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(Esperanza Mena) Ayer tuve que ir al pueblo para unas compras, y claro, no hay un sitio libre donde dejar el coche.
Estuve dando vueltas como una peonza y al final tuve que aparcar el coche justo al lado del cementerio. Al bajarme, me di cuenta de que estaba abierto y me dije: “Esperanza, entra un momento, y así les acompañas”. Eso hice, y me di un paseo por el santo recinto.
De pronto, recordé unos versos de mi admirado Bécquer que dicen: “Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos!” Y entonces comprendí que era verdad. Lindos panteones, sepulcros adornados (la mayoría con flores de plástico), hierba seca cubriendo las tumbas más humildes, pero la soledad era la reina del lugar…Y se me entristeció el alma hasta el punto que cuando llegué a casa, escribí este poema.
UN CEMENTERIO
Allí, donde la hierba del olvido
crece sobre las tumbas.
Allí, bajo las sombras dorada de cipreses
la soledad es la reina del lugar.
Allí, donde el mármol esconde la memoria
de los que ya se han ido.
Allí, donde la fría tarde trae momentos dorados
cuando el sol se esconde en el horizonte.
Allí, donde no existe el tiempo ni el espacio
y no existe ni el día ni la noche.
Allí, donde todos están ya muertos
quietos, horizontales en total olvido.
Allí, donde todos somos iguales,
y el dinero no sirve para nada,
donde no valen recomendaciones
y el orgullo se evapora con el aire.
Así es un cementerio.
Por eso yo no quiero que me entierren,
me niego a caer en ese olvido,
prefiero vivir eternamente,
entre las rosas de un rosal florido.