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(Susana López Chicón) F.J. no murió. Seguía vivo a pesar del shock. Sus constantes vitales estaban alteradas, la presión muy alta y el corazón latiendo a mil por hora. Los ojos enrojecidos y la textura blanquecina de la piel indicaban que su estado no era bueno, pero F.J. No había muerto solo estaba conmocionado. El médico con cara de austera seriedad miraba al paciente que seguía con la mirada perdida y en silencio. Más allá de diagnosticarle depresión, angustia severa y una terrible ansiedad, no comprendía la situación en la que habían dejado a ese pobre hombre tras dieciséis años de empleo.
Existían documentos que avalaban su seguridad laboral y su continuidad en caso de cierre, pero todo eso se lo habían pasado por alto por no decir otra cosa y aquellos eruditos del poder y la ambición con la más absoluta frialdad y falta de humanidad habían puesto en la calle a F.J y a otros tantos desahuciados como él, a la deriva en un barco sin destino, sin medallas, sin honores y despojados del pan de sus hijos.
Quien lo había hecho se vanagloriaba con la ostentosidad que da el poder y el dinero y disfrutaba de aquella que consideraba su mejor decisión y de su mejor minuto de gloria frente a los que estaban por encima de Él, que con palmaditas en la espalda celebraban haber cerrado una Empresa y redondeado las cuentas para que sobrara para las comilonas y demás eventos más importantes y decisorios en su carrera hacia la cumbre.
FJ. no había muerto, aunque por dentro si y a partir de aquel instante se sintió tan desposeído de todo, tan poco valido laboralmente, tan perdido que empezó a creer que no valía para nada y que aquel siniestro infeliz con mando en la mano, le había destrozado la vida, su años de carrera, sus esfuerzos, su valía como trabajador y sus méritos de años…
Mientras el deslumbrante del traje gris aparecía en informativos, dando discursos sobre la creación de puestos de trabajo y su «noble» y «profunda» preocupación por los parados…F.J. visualizaba aquel rostro desde el sofá de su casa donde con la mirada que seguía perdida, trataba de poder fijar su atención en aquellas palabras y aquel rostro lleno de ínfulas, alegría y poder!!!..
Allí estaba el tipo que logró echarlo a la cuneta y allí estaba Él, perdido y sin saber qué hacer…sin que ningún curriculum fuera admitido…La experiencia era mucha pero la edad no era la adecuada para el perfil que se necesitaba. F.J. era considerado un viejo con tan solo 50 años, no era válido para el mundo laboral y no podía permitirse ejercer su labor por el mero hecho de no ser un adolescente al que se pudiera contratar y explotar con 300 o 400 euros.
F.J. era un trabajador nato que podía arreglar en su casa desde una lavadora, cambiar el motor de la piscina o talar un árbol, eso entre otras cientos de capacidades técnicas, informáticas y de toda índole, pero F.J. había sido condenado al ostracismo por aquel individuo trajeado y sonriente, cuya frialdad traspasaba la pantalla y que había además logrado enfermarle de por vida…Le había inyectado inseguridad, falta de aplomo, miedo, incapacidad de concentración, y un sin fin de trastornos que podían resumirse en uno solo: Terror ante el futuro, terror de No encontrar otro trabajo con el que sacar adelante a su familia…Aquel tipo lo había convertido en una piltrafa y mientras seguía subiendo la escalera del poder F.J. solo subía dos escalones y bajaba tres.
El endiosado Nunca volvió la mirada atrás para ver cuántos muertos como FJ había dejado en su camino, pero lo cierto es que a lo largo de su vida fue dejando tantos y tantos como FJ. que uno quisiera saber que pensamientos rondan su cabeza cuando mira a sus hijos a la cara cuando vuelve de su ostentoso despacho y que cosas le vienen a la mente cuando deja caer su cabeza de mando sobre la lustrosa e impecable almohada de su valioso piso frente al mar.