaditas en la espalda: » saldrás de esta, no tuvimos más remedio que atropellarte, pero no temas que ya te curarás, verás como se te abre otro camino, tus posibilidades son infinitas, hicimos lo que pudimos …» y otra serie de palabras al uso, vacías, huecas y llenas de falsas promesas. Arrojado a un lado de la carretera y con las alas cortadas para poder llevar el tan necesitado pan a su familia, el herido casi decapitado, después de dieciséis años de trabajo y entrega a una causa, es dejado de lado por todo y por todos para que en una sociedad donde la crisis laboral es tema de echar de comer aparte, un padre de familia se ve perdido inexorablemente, a un destino incierto, donde las letras siguen reclamando su pago cada mes y los ingresos siguen menguando paralelamente.
La herida no es superficial ni mucho menos, yo diría que es mucho más profunda y severa de lo que a primera luces se ve, pues con el dolor aparecen una serie de síntomas relacionados que hacen que cada individuo que ve como ha sido retirado de su vida laboral a una edad temprana pero a la vez tremenda para poder retomar su camino, lleve una carga añadida, la de la decepción profunda y dolorosa de un partido en el que confió y ahora le da la espalda y como otros tantos españoles que pusieron su fe en un cambio y en una estabilidad cae en la cuenta de que todo era una farsa tirititera donde lo que importaba era el voto para subir al pódium y una vez allí dilapidarlos a todos sin la más mínima compasión.
Y aquí con las manos vacias, hartos de babosos, y sobadores que buscan la entrepierna fácil, el chisme oportuno, la inclinación de posaderas y el peloteo bien llevado, no dejamos de luchar con nuestras propias armas, la mia, la palabra la de él, la desesperación, la de nuestras hijas el conocimiento de donde está la verdad y la falsedad al mismo tiempo, la de los otros, unos la lejanía como no y otros, los menos, el apoyo y el abrazo certero.
Se aprende, si, se aprende mucho…, uno ve caer tantas torres y al mismo tiempo ve «trepar» al lado de ellos a tantos señoritos de postín y fulanas de bajo pelo, gente vanidosa y tremendamente ambiciosa que pulula a su alrededor con risitas y movimientos de cadera, que uno aprende, claro que aprende, aprende a ver la vida con otros ojos y las ideas con otro prisma. Lo cierto es que en su caída aunque se llevan por delante a familias enteras, no hacen más que cavar su propia tumba, la misma a la que todos vamos, unos antes que otros, pero de distinta manera, unos con el arrojo, la soberbia y la prepotencia que da el poder y otros tratando de sobrevivir en un mundo que no deja de tener aún mucha mierda que limpiar y mucha basura que barrer.
Si algo me ha enseñado esta experiencia es que estamos solos, que nada ni nadie nos va a solucionar la papeleta, que impunemente se ha dejado sin trabajo a muchas familias como la mía, sin motivos verdaderos y sobre todo sin compasión, sin un trato honesto y a la cara, sin una explicación coherente y precisa, sino a través de terceros y cuartos, ellos se encargaron de repartir ostias para todos, tanto para los que creían como para los que no comulgaban con sus ideas y los años de confianza, esperanza y apoyo pasaron por la hoz que supuestamente levantaban los otros.
La realidad es que ahora se buscan todos la vida, removiendo migajas de aquí para allá, la puta crisis que sigue siendo para los mismos, les azota la cara a diario, pero lo más triste es que perdieron un trabajo de dieciséis años ganado a pulso sin haber luchado a muerte hasta el fin, se dejaron convencer y vencer y una vez vencidos solo les queda seguir luchando pero ya no a la par de ellos por supuesto.