Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 58 segundos
(Francisco Guzmán,coordinador de Izquierda Unida en Málaga Ciudad) En Lampedusa se respira la supervivencia, tanto de quienes llegan como de quienes viven allí. Esta es la experiencia, a modo de resumen, con la que nos quedamos tras nuestro paso por la isla.
La vida en este trozo de tierra, situado a tan solo 113 kilómetros de las costas tunecinas, está cargada de la realidad de la inmigración. A diario llegan personas rescatadas en el mar y mueren otras muchas antes de poder llegar. La cifra de muertos en el Mediterráneo en este año no para de crecer. Se ha llegado ya a 3900 personas, y casi todas ellas han perdido la vida en el paso del canal de Sicilia, intentando llegar a Lampedusa.
Por ello, en cuanto pisas esta tierra, convives con el sufrimiento de estas personas y de sus historias. Quienes llegan, casi todos huyendo del hambre, de la guerra o de la pobreza crónica de países como Eritrea, Somalia, Libia o Bangladés, son recibidos como números que empiezan un procedimiento que no conocen, y que con mucha probabilidad terminará en su expulsión de Europa.
Al llegar los llevan al centro de recepción de inmigrantes de Lampedusa, un centro «Hotspot» (punto caliente), tal como los denomina la Comisión Europea. A estos centros se les aplica un funcionamiento de mayor control y restricción que al resto. Sin embargo, en Lampedusa los inmigrantes salen y entran a escondidas con la permisividad de los propios responsables del centro, pensado que con ello evitan mayores conflictos en el interior. Hemos de tener en cuenta, además, que Lampedusa es una isla muy pequeña en la que la movilidad y las posibilidades de salir están muy limitadas. Todos saben que de la isla no se pueden escapar.
Aun en este escenario, los inmigrantes se sienten afortunados, y lo transmiten en cada palabra y gesto que cruzas con ellos. Han superado otro paso más de su proyecto migratorio y lo único que les preocupa es dar el siguiente, salir de la isla en dirección a otra zona de Italia que les permita mayor acercamiento a Europa. Desde su percepción, ellos no cuestionan el trato, la atención o los recursos que el centro le ofrece, les parece adecuado, no esperan mucho más que poder comer, dormir y salir pronto de él hacia un nuevo centro. Sin embargo, la información que ofrecen los propios vecinos que trabajan en el centro y la asociación local con la que nos reunimos, es que el centro se encuentra hacinado, que los medios son limitados y que sobre todo se trata a las personas inmigrantes de forma totalmente despersonalizada, son números, sin documentación, sin información, etc. El centro tiene capacidad para 650 personas, y solo en cuatro días se sumaron en torno a 400 nuevos inmigrantes, por encima de dicha capacidad. Entre ellos hay también menores no acompañados, con los que no se establece inicialmente ningún procedimiento diferenciado ya que no está finalizada la fase de identificación. También hay mujeres, aunque muy pocas.
El centro de Lampedusa tiene la función de registro, identificación y distribución de las personas en función de si son inmigrantes económicos o refugiados. Este último dato determinará claramente su futuro. Ser posible refugiado, aun con la falta de voluntad política de la que somos testigos por la lentitud e incumplimiento de los gobiernos en las respuestas que están obligados a dar, les sitúa en una posición de oportunidades muy diferente a los que se consideran inmigrantes económicos. Estos últimos son tratados como «ilegales» según todas las normativas nacionales de extranjería y la única respuesta que van a recibir de Europa será la expulsión. Huir de morir de hambre, o de enfermedades curables, o de persecución en sus países, etc. no tiene el mismo valor que morir por vivir en una zona en guerra. Está claro que la vida no vale lo mismo para todas las personas, eso ya era evidente, tampoco la muerte es igual para todos. En Europa somos tan civilizados, que hemos sido incluso capaces de establecer diferentes categorías de morir.
La mayoría de las personas que llegan a Lampedusa son inmigrantes económicos –los refugiados están llegando a Europa por otras vías- y a los pocos días son trasladados a otro centro, normalmente en Sicilia, para continuar con el procedimiento previsto. En Sicilia pudimos conocer uno de estos centros, el Hotspost de Trapani. En esta ocasión, sí que se trata de un centro carcelario, con altas condiciones de seguridad. Queda claro que quienes llegan por la vía de la inmigración económica son «delincuentes» a quienes hay que criminalizar hasta que puedan ser expulsados.
Tal como señalábamos al comienzo, en Lampedusa también se respiraba la supervivencia en los propios vecinos de la isla. Para sus aproximadamente 5000 habitantes, las posibilidades de mejoras en sus condiciones de vida también están determinadas por la realidad de la inmigración. Viven en un lugar precioso, pero hostil y falto de servicios. Hostil porque se encuentran en una zona altamente militarizada. La mayor parte del territorio de la isla está rodeada de alambradas, radares e instalaciones militares. Con ello, no solo no pueden disfrutar de los parajes naturales que la isla ofrece, sino que conviven constantemente con altos valores de contaminación electromagnética que sin ninguna duda está influyendo en sus vidas. Pero además, la apuesta de los gobiernos por mantener esta isla como espacio de defensa y control del Mediterráneo también olvida a los vecinos, y no se invierte en otros muchos servicios que allí siguen faltando. A modo de ejemplo, solo habría que señalar que desde hace 20 años no ha habido ningún nuevo nacimiento en la isla, ya que no existe en ella servicios médicos adecuados y las mujeres embarazadas han de desplazarse a otros lugares de Italia, normalmente Sicilia, hasta que nacen sus hijos. Los vecinos de Lampedusa tienen claro que su propia vida también gira en torno a los intereses políticos que en cada momento se le quiera dar a la inmigración, y no en cuanto a las necesidades reales de todos, de ellos mismos y de los inmigrantes que llegan a los que quieren acoger.
En resumen, con esta experiencia hemos querido revisar y renovar nuestras posiciones y propuestas ante la realidad social en la que nos toca vivir, y ante la que estamos comprometidos a cambiar. Con ella hemos comprobado nuevamente que es necesario abrir fronteras y ofrecer pasajes seguros para que quienes huyen de la guerra o de la pobreza puedan moverse sin tener que perder la vida en el intento. El Mediterráneo se ha convertido en la frontera natural más cruenta que jamás ha existido. Pero además, a aquellos que llegan, hemos de darle respuesta respetando los derechos humanos y atendiéndolos como personas al margen de su procedencia como inmigrante económico o como refugiado. Ambos huyen de la desesperación y buscan una vida mejor, a veces la única que pueden buscar, y aunque las leyes si hacen diferencias entre ellos, todas son personas con el derecho a una vida digna. Ninguna persona es «ilegal», en todo caso lo son, los gobiernos que incumplen compromisos como los derechos humanos y otros innumerables acuerdos que firman y olvidan.