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(Eric Nelson)Poco antes de las elecciones presidenciales de 2012, investigadores de la Universidad de Notre Dame llegaron a la conclusión de que la gente se siente mucho mejor, tanto mental como físicamente, cuanto menos miente. Casi cinco años después, al escuchar continuamente a los políticos de los dos partidos manipular los hechos a su antojo, este estudio y sus consecuencias para la salud individual y colectiva, merecen otro cuidadoso análisis.
Sin embargo, no nos adelantemos; debemos recordar que mentir no es de ninguna manera una actitud exclusiva de los políticos electos. Según Anita Kelly, una de las investigadoras de la Universidad de Notre Dame: «Pruebas recientes indican que los estadounidenses dicen en promedio 11 mentiras por semana». En otro estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Massachusetts, 60% de los encuestados dijeron que no podían mantener una conversación de 10 minutos sin mentir por lo menos una vez.
Seamos políticos o no, todos tenemos que hacer algo para mejorar esta situación.
Durante miles de años, padres y profetas por igual nos han aconsejado que dejemos de engañar. «Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no», aconsejó Jesús, un hombre conocido por la forma clara, concisa y hasta sanadora de comunicarse.
Pero eso no significa que hemos estado escuchando.
Quizás estemos convencidos de que ser continuamente sinceros es una norma de vida demasiado elevada, o que simplemente no importa. Sin embargo, la cuestión es que sí importa. «La honestidad es poder espiritual», escribió Mary Baker Eddy en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras . «La deshonestidad es debilidad humana, que pierde el derecho a la ayuda divina».
Eddy consideraba que la honestidad no era tan solo un imperativo moral, sino una actitud inmensamente práctica, evidenciada en las mejoras mentales y físicas mismas señaladas en el estudio de Notre Dame. La diferencia principal es que, mientras Kelly y otros atribuyeron esas mejoras a un esfuerzo para ser más honesto basado en el cerebro, Eddy las vio como el resultado natural de ceder, de manera igualmente natural de nuestra parte, a lo que ella llamó la «Mente divina», o Dios.
Es obvio que esta clase de consentimiento mental puede ser más instintivo para algunas personas que para otras. Pero eso no lo hace menos natural, ni que una norma de vida continuamente honesta sea menos factible, ni que los beneficios que inevitablemente se obtienen estén menos disponibles. Lo único que se requiere es la disposición –y la determinación– de vernos como realmente somos: la expresión esencial de la Mente naturalmente honesta.
Por más tentador que sea quejarnos de la deshonestidad de otros, la exigencia es que nos concentremos primero en ser honestos nosotros mismos, en ser receptivos y obedientes a lo que Dios nos está alentando a ser. Es también una de las mejores cosas que podemos hacer para apoyar y promover que la honestidad se exprese de forma más generalizada en todo aspecto de nuestra vida, incluso en la política.
Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud desde su perspectiva de la práctica de la Ciencia Cristiana. Además es Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana para California del Norte, EUA.
Artículo publicado originalmente en Communities Digital News, @CommDigiNews.