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El alhaurino Alejandro Pérez se hace con el subcampeonato de Europa de Radiocontrol en una brillante carrera disputada en Valencia ante los 120 mejores pilotos del continente
El estudiante de Segundo Curso de Secundaria del Colegio El Pinar, Campeón de España, piloto más joven del país y una de las mayores promesas de la firma nipona KYOSHO, consolida con esta plata su impecable trayectoria y gana confianza de cara al Mundial de Brasil que se disputará la próxima temporada
(Departamento Comunicación Colegio El Pinar) Un coche, un mando y un campeón. Se llama Alejandro Pérez, estudia Segundo de Secundaria en El Colegio El Pinar y acaba de convertirse en uno de los dos mejores pilotos de Europa de Radiocontrol (RC), una especialidad deportiva en la que la concentración, la habilidad técnica y la precisión dan la medida del talento y también de la inteligencia del competidor y en la que este alhaurino, salido de la cantera malagueña, va camino de hacer historia. Número uno de la provincia cuando tan sólo contaba nueve años, Pérez ha necesitado poco más de un lustro para ascender por todos y cada uno de los peldaños del escalafón regional, nacional y continental hasta llegar a convertirse en una de las mayores promesas del circuito internacional de RC. Tanto es así que a sus escasos catorce años, es el único español que puede esgrimir el aval de ser el piloto oficial más joven de la firma nipona KYOSHO y uno de los de menor edad del mundo en el elenco de ‘pre-profesionales’ del fabricante japonés, al que se considera la ‘Ferrari’ del mundillo.
La carrera de este virtuoso malagueño del Radiocontrol, al que los Reyes Magos le hicieron el ‘regalo de su vida’ a los 8 años en forma de juguete de cuatro ruedas, está ligada al circuito que administra su progenitor en el propio Alhaurín de la Torre. A través de él le llegó la afición y también la inspiración, pero el aprendiz aventajado hace tiempo que voló del nido para rodar con los grandes en ‘Primera División’. Ahora el instructor se ha convertido en auxiliar que hace las veces de mecánico, ayudante y cómplice de los éxitos de su hijo.
Madrid, Barcelona, Italia, Portugal, Suecia, París y tantas otras capitales europeas. La vida de los Pérez es un ir y venir a través del asfalto de los circuitos del viejo continente, un periplo convertido en pasión -o más bien al contrario- en el que siempre cuentan con el apoyo, la supervisión y el mimo de los ingenieros de la escuadra KYOSHO, que han apostado fuertemente por el deportista alhaurino. Para Alejandro, éste fue el verdadero salto de calidad en su meteórica trayectoria. “Fue un sueño hecho realidad. Es la aspiración de cualquiera que se mueva en competiciones de este nivel”, asegura el estudiante de El Pinar, quien recibe material, vehículos y todo tipo de piezas, además de cobertura para eventos, de manos de los constructores. “Uso una media de tres coches al año. Mi padre y yo nos encargamos del mantenimiento y, por supuesto, de realizar las pruebas para optimizar todos los componentes -suspensiones, chasis, motor…- y sacarles el máximo partido, una tarea para la que recibimos el asesoramiento de los técnicos de la marca”, añade.
Disciplina japonesa y supervisión académica
Pero el apoyo de KYOSHO no es un cheque en blanco. Fieles a su idiosincrasia, los ingenieros de la tierra del sol naciente no se limitan a observar y evaluar únicamente los resultados en competición. Exigen la excelencia en las normas de comportamiento dentro y fuera de la pista, disciplina, responsabilidad, rendimiento académico, capacidad de trabajo en equipo, colaboración y compañerismo. “Ellos son así, quieren tener información sobre mi evolución en el colegio, las notas y todas estas cosas. Consideran esta parte igual de importante que los resultados deportivos que obtenemos”, explica Pérez, quien no esconde que una de las claves del éxito reside en su buen entendimiento con el ingeniero jefe y amigo Yuichi Ranai, una de las personas más cercanas de la escuadra y con quien tanto él como la familia mantienen un contacto permanente.
Recién llegado de la capital del Turia, con el trofeo en la bolsa y casi sin tiempo para desempaquetar los bultos en los que esconde esos pequeños bólidos que llegan a alcanzar los 80 kilómetros por hora, Alejandro continúa con su rutina académica en El Pinar, un trabajo como estudiante que compagina con las largas sesiones de entrenamiento y los fines de semana en competición gracias al esfuerzo de sus padres y al apoyo de profesores, compañeros y equipo docente, quienes siempre están dispuestos a echar una mano para acompañar al joven en la consecución de sus metas dentro y fuera de la pista. La carrera no ha hecho más que empezar. La próxima parada, el Mundial de Brasil.