Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 53 segundos
El refrán popular nos recuerda que “nadie es profeta en su tierra”, y parece que en España es aún más difícil que en otros lugares –compárese con Francia o Inglaterra–; pero no porque no haya personas o personajes con suficientes méritos para tales reconocimientos, sino porque con frecuencia los políticos y los ciudadanos, divididos en sus juicios, se muestran incapaces de valorar y de dar a cada uno lo que es suyo, que es uno de los nombres de la justicia.
Poco o nada sabía yo antes de 1999 de José González Marín salvo que en Cártama una calle lleva su nombre, y hubo un teatro y un campo de fútbol que también lo llevaron… En ese año al borde del nuevo milenio apareció una biografía, José González Marín. El faraón de los decires, escrita por Pedro Dueñas, José Luis Jiménez Sánchez y Francisco Baquero Luque, tres de las personas que mejor conocen la historia de Cártama y que más se han preocupado y ocupado con investigaciones y publicaciones de conservar su legado. El prólogo, breve y certero, como miles de sus columnas diarias, es del añorado poeta y periodista Manuel Alcántara.
Lo leí con atención, sorpresa y admiración, pues ignoraba que entre los ciudadanos de Cártama hubiera un hijo suyo que ejerciendo como rapsoda gozó en el mundo hispánico de tal reconocimiento a este y al otro lado del Atlántico. Escritores de la talla de Valle-Inclán declararon: “Confieso que fui a escucharle con temor de encontrarme con un traficante más del arte. Me equivoqué y lo celebro. Inteligente, sensible, es un intérprete personal inconfundible e inimitable”.
Hijo adoptivo de numerosos pueblos y ciudades, en 1934 el Gobierno de la República le otorga la Gran Cruz de Isabel la Católica, que le entregaron en el Teatro Cervantes de Málaga, con el panegírico a cargo de Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura. Imposible enumerar todos sus méritos en estas líneas. Ciertamente, por momentos la biografía roza la hagiografía, pero además del trabajo de rescatar del olvido a esta figura esencial de la interpretación poética, confío más en los corazones que admiran que en los que envidian.
A pesar de ello el nuevo Teatro de Cártama no recibió el nombre del faraón de los decires. Reconozco que detesto el provincianismo, pero, ¿hay alguien que hubiera elevado sobre el escenario a la poesía y la interpretación hasta semejante altura, no ya en Málaga o Andalucía, sino en España e Hispanoamérica? Quizá habría otras figuras con las que se disputaría el firmamento de la rapsodia, pero por entonces no brillaban más, y menos aún por nuestra comarca.
Sin ir más lejos, en Alhaurín el Grande el Teatro municipal lleva el nombre de Antonio Gala, ilustre dramaturgo, poeta y novelista, que no nació allí, pero que ha residido durante temporadas. Nativo o no, por sus indiscutibles méritos en el mundo del teatro y de la literatura, la elección es acertada y honra al teatro con su nombre y a la corporación que hizo justicia.
Allá por donde iba, cualquier escenario de España o Hispanoamérica, González Marín solía presentarse con estas palabras: “Yo soy… un andaluz de Cártama / y de Málaga, nombres dulces… / de la mágica Bética, / como tres limones verdes / de juventud y primavera… / Yo soy yo de principio hasta el fin, / yo no estoy traducido, / yo soy Pepe González Marín. Nació en Cártama, se crió y creció en ella y, aunque recibió no pocas propuestas de vivir en otros lugares, quiso vivir y morir aquí.
Con todo, el nombre del campo de fútbol se cambió y el de la calle se ha puesto en tela de juicio. ¿A qué se debe que no se le reconozca a la altura de sus indiscutibles méritos? A motivos ideológicos, que no razones. Basta con (des)calificarlo de “falangista” para que su figura como rapsoda se vea eclipsada. Pero reducir la multiplicidad de aspectos de los que se compone la identidad humana a uno sólo que rechazamos es, además de injusto, sumamente peligroso para la convivencia democrática, inconcebible sin un pluralismo ideológico. Recuerda a la práctica de los nazis con los judíos.
Pienso que debemos distinguir el ámbito en el que nos movemos y que cualquier persona merece ser juzgada antes que por otra cosa por la profesión a la que se dedicó, pues siempre habrá aspectos morales con los que no coincidamos, y alzar esta parte por encima de todas las demás es profundamente desproporcionado e injusto. ¿Acaso a Picasso, el artista más revolucionario del siglo XX, se le juzga por cómo trataba a las mujeres que pasaron por su vida? Por cuestiones ideológicas los ejemplos pueden multiplicarse con nombres de grandes filósofos y escritores del siglo XX, como Heidegger o Louis-Ferdinand Céline.
Seamos inteligentes y procuremos estar a la altura de los tiempos, y trabajemos juntos para que la Guerra (In)civil no nos siga enfrentando absurdamente. Cuando decimos que somos seres históricos lo sostenemos, entre otras razones, porque padecemos las causas y consecuencias de la misma, que nos arrastra. Y más aún durante conflictos bélicos. Valiosos testimonios sobre la misma no nos faltan: La velada en Benicarló, de Manuel Azaña; Madrid, de corte a checa, de Agustín de Foxá; A sangre y fuego, de Chaves Nogales; Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender; San Camilo, 1936, de Camilo José Cela… Por citar algunas obras literarias de uno y otro bando, o de ninguno de ellos. O si lo prefieren, pueden leer el ensayo Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), de Andrés Trapiello. Comprobarán que del mismo modo que no creamos nuestra vida tanto como la padecemos, así sucede con la historia.
Después de leer aquella biografía, José González Marín. El faraón de los decires, tuve la fortuna de visitar el estudio-despacho del rapsoda, que me sorprendió: era una suerte de biografía a través de lujosos objetos regalados por destacadas personalidades de la época. Pero para aquellos que quieran encasillar al rapsoda bajo una etiqueta, con una voluntad motivada por sentimientos que contribuyen más a deshumanizar que a humanizar, les recordaré que junto con una foto dedicada de Franco conviven –no diré armoniosamente, pues cualquiera que conozca la mecánica del poder democrático sabe que la tensión es ineludible e irresoluble; de lo contrario puede degenerar en totalitarismo– en ese espacio poemas de Lorca y Alberti, es decir, diversas ideologías, y podía ser amigo de los unos y de los otros. Todavía más, debido al prestigio que alcanzó, no pocas veces lo llamaban para ayudar a una persona a salir de la cárcel o de una muerte segura, y cuando González Marín emprendía el camino en su búsqueda no preguntaba a qué ideología pertenecía. Le bastaba con saber que se trataba de una persona.
Nota curricular
Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en el IES “Valle del Azahar” (Cártama Estación). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara.
Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 240 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018) y Meditaciones de Ronda (Anáfora, Málaga, 2020). Ha colaborado con artículos en quince libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha ejercido de comisario y escrito para numerosas exposiciones de arte.
Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne. Revista de Artes y Pensamiento, Homonosapiens, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos, Sur. Revista de Literatura…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) por Un viaje por el tiempo, y la Beca de Investigación Miguel Fernández (2019, UNED) por Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea, que debe ver la luz a finales de 2020.