Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 36 segundos
(Susana Lopez Chicón) Has estado alguna vez en un patíbulo en el camino de tu vida? Has sentido la impotencia, la desesperación, la angustia y el miedo? No solo en situaciones de falta de salud ocurre esto, los motivos pueden ser muchos aunque quizás en diferentes grados pero con la misma imagen oscura de fondo donde no hay salida o si la hay, uno no sabe donde hallarla.
Pues bien, yo he estado en este largo pasillo, debo decir que varias veces en mi vida, en algunas ocasiones, las peores, el camino no solo me cerró una puerta sino que además tras de ellas se quedaron los mejores seres que me ha dado la vida y aunque generosamente he tenido otros maravillosos y queridos, aquellos siempre serán distintos, irremplazables y únicos.
El pasillo es largo, gris muy gris, a veces a lo lejos una ventana inalcanzable nos muestra una leve luz a la que nunca pareces llegar, luego una curva escondida te vuelve a mostrar la más negra oscuridad hasta que hallas otra ventana, pequeña pero iluminada que parece ofrecer la luz definitiva y te motiva a tomar las pocas fuerzas que quedan y andar hasta ella. No solo de oscuridad está lleno el pasillo, hay reproches, ideas de todo tipo, falta de fuerza, ganas de dejar de andar, acusaciones, consejos y una serie de voces que te culpan, inmolan o apedrean por hacerte culpable de estar allí, en aquel pasillo negro de tu vida.
La ventana, una vez agotadas las fuerzas, te invita a traspasarla y dejarte caer por ella para no luchar más y terminar antes, pero una voz interior y unas obligaciones adquiridas con quienes comparten la vida contigo, te hacen volverte una y otra vez para seguir caminando. Quizás el tan familiar rincón de las lágrimas sea uno de esos lugares recónditos del pasillo donde uno se encuentra consigo mismo y con los que lo atravesaron antes y desde él o lo cruzas guiado por tu propia soledad o te vuelves a seguir atravesándolo guiado por las voces, que tú mismo pareces escuchar y que interpretas que son de aquellos que ya no están.
No sé, son etapas de la vida duras muy duras, en algunas no intervenimos directamente en otras las circunstancias influyen. Pocos son los que entran contigo a aquel infierno o te sacan de él. Una fila larga e interminable de voces te acusan, opinan, aconsejan, dialogan, chismorrean, disfrutan, aplauden o simplemente se encogen de brazos a un lado . Del otro lado de la fila pocas, muy pocas personas te alientan, ayudan, ofrecen su mano y no opinan solo hacen…es posible que la mayoría de las veces en esta fila no estén ni familiares ni aquellos amigos que creías estarían, que se han pasado al otro lado a compartir opiniones y tirarte piedras cuantas más mejor.
Si hay algo bueno de esta etapa, es que o sales reforzado de ella o no sales. Quizás no perder la fe y creer firmemente que alguien al otro lado te envía su ayuda es una de las llaves para abrir la puerta final. Es obvio decir que la fe la pierdes, también la ayuda y hasta la llave pero hay que volverse a encontrarlas.
Anoche yo me perdí en el camino, la desesperación me llevó a un bosque oscuro y escondido donde solo se oía de fondo el ladrido de unos perros y unos niños jugando. Paralelo al bosque un parquecito infantil me brindó un columpio. Derrotada y hundida implorando ayuda mientras mis lágrimas corrían alborotadas, decidí columpiarme con los ojos cerrados recordando cuantas veces de pequeña mi padre me había empujado entre mimos y risas. Me dejé llevar y curiosamente aunque dejé mis piernas quietas y mis brazos caídos, el columpio siguió en su marcha constante sin parar y con una fuerza increíble hasta tal punto que después de varios minutos, dejé extendidas mis manos hacia atrás y un calor me llenó las palmas de las manos.
Quizás nadie lo crea, pero Yo lo sentí allí había alguien conmigo. No sentí miedo, al contrario, a pesar de la oscuridad del monte, de la silueta enorme de los pinos y del silencio de la noche, una paz y un enorme sentimiento de dulzura me llenó, al mismo tiempo quise estar allí durante horas y me tendí en uno de los bancos, las estrellas, cientos de ellas y yo, nada más, nadie más o tal vez si…
Cerré los ojos, di gracias y al abrirlos aunque nada se había solucionado, una nueve enorme en forma de corazón dibujaba su silueta en el cielo…. Volví a casa, llena de esperanza, como la que vuelve de un largo viaje con la misma maleta pero sabiendo que alguien espiritual me ayuda a llevarla….