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(Párroco Javier Hernández/Alhaurín el Grande) No deberíamos ser superficiales en nada de lo que pasa en la vida. Sea de las personas, de la familia, de la nación o del mundo. Y me atrevería a decir más: es necesario que nos vengan crisis para que nos demos cuenta de que la vida no es una cosa baladí, sino que es muy importante para ir creciendo en conocimiento, en experiencia y en sabiduría de vida.
Vivimos muy para fuera de nosotros mismos. Lo exterior a nosotros es quien manda en nuestra felicidad o en nuestra tristeza. Si lo que está fuera de nosotros funciona y no nos molesta, estamos alegres. Si no funciona y nos molesta, estamos tristes y preocupados.
Y diréis, ¿y esto qué tiene que ver con la Navidad? Pues mucho. Porque la fiesta de la Navidad ha «pagado el pato» de nuestra superficialidad y de nuestra dejadez para pensar, aunque sea un poco. Como tantas cosas en nuestra vida: el Bautizo del niño, la Primera Comunión, la Boda, la enfermedad en la familia, la muerte de un ser querido, tantos y tantos sucesos y acontecimientos de nuestra vida que pasamos por encima de ellos muy a la ligera. Y como siempre nos vamos a lo más fácil y aparente, pues ¡hala! ¡A comer, a beber, que son dos días! «¿Y dónde pongo el Niño Jesús?» Preguntó el hijo menor de la familia en la Cena de Nochebuena.»Es verdad, me había olvidado ese detalle», dijo el padre de familia. Siempre se nos olvida «ese detalle». Y precisamente «eses detalle» es el que da sentido a todos esos acontecimientos personales, familiares y nacionales; a los fáciles y a los difíciles; a los alegres y a los tristes; a los positivos y a los negativos.
Entonces ¿QUÉ ES LA NAVIDAD? Es el nacimiento de Dios como hombre. Dios no sólo crea a la humanidad, sino que quiere ser como uno de tantos. ¿Y por qué hace eso? ¿No estaría mejor quedándose en su morada de Dios, sin mojarse ni mezclarse con nosotros, como hacen otros dioses? Lo hace por amor. Dios está tan enamorado de su criatura que hace lo que sea con tal de estar con ella. Dios hizo al hombre y a la mujer como receptáculos de su amor, de su sabiduría y de su poder. Y sobre todo de su persona. Ese es el misterio de la Encarnación. Los Reyes Católicos, cuando iban fundando parroquias en los pueblos, pusieron como titular de muchas de ellas LA ENCARNACIÓN, porque sabían que ese es el principio de todo lo demás. Si los pueblos entendían y gozaban la realidad de que Dios moraba en ellos, serían felices; serían capaces de enfrentar los problemas de la vida porque Dios los acompaña y sostiene. Entenderían que Dios no está en las nubes, sino en todos los corazones sencillos y humildes, como el pesebre de Belén. Así como el pesebre lo acogió, nosotros lo debemos acoger con sencillez y confianza; así como los pastores lo dieron a conocer, así también nosotros debemos darlo a conocer a los demás; así como los Reyes Magos, siguiendo una estrella, lo encontraron y le ofrecieron regalos, así nosotros, siguiendo la estrella de nuestra fe, le ofrecemos todos los días lo que tenemos y somos. Cada cosa que tiene un Belén, tiene un significado para nuestra vida.
Y hablando de Belén, ¿sabes lo que significa Belén en arameo? CASA DEL PAN. Y ¿sabes lo primero que dijo Jesús al entrar en el mundo, según la Carta a los Hebreos? «No quisiste sacrificios ni holocaustos, pero me diste un cuerpo» (Hb 10,5) ¿Veis la relación PAN-CUERPO? Cuando está en la última Cena, y lo hacemos en todas las Misas, Jesús cogió pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a los que le acompañaban, diciendo: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Mt 26,26). Quiero decir que Dios no hace las cosas según se le presentan. Ni por ocurrencias. Las hace porque desea ardientemente vivir nuestra vida desde dentro de nosotros. Por eso, primero se hace como nosotros, humano y después, se hace comida para entrar dentro de nosotros y transformarnos por dentro.
¿Y de quién recibió el Cuerpo humano como el nuestro? De María. Necesitó una madre que le diera a luz, le cuidara, le enseñara a hablar, a andar, a rezar, a comer, a estudiar, a vivir. Lo mismo que nosotros. Y ahora, ella es la que nos lo ofrece. Cuando llegaron los Pastores a la cueva vieron al Niño en brazos de su Madre; y cuando llegaron los Reyes Magos, igual, encontraron al Niño en los brazos de su Madre. María es quien lo ofrece, no se lo queda para ella. No lo ama con sentimiento posesivo como hacemos nosotros, sino que lo ofrece para que lo adoremos o para que lo rechacemos o, simplemente, para que pasemos olímpicamente de él. Pero especialmente, nos lo ofrece para que nos parezcamos a él. María es el molde donde tenemos que entrar para parecernos a Jesús y así él será el Hermano Mayor de todos nosotros.
Hay una leyenda de Navidad que dice: José había hecho fuego para calentarse dentro de la cueva y había tapado la entrada de la misma con una puerta de tablas y cartones para resguardarse un poco del frío. En esto que un hombre grande, que traía un machete en la mano, dio una patada a la endeble puerta y entró. José y María se asustaron. Pero el hombre les dijo que no tuviesen miedo, que no les iba a hacer nada; sólo quería calentarse un poco en el fuego. Detrás de él entró una mujer con un bulto en la mano.
La Virgen María enseguida se dio cuenta de que lo que traía la mujer era un niño y se lo pidió, pero la mujer se resistía, no quería. Por fin, ante la insistencia amorosa de María, se lo dio. Era un niño totalmente leproso, desfigurado, enfermo. Dio a Jesús a José y ella tuvo al niño enfermo toda la noche acunándolo y meciéndolo. Cuando amaneció y dijeron que se tenían que marchar, se lo devolvió a su madre. Y cuando la madre miró a su hijo, estaba totalmente curado. Y no sólo eso, sino que se parecía idénticamente a Jesús. Parecía una perfecta copia de él.
Por eso, en el vientre de María nos haremos todos semejantes a Jesús.
Si hay Navidad, es porque nace Jesús. Sin el Niño Jesús no hay Navidad. Sin él no tienen sentido los villancicos, los regalos, las luces, los adornos, los turrones y mazapanes; por eso, la gente que no cree en Jesús, no cree en la Navidad, nada tiene sentido para ellos y quieren que los demás no gocemos del acontecimiento fundamental de la historia humana.
Sin Jesús no hay Navidad. Y sin la Virgen María tampoco.