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El legendario pianista afincado en la Costa del Sol escoge la capital para ofrecer este domingo uno de los tres únicos conciertos que dará este año en España.
(Departamento Comunicación Teatro Cervantes) Acaba de presentarse en la Casa Blanca, donde participó en el concierto del Día Mundial del Jazz, y vuelve a Málaga para recordar sus orígenes. Chucho Valdés, fundador, director y principal compositor de Irakere, celebra el 40 aniversario de la legendaria banda, una formación que abrió sendas en el mestizaje entre la música afrocubana, el jazz y el rock. Junto a sus Afro-Cuban Messengers, hace una parada en su gira europea para presentar muy cerca de casa su nuevo disco, Tributo a Irakere, en uno de los 3 únicos conciertos que dará este año en España.
Tras su anterior concierto en Terral 2013, Chucho posará de nuevo sus manos en el ‘Steinway & Sons’ del Teatro Cervantes este domingo 15 de mayo a las 19.00 (entradas de 12 a 36 euros) en un espectáculo denominado Irakere 40. El hijo de Bebo lideró en los setenta esta mítica agrupación cubana, en la que también estuvieron otros reputados músicos que han tocado en el Cervantes, como el saxofonista Paquito D’Rivera o el trompetista Arturo Sandoval, y que marcó un antes y un después en la historia del latin jazz. El pianista afincado en la Costa del Sol ha rescatado las partituras originales del repertorio de Irakere, esa audaz fusión de la música popular y la tradicional –son, conga y danzón– de la mayor de las Antillas con el bop y el rock, y las ha reinventado con la ayuda de una generación de jóvenes músicos.
Yaroldy Abreu Robles (percusión y voz), Rafael Aguila (saxo alto), Rodney Barreto (batería y voz), Dreiser Durruthy Bombalé (batás y voz solista), Ariel Brínguez (saxo tenor), Gastón Joya (contrabajo y voz), Manuel Machado (trompeta), Reinaldo Melián (trompeta) y Carlos Sarduy (trompeta) escoltarán a Valdés en su relectura de sus clásicos. El Tributo a Irakere en el que se basará el concierto, grabado en vivo en el Festival de Jazz de Marciac, Francia, el 3 de agosto de 2015, y editado el pasado mes de marzo, sonará en Málaga junto a una retrospectiva de su trabajo en las últimas cuatro décadas.
Sobre el disco:
«Cuatro décadas después que Chucho Valdés revolucionara el panorama musical cubano con Irakere, los arreglos y el sonido de la legendaria banda de jazz afrocubano siguen sonando increíblemente modernos. La fuerza volcánica de Irakere, cuyo espíritu contiene la doble vertiente de lo bailable y lo sinfónico, sigue siendo una selva llena de animales salvajes y de tambores míticos que atrapan. Valdés lo acaba de demostrar al rescatar las partituras originales del grupo y ponerlas en manos de una nueva generación de músicos que no había nacido cuando ya el grupo era todo un suceso. Temas como ‘Bacalao con pan’ o ‘Juana 1600’, del repertorio clásico de Irakere, son verdaderas cargas de profundidad en manos de los Afrocuban Messengers de Chucho Valdés. El maestro no se conforma con rescatar un legado antiguo, sino que lo reinventa y lo ofrece en sacrificio para que el talento de los más jóvenes traiga de regreso la magia de Irakere».
Mauricio Vicent Mulet
Amor, respeto, energía: una celebración
Chucho Valdés ha contado más de una vez una anécdota de su juventud que define su pasión arrebatada por la música. Trabajaba en el Teatro Martí de La Habana, y en el poco tiempo de descanso que tenían entre pase y pase, él aprovechaba para ir a escuchar a otros músicos en otros teatros, clubs, donde fuera; al regresar, asombrado les preguntaba a sus compañeros –mucho más veteranos– por qué no hacían como él en lugar de quedarse sentados, acaso cenando, esperando el nuevo turno para tocar. «Ahora eres joven. Cuando tengas nuestra edad, ya verás tú si irás a escuchar tanta música». Desde aquel día, recuerda Chucho, se prometió que nunca traicionaría así a la música, que nunca sería como sus colegas, que no dejaría que su curiosidad se marchitara por el cansancio, los lugares comunes, la vida. Chucho sigue igual, descubriendo a cada paso, como un niño, músicas que le interesan.
Aconsejado por su admirado Joe Zawinul, decidió hace años dejar de lado una de sus mayores contribuciones a la historia de la música, Irakere, el grupo que marcó a fuego a más de una generación de músicos cubanos. Lo hizo para concentrarse más en el piano, en grupos más reducidos. Pero la tentación de Irakere era demasiado poderosa, y por ello en 2014, para celebrar el recién estrenado título de padrino del festival de jazz de Barcelona y los 40 años de la creación del grupo, Chucho aceptó, por fin, revisar el legado de Irakere. Ejemplo máximo de Cuba como crisol en el que confluyen tantos lenguajes al mismo tiempo, la música de Irakere creada por Chucho revive así como si hubiera sido escrita cinco minutos antes de salir a escena, a través de sus manos y de las de otras generaciones de artistas cubanos (hasta cuatro generaciones, recuerda el propio Chucho) para quienes la música de Irakere fue un faro, una referencia.
«Era una aventura, porque el repertorio de Irakere es muy duro, muy fuerte», confiesa Chucho. «Pero todos los músicos implicados en este proyecto me dicen que ellos tenían ese repertorio como material de estudio e inspiración. Eso facilitó mucho la cosa, fluyó todo más fácil». Música para bailar y al mismo tiempo para escuchar atentamente como si fuera una sinfonía de Gustav Mahler, detallando tímbricas, descubriendo (es un decir) polirritmias que parecen tan espontáneas como salidas del laboratorio de un creador en vena, amalgamas sobrecogedoras, una detonación de sonido que requiere del oyente una escucha atenta sin descanso a la búsqueda de una multiplicidad de referencias que no excluye toques de humor cubano, tan difícil de definir como fácil de distinguir.
Lancemos además una hipótesis: quizá no es casualidad que Chucho decidiera retomar el legado de Irakere después del fallecimiento de su padre, Bebo, que siempre definió a su primogénito como «el mejor pianista del mundo» y a Irakere como «una banda sin igual». Para poner un ejemplo sencillo: Bebo fue el primero que decidió descontextualizar a los tambores batá, hasta entonces limitados a su papel –capital– en la música sacra de los rituales de la santería, y moverlos a una esfera profana. «Podría decirse, sí, que Irakere fue, con todas las diferencias, una continuación del trabajo de mi padre», reconoce Chucho, cuyo primer disco como líder se llamó –y no por azar– Jazz Batá y se abría con una composición llamada ‘Irakere’, es decir, selva o vegetación en lengua yoruba.
Irakere 40! fue el título del espectáculo en su estreno en Barcelona, en noviembre de 2014. No se concibió nunca como una resurrección del grupo, sino como un homenaje servido por su fundador, Chucho, y sus Afro-Cuban Messengers, reforzados por una sección de metales en la que, insistimos, se mezclan todos los colores y edades de Cuba. «Es un saludo a los Irakere en su 40 aniversario, lleno de respeto y admiración», confirma Chucho. Con un repertorio, no obstante, en el que predominan las nuevas composiciones por encima de los clásicos del grupo. Es un viaje, una aventura, una muestra abrumadora de vitalidad de un maestro que aún hoy descubre la música con gozo indisimulado.
Bebo tenía razón. Prepárense para un viaje sin igual.
Los temas del disco
1. ‘Juana 1600’ (Chucho Valdés)
‘Juana 1600’ fue siempre la pieza con la que Irakere abría sus conciertos (no así sus bailables –recuérdenlo: Irakere tocaba conciertos, con la gente sentada, y bailables, con la gente dispuesta a bailar sin freno). Juana por el nombre que Cristóbal Colón puso a la isla cuando la descubrió, antes de que Cuba tomara su nombre del vocablo de la lengua taína cubao, que significa –tampoco es azar– ‘donde la tierra fértil abunda’ o ‘gran lugar’. 1600 como metáfora de la llegada en masa de muchos esclavos africanos procedentes de Nigeria. En el siglo XVII, la personalidad sincrética de Cuba empezaba a cocerse, y Juana 1600, uno de los primeros éxitos de Irakere (fue escrito en 1974), es una composición con una fuerza indómita. «No es un número largo –explica Chucho–, y tiene todos los elementos de lo que queríamos proponer». Abrir con Juana 1600 es «una carta de triunfo, y un termómetro para el público». ¿Ha dicho termómetro? «Sí. Juana te engancha de una manera violenta. Si tocábamos Juana, tanto en los tiempos de Irakere como ahora, y no teníamos una reacción fuerte del público, ya sabíamos cómo iba a ir el concierto. Si el público, en cambio, reaccionaba como esperábamos, bien entusiasta, sabíamos que el concierto ya iba a ir cuesta abajo. Medíamos y seguimos midiendo siempre atrás de Juana».
2. ‘Lorena’s Tango’ (Chucho Valdés)
Otra pieza reciente del catálogo de Chucho, muy relacionado además con su vida familiar. «Yo estaba estudiando el piano y se me ocurrió un tema que era como un tango, empecé a trabajarlo, y lo escribí». ¿Un tango? «Nunca había escrito nada semejante, así que le pregunté qué le parecía a mi esposa, Lorena, que es argentina, y ella me respondió que le gustaba muchísimo. Tenía miedo de meter la pata. Tuvo un arreglo de verdad laborioso, buscando, a partir de un tango, la lógica de la música cubana, el son, y el blues», evoca. «Creo que al final lo logramos, cuando el tango pasa al son la gente aplaude espontáneamente, y eso se repite en el solo. Cuando el tango se convierte en un blues también sorprende mucho».
3. ‘Congadanza’ (Chucho Valdés)
Titulada en origen ‘Contradanza’, es ésta una pieza dedicada a María Cervantes, hija del compositor cubano Ignacio Cervantes. «La conocí cuando ella ya era una persona mayor», recuerda Chucho. «Yo había estudiado las contradanzas de su padre, y compuse una pieza inspirada por el estilo de Cervantes, pero con un toque más impresionista. A ella le encantó. Le pedí aprobación para hacer una versión para los Irakere, y fue tremendo éxito». Otro ejemplo de la interacción no sólo de Irakere, sino de toda la música cubana, en la que los géneros se confunden sin problemas: otros compositores cubanos clásicos, como Manuel Saumell (‘Los ojos de Pepa’) y Ernesto Lecuona (‘La Danza lucumí’ o ‘Danza de los ñáñigos’), entraron sin problemas en el repertorio de Irakere, por no hablar de la espectacular versión del adagio del Concierto para clarinete de Mozart.
4. ‘Afro-Comanche’ (Chucho Valdés)
Otra pieza que ya aparecía en el disco anterior de Chucho, Border-Free. Una obra que evoca un episodio histórico poco conocido: el exilio forzado de una comunidad de indios comanches en Cuba, con influencias en la rítmica de la música indígena de los Estados Unidos, así como en la melodía. «Le añadimos elementos del mambo para contemporizarlo. Después del solo de contrabajo de Gastón Joya, yo tomo elementos barrocos y notas de Beethoven, de pronto se convierte en un solo que parece un concierto de Beethoven, y cuando termina cae y vuelve otra vez a la rítmica indígena. Entonces se queda Dreiser Durruthy Bambolé cantándole a Oggún, y se va con un bloque de percusión africana». ‘Afro-Comanche’, para Chucho, «resume bien todos los elementos que se combinan en la cubanía: la herencia europea a través de España, el legado de África y en este caso además el episodio de los comanche en Cuba mezclándose también con la cultura negra. Tras tantos conciertos ha cogido tanta fuerza que es un monstruo».
5. ‘Afro-Funk’ (Chucho Valdés)
Es, en teoría, la pieza escogida como ‘bow music’, es decir, la música que se interpreta cuando el concierto termina y se baja el telón, figurado o no. Una composición que se aventura en el funk y que invita al público a desplegar sus emociones participando también en el concierto, al mismo tiempo que permite a Chucho presentar a su banda al completo. «Me gusta ver al público que se la pasa bien», reconoce Chucho, habituado desde adolescente a enfrentarse a toda clase de audiencias, y a estar pendiente de ellas, de sus reacciones, de sus humores, de sus deseos. «Es de nuevo una mezcla entre afrocubano y afroamericano, de afrofunk con el batá, que le da una fuerza del carajo. Es como algo que le faltaba al funk», sonríe.
6. ‘Yansá’ (Chucho Valdés)
Otra pieza reciente de Chucho, grabada en su disco Chucho’s steps, e inspirada en un joven pianista hoy ya consolidado en el universo del jazz: Vijay Iyer. Un tour de force en el que Chucho convierte el ritmo habitual de la música propia de las ceremonias de santería, el 6/8, en 5/8 (reconocerán la cita juguetona a ‘Take five’, de Paul Desmond, pieza clásica del cuarteto de Dave Brubeck) y 7/8. «El ritmo tenía que ser africano –analiza Chucho–, pero sin perder la esencia pasando por los distintos compases. Para la rítmica es un reto. No puedo quitarlo del repertorio porque tiene mucha fuerza y representa una continuación del camino de Irakere, un paso adelante».
Joan Anton Cararach, director artístico del Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Biografía
Dionisio Jesús ‘Chucho’ Valdés Rodríguez nació en una familia de músicos en Quivicán, provincia Habana, Cuba, el 9 de octubre de 1941. Sus primeros maestros fueron su padre, el pianista, compositor y director de orquesta Ramón ‘Bebo’ Valdés y su madre, Pilar Rodríguez, quién cantaba y tocaba el piano. A los tres años, Chucho ya tocaba en el piano, de oído, con las dos manos y en cualquier tonalidad, las melodías que escuchaba en la radio. Hay una famosa anécdota que cuenta como Bebo le hizo una broma a su gran amigo, el gran bajista y compositor Israel López ‘Cachao’, pidiéndole que escuchara, sin mirarlo, de espaldas, a «un joven pianista norteamericano». Chucho tenía entonces 4 años. A los cinco años, Chucho comenzó a recibir clases de piano, teoría y solfeo con el maestro Oscar Muñoz Boufartique, estudios que culminaron en el Conservatorio Municipal de Música de la Habana a la edad de catorce años. Chucho también tomó clases privadas con Zenaida Romeu, Rosario Franco, Federico Smith y Leo Brouwer.
«En casa mi padre tocaba discos de Ellington, Count Basie, Glen Miller. Yo fui un privilegiado. Porque como Bebo era el pianista en el Tropicana, yo pude ver verdaderas leyendas del jazz en persona. Me llevó a ver a Nat King Cole, Erroll Garner y Sarah Vaughan cuando yo era aún un niño que estudiaba música. No se imaginan el efecto que eso tuvo en mi vida. Enorme. Eso fue mágico». A los quince años, Chucho formó su primer trío de jazz, y en diciembre de 1958 trabajó como pianista en los hoteles Deauville y St. John de La Habana. En 1959, hizo su debut con la orquesta Sabor de Cuba, dirigida por su padre, y con ella acompañó a muchos cantantes importantes de la época, tales como Rolando Laserie, Fernando Álvarez y Pío Leyva. «Bebo me enseñó todo sobre la música cubana, la música de sudamérica, el jazz y cómo trabajar con la orquesta,» dice Chucho. «El me dio la posición de pianista de la orquesta y se quedó como director, así yo podía aprender a trabajar bajo un conductor. Con esa orquesta hicimos nuestro show y un millón de cosas más, incluyendo shows en el Havana Hilton. De esa experiencia aprendí muchísimo. Él es mi ídolo. No digo «fue» mi ídolo, «es» mi ídolo. Él fue mi maestro, y todavía lo es».
La vida familiar y profesional de Chucho tomó un giro dramático en 1960 cuando su padre se fue a trabajar a México y de allí se fue a Europa, finalmente radicándose en Suecia. Bebo Valdés nunca regresó a Cuba. (Padre e hijo volvieron a verse 18 años después en Carnegie Hall, donde Chucho debutaba con su grupo Irakere. El vínculo se reestableció plenamente a partir del 2000, cuando tocaron en dúo en Calle 54, la película sobre jazz latino del director español Fernando Trueba. Su extraordinaria historia de reencuentro culminó, musicalmente, en Juntos para siempre, una grabación en 2007 que ganó un Grammy y un Latin Grammy. Bebo Valdés falleció en marzo del 2013 a los 94 años).
Al principio de los años 60, Chucho trabajó como pianista en el Teatro Martí (1961), el Salón Internacional del Hotel Habana Riviera (1963) y en la orquesta del Teatro Musical de la Habana (1964-67). En este último año, y por recomendación de su viejo maestro, el gran guitarrista, compositor y director Leo Brouwer, Chucho creó su propio combo. También en 1967, Chucho entra en la importante Orquesta Cubana de Música Moderna, dirigida entonces por los maestros Armando Romeu y Rafael Somavilla. Ya dentro de la Orquesta, Chucho retomó la idea del combo y en 1970 debutó liderando un quinteto en el Festival Internacional de Jazz Jamboree en Polonia. En 1972, después de Jazz batá, una grabación de trío de jazz «a la cubana» con el bajista Carlos del Puerto y el percusionista y cantante Oscar Valdés en tambores batá (tradicionalmente usados en la música de los Orishas, conocida también como Santería), Chucho decide ampliar el formato añadiendo metales y batería de jazz. Así nace, en 1973, Irakere, una pequeña big band que ofrece una explosiva mezcla de jazz, rock, música clásica y una amplia gama de música tradicional cubana, incluyendo instrumentos y ritmos de la música ritual religiosa afro-cubana.
«Las ideas de los metales (en Irakere) tiene que ver con el trabajo de la Orquesta Cubana de Música Moderna, que era una gran big band,» dice Chucho. «Yo traté de imitar ese sonido con cuatro metales -dos trompetas, un saxo alto y un tenor- y con eso tratar de sonar como una big band. Por supuesto cuando tienes monstruos como Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Jorge Varona y Carlos Averhoff tú puedes escribir lo que quieras y va a sonar bien». El grupo tuvo su primer gran impacto internacional en 1976 en Finlandia, y al año siguiente fue descubierto por el gran Dizzy Gillespie en una visita a La Habana en un crucero de jazz del cual también eran parte el pianista Earl ‘Fatha’ Hines y el saxofonista Stan Getz. En 1978, el productor Bruce Lundvall, entonces presidente de CBS, firmó a Irakere para su sello y el grupo debutó en los Estados Unidos en Carnegie Hall como parte del Newport Jazz Festival como ‘invitados sorpresa’, sin ser anunciados públicamente. Por esas cosas del destino, el programa esa noche también incluyó a dos de las mayores influencias de Chucho: los pianistas McCoy Tyner y Bill Evans.
Una selección de temas del concierto en Carnegie Hall y de la actuación del grupo en el Festival de Jazz de Montreux, Suiza, conformó el programa del primer disco del grupo lanzado en los Estados Unidos. Titulado simplemente Irakere (CBS), la grabación ganó un Grammy® como Mejor Álbum de Música Latina en 1979. Desde entonces Irakere ha creado un imponente legado que incluye tanto grandes obras de música bailable como Homenaje a Beny Moré (Pimienta, 1989) e Indestructible (Sony, 1997); exploraciones con música religiosa afro-cubana como Babalú Ayé (Bembé, 1999) con el gran cantante de música de Orishas Lázaro Ros; así como también ambiciosos proyectos como Tierra en trance (Areíto, 1983) y Misa negra (Messidor, 1987).
Por diferentes razones, Irakere fue cambiando sus integrantes a través de los años. Chucho permaneció como la gran constante. Pero el éxito tuvo sus costos. Excepto por el notable álbum en solitario Lucumí (Messidor, 1986), su talento como pianista fue por mucho tiempo oscurecido por sus otras obligaciones en Irakere. En 1997, Chucho ganó su segundo Grammy por su participación en Habana (Verve) como miembro de Crisol, el grupo liderado por el trompetista Roy Hargrove. Al año siguiente, sin abandonar completamente Irakere, Chucho inició una carrera paralela como solista y líder de cuartetos para así explorar más plenamente sus posibilidades como pianista. «Veinticinco años con una misma banda es mucho tiempo», dijo Chucho en su momento. «He querido tocar solo y con el cuarteto por mucho tiempo ya. Mi trabajo como pianista y solista se diluye en Irakere. Mi trabajo allí es ser arreglista, director musical y compositor, el cual es un trabajo completamente diferente».
Chucho permaneció con Irakere hasta el 2005 y desde entonces está totalmente enfocado en su carrera personal. Esta nueva etapa fue marcada por hitos como Solo piano (Blue Note, 1991), Solo: Live in New York (Blue Note, 2001) y New conceptions (Blue Note, 2003), así como grabaciones con cuartetos tales como Bele Bele en La Habana (Blue Note, 1998), Briyumba Palo Congo (Blue Note, 1999) y Live at the Village Vanguard (Blue Note, 2000), que incluye a su hermana, la vocalista Mayra Caridad Valdés y ganó el Grammy como Mejor Álbum de Latin Jazz. A este premio le siguieron los recibidos por el ya mencionado Juntos para siempre (Calle 54, 2007), su dueto con su padre Bebo, y el Grammy a Chucho’s Steps (Comanche, 2010), con su nuevo grupo los Afro-Cuban Messengers . En total, Chucho ha recibido cinco Grammys y tres Latin Grammys. En el 2012 Chucho reorganizó a los Afro-Cuban Messengers y el grupo ahora incluye a Yaroldy Abreu en percusión y Dreiser Durruthy Bombalé en batá y voces; Reinaldo Melián, trompeta, Gastón Joya, bajo y Rodney Barreto, batería. Su más reciente producción en estudio, Border-free, es otra expresión más de la constante búsqueda y evolución de Chucho Valdés como pianista, compositor y director.