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Eric Nelson
Recuerdo una noche, cuando iba al bachillerato, y estaba sentado a la mesa de la cocina con mi papá. “Quiero mostrarte algo”, me dijo, tomando su billetera y sacando de ella un cheque por un millón de dólares. Mientras yo recuperaba el aliento, me explicó que aun cuando el cheque estaba a su nombre, no podíamos gastar ese monto, al menos no todo. El Gobierno de los Estados Unidos acababa de contratarlo para construir una oficina de correos y el cheque era en su mayor parte un adelanto para cubrir los gastos iniciales.
Aunque estaba muy sorprendido al ver una suma tan grande de dinero, me sorprendió aun más lo que mi padre dijo a continuación. En vez de adoctrinarme, como podría esperarse, sobre las formas y medios de la microeconomía, me alentó en cambio a ver las finanzas desde un punto de vista mucho más claro.
“Debes saber que este cheque no es la fuente de ingresos de nuestra familia”, me dijo. “Nuestros ingresos proceden de las ideas que los sustentan”.
Yo sabía que mi padre era una persona que consideraba las cosas con mucho detenimiento, pero esta fue una de las pocas veces en que me habló en términos tan espirituales, aunque algo enigmáticos. No obstante, logré entender lo que quería decir. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, mi padre estaba acostumbrado a ver las cosas desde una perspectiva decididamente basada en Dios, basada en el Espíritu, y no tanto desde una perspectiva basada en la materia, y esta era su forma de enseñarme a hacer lo mismo. “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria”, me recordaba a menudo, citando a la Fundadora de la Iglesia de la Ciencia Cristiana Mary Baker Eddy. “Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”.
Durante años mi padre había abrigado la idea de trabajar para sí mismo. Aunque se había capacitado como ingeniero mecánico y había pasado una década o algo así trabajando para empresas tan diversas como Studebaker y General Dynamics, desde hacía tiempo tenía el deseo de empezar una empresa de construcción. Según cuenta la leyenda familiar, una tarde mamá lo encontró sentado a la mesa del patio de atrás hojeando una pila de papeles. Cuando mamá le preguntó por qué no estaba trabajando, le contestó que esa mañana había decidido renunciar a su trabajo como “chupatintas”, y que estaba dando los pasos necesarios para obtener su licencia como contratista.
Si tuviera que adivinar, no creo que papá haya pensado que esta decisión era la clave para hacerse rico, sino la forma más natural y lógica de utilizar mejor los muchos talentos que Dios le había dado. Ese fue también el comienzo de un flujo constante de ideas inspiradas, que incluyó construir casas personalizadas, edificios de apartamentos y restaurantes, y hasta la restauración del histórico pabellón que rodea el órgano de tubos al aire libre más grande del mundo.
Aunque me resulta muy fácil atribuir el éxito de papá –como hombre de negocios y hombre de familia– a su reconocimiento de Dios, la Mente divina, como la fuente de todas las ideas espirituales, estoy seguro de que hay quienes podrían pensar que su éxito no se debe más que al tan conocido y buen pensamiento positivo. Ciertamente, papá sentía, como yo, en base a mi estudio de la Biblia, que el plan de Dios para Su creación incluye únicamente el bien. Pero él también sabía que se requiere mucho más que meramente desear que algo suceda para verlo manifestado en nuestra vida. Se necesita paciencia, por supuesto, y persistencia. Pero quizás más que nada se requiere humildad, el gran separador entre aquellos que son consciente y constantemente receptivos a la infalible gracia de Dios, y quienes suponen que pueden de alguna manera instalarse en el asiento del conductor del Ser Divino.
Esto no quiere decir que papá nunca enfrentó adversidades. Pero cuando lo hizo, no recuerdo que haya culpado a Dios o a sí mismo, por sus problemas. Los veía, en cambio, como oportunidades de conocer mejor a Dios y de verse a sí mismo y a otros bajo una luz más divinamente inspirada.
Algo más de lo que estoy seguro es que papá nunca pensó que la riqueza material era una recompensa por su fe, como tampoco la vio como la ganancia esperada por su inversión, financiera o de otra índole, en su iglesia local. De hecho, no sé si alguna vez siquiera pensó en esa riqueza. Sin embargo, sí sé que papá comprendía que la provisión, cualquiera sea la forma que adopte, es una expresión del amor incondicional de Dios por Su creación, incluida nuestra familia, y que este amor nunca se agotaría. “¡Qué gloriosa herencia se nos da mediante la comprensión del Amor omnipresente!”, escribió Eddy. “Más no podemos pedir; más no podemos desear; más no podemos tener”.
Aunque han pasado décadas desde que papá y yo tuvimos aquella breve charla, no puedo ni siquiera imaginarme que alguna vez la olvidaré, o que mi vida dejará de ser enriquecida por las verdades que él compartió conmigo aquella noche y vivió durante toda su vida. Tan solo deseo acordarme de compartir esa bendición.
Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud como Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana.
Artículo publicado originalmente en Communities Digital News, @CommDigiNews.