Mirada poética a la Vega Malagueña

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Cada día la contemplo y sobre todo cuando el verano nos ofrece su cara más amable y la temperatura se suaviza con húmeda brisa mediterránea.

Es sorprendente y grácil como si la observara por primera vez. Es de las mejores dádivas que nos ofrece la naturaleza en esta provincia para la deleitación. Se extiende a mis pies como una alfombra tejida con los hilos del paraíso, alegre y risueña criatura geográfica, besada por arroyos de sensualidad  y cielo enamorado. En la espalda de la Andalucía continental, llanura o vega fértil en un valle con la respiración y la mirada al mar. Es la vega, después de la de Granada, más rica y fecunda del oriente andaluz.  Auténtica esmeralda que focaliza sus brillos más allá de sus contornos. De hecho su gracia y fecundidad exuberante se funde con los eco-sistemas de bosques autóctonos en los corazones de los parajes naturales que tiene a los pies de sus montañas más agraciadas por la pluviometría. Son tierras dadoras de salud y armonía espiritual. El río Guadalhorce atraviesa esta espléndida vega, después de abrir una antigua herida en la brava Sierra Penibética, en los contornos de El Chorro, buscando su desembocadura en la Bahía de Málaga. Este murallón rocoso casi en vertical nos separa de las tierras antequeranas, vega relativamente alta (aunque oficialmente le llamen Depresión) algo parecida por sus caracteres a la vega de Granada. Al oeste la nuestra tiene sus límites en la falda oriental de la Serranía de Ronda: Sierra de las Nieves, de Tolox, Prieta, Alcaparaín, y De Aguas. Valor ecológico que tiene música de clavecines en sus manantiales y un enjambre de flautas cuando el viento mueve las ramas del pinsapar. También posee estas mismas resonancias mágicas en su penetración hacia el sur y suroeste, donde las montañas, vestidas de hortelanas de rodillas para abajo y con cintura y senos forestales, van abriendo pequeños valles  como pequeñas selvas ajardinadas muy cerquita del litoral.

La vega malagueña se parte en dos ramales: uno que va de oeste a este, terminando en los últimos perímetros urbanos de la ciudad de Málaga, y el otro ramal que va de norte y noroeste a sur donde el río diseña su gran arco sin flecha, curva desorbitada para adentrarse en la bahía. En este tramo la vega ribereña se estrecha como un ritual de labios, y todas las tardes, a la par que el río lucha con su memoria, anida en los márgenes una melancolía de junco lejano y miel de caña. Álora, mi pequeña ciudad o pueblo denso (según se mire) se encuentra situada en este trayecto. Intermitente o insinuada se asoma a los precipicios. Aparece y desaparece ladeando el imponente cerro del Castillo. Sueña o imagina llanuras donde asentarse, pues sin apenas alejamiento de la vega del río, pero en raro contraste, asemeja en un escarpado relieve a la litografía de una cigüeña que busca donde poner la otra pata. Mas la insaciable diversidad de su arquitectura paisajística , que se abre y se cierra, según perspectiva , como perla, la convierta en mágica princesa por  el misterioso afeite que una naturaleza pictórica le ha concedido. Al norte se encuentra la villa romana de Valle de Abdalagís, al pie de una vertiginosa sierra caliza, sierra con mostachos y cabellera, que tiene un aire inanimado de cabeza dieciochesca. Un poco más al sur de Álora se sitúa la coqueta villa de Pizarra, debajo de un pequeño monte plomizo. Es la población  que abraza con más fervor al río, la que lo busca sin límite entre las aneas y los islotes de azahar. Al oeste y suroeste y al pie de las estribaciones más elevadas tenemos los pueblos de Casarabonela, Alozaina, Yunquera, Tolox, Guaro y Monda. Poblaciones

armoniosas con el medio en que habitan y que poseen por un lado un espíritu montañés y veguero por el otro. Al este se sitúa la Villa de Cártama, población dividida en dos grandes núcleos de fisionomía urbana muy diferente o casi antagónicos. Uno, al pie de una bella ermita, tiene la patria potestad del origen, de la tradición. El otro se configura con un aire independiente y moderno. Cártama acoge ya al río en su madurez, con suaves meandros, por eso el Guadalhorce, experimentado en equidistancias,  separa las dos Cártamas con insalvable ruptura. Cártama (el pueblo original) se halla en la falda de unos montes menores que se convirtieron en islas al no adquirir longitud y altura de cadena montañosa que corriera paralela y hasta compitiera con la cadena litoral  que tiene detrás. Por eso ella misma tiene también un bello performance de isla dentro de la vega. Pero al mismo tiempo los idilios de su paisaje la convierten en el precioso corazón absoluto de este territorio. Al sur y suroeste, en los cónclaves paradisíacos de la cordillera costasoleña por su cara norte, donde ofrecen un marco ribereño y veguero, están las ciudades-paraísos de Coín y Alhaurín El Grande, quizás en las tierras más maravillosas y prodigiosas de la provincia. Poblaciones que custodia una cubierta vegetal impresionante.

Sus agraciadas montañas, como dije al principio, por su perfecta dualidad, parecen vestirse, de cintura para abajo, de huertanas (falda frondosa de volantes) y de cintura para arriba con traje forestal. La imaginación rueda por sus laderas que son como senos de la tierra donde manan eternos y ricos manantiales. Entre las huertas abundantes que ofrecen todo tipo de frutales se salpican los núcleos urbanos. Este paisaje, con su fragor y su monumento ecológico, capitanea todos los sectores de la vega. Si hay un paraíso en La Tierra indudablemente es esta zona de la vega malagueña. A poca distancia y un poco más al este se halla la ciudad de Alhaurín de la Torre, que forma parte, en unión de las dos poblaciones antes mencionadas, de una gran ciudad lineal, de hecho tiene relativamente parte en ese cordón umbilical paradisíaco, aunque este prodigio de la naturaleza aquí es frenado por la cercanía de la gran urbe de Málaga. La población se encuentra al pie del último peldaño de la cadena montañosa litoral (cara norte) cuando esta desciende hasta claudicar en la Bahía. Esta población  mitad costera y mitad veguera, por ello tiene un perfil de mar y otro de huerta, pone fin a este recorrido, pero antes quiero aludir también a una mirada nocturna, dirigida sobre todo a las poblaciones del sur cuando exhalan una luz concentrada de diamante, de rubí cálido, de topacio fundido con amatista. Al evaporarse el crepúsculo con los primeros reflujos secos de la luna esta visión nocturna es espectacular. La noche no le resta ni un centímetro de su grandeza. La vega brilla todo el esplendor de sus dádivas naturales.

Antonio Berlanga Pino