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(Anna Cano/ Estudiante de Periodismo en la UMA) Un grupo de expertos ha propuesto eliminar el concepto de abuso sexual del Código Penal, convirtiéndose los delitos de esta índole en agresión sexual o violación.
Mientras diarios como La Vanguardia celebran la noticia dando a entender que las protestas feministas surgidas a partir del caso de La Manada han sido escuchadas, lo cierto es que a la misma vez se propone reducir la pena máxima de 15 a 12 años.
Tampoco se establecen los límites del consentimiento, convirtiendo esta reforma en un perjuicio para las mujeres, “pero oiga, vamos a llamar las cosas por su nombre.” Una vez más, las mujeres no están siendo tomadas en serio.
¿Tan difícil es entender que las víctimas quedan marcadas de por vida? ¿Son equiparables 12 años de prisión a una vida destrozada por un rato de diversión y sadismo del atacante?
La falta de empatía y tacto cada día es más palpable, pero se soluciona decorando la manzana podrida con una caja de oro. No debemos olvidar que su contenido sigue siendo putrefacto.
En pleno siglo XXI, no somos capaces de avanzar como sociedad, no somos capaces de ponernos en el lugar del otro y, mucho menos, cuidar nuestro entorno. Un cambio de mentalidad es urgente.
“No todo lo que es oro, reluce.” Es hora de escuchar y velar por los ciudadanos en todos los aspectos, pues en medio del caos y la falsa separación de poderes, todos, incluido la prensa, trabajan por y para las macrocorporaciones.
Se trata de perpetuar un sistema injusto, desequilibrado que solo se rige por la dictadura de los mercados, dejando de lado las necesidades sociales de la mayoría de las personas. En esta ocasión, toca a las mujeres.
Los profesionales deberían hacer un serio ejercicio de reflexión ética, algo que el poder judicial parece haberse dejado en el camino.
Por supuesto que no soy una experta en Derecho y quizás la menos indicada para criticar a la justicia, pero cuando las sentencias se dictan a favor de violadores, asesinos y bancos; algo anda mal, muy mal.
Quizás también esté de más recordar que las mujeres, ante todo, somos personas, al igual que los hombres. No somos ni mejores, ni peores, así que basta ya de ridiculizarnos y perjudicarnos.