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(Isabel Perea Sánchez/Estudiante de Periodismo en la UMA) La cobertura mediática de casos como el de Julen, el de Gabriel o el de Blanca Fernández Ochoa han generado un debate social que gira, principalmente, en torno a una pregunta: ¿cuál es el límite que separa la información, el morbo y la especulación?
El buen periodismo debe regirse por unos principios éticos y deontológicos. En los últimos tiempos, estos dos factores han brillado por su ausencia en nuestros medios de comunicación. El amarillismo y el populismo emocional han sido los sustitutos de la responsabilidad y profesionalidad periodística.
¿Merece la pena comerciar con el dolor? Para algunos medios y periodistas la respuesta es sí. Todo por la audiencia, el clic y la última hora. Cualquier caso para ellos y ellas puede ser un producto mediático, aunque tengan que dejar a un lado la compasión para conseguirlo.
El peso de la responsabilidad no cae solo en los medios de comunicación, también en los espectadores y espectadoras. No hay programa que siga en antena si no tiene un porcentaje mínimo de ‘rating’ (índice de audiencia de un programa de televisión o radio).
No se debe anteponer el derecho a la intimidad familiar y personal por un morbo disfrazado de información. Lo que hay que hacer es pedir a nuestros medios de comunicación responsabilidad, profesionalidad y ética.
El periodismo de calidad no es este espectáculo, no se le puede llamar así. El buen periodismo es democrático y profesional, no hay más.