Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 7 segundos
(Miguel Gallardo Elena) En la cara de cualquiera de mis compañeros sanitarios no es muy difícil encontrar un “NO PUEDO MÁS” grabado a punta de realidad diaria, que a fuerza de pedir, exigir y apretar ha desterrado la alegría de sus caras y ha removido los pilares de ilusionadas vocaciones y abnegado trabajo de años que solo endulzan el profundo sentimiento de servicio a los demás y el orgullo del deber cumplido. La sonrisa y el agradecimiento de un paciente, propiciar el alivio ante la enfermedad y acompañar ese consuelo previo que tanto se agradece en la antesala de la muerte son a diario sus únicas satisfacciones profesionales.
Sueldos precarios y en claro menosprecio al compararlos con otras comunidades autónomas, plantillas que viene sufriendo amputaciones de años, recursos materiales con cuentagotas, escasez de medios materiales y humanos, escasa inversión en centros de salud y hospitalarios frente a necesidades demográficas y sociales en ascenso constante, lentitud e inoperancia manifiesta de políticos que se turnan en su incompetencia…. Nos definen la actual situación de un sistema sanitario que roza el colapso desde su primer escalón. La atención primaria está llena de profesionales cansados, obligados a una atención telefónica como prioridad que aunque como solución preventiva de contagios es incluso oportuna, no es operativa porque SALUD NO RESPONDE ante el cotidiano tsunami de llamadas que nadie contesta porque si no se aumentan las líneas telefónicas operativas, poco o nada de eficaz tiene esta opción de asistencia. Y cuando te lo cogen te dan cita cuando una agenda sobrecargada tenga a bien (más tarde que pronto). El prometido refuerzo de profesionales no termina de llegar, las pruebas PCR tardan días sin término. En definitiva, un largo rosario de situaciones donde de calidad en la asistencia poco o nada. Al lado de ese sangrado constante de la sanidad pública vive su prima rica, la de paredes impolutas de colores pastel, plantas exóticas en los rincones, médicos engominados y señoritas amables de sonrisa perenne en recepciones impolutas que ofrecen inmediatez, entornos de hotel y amabilidad encapsulada en respuestas amables y profesionales a patologías de gravedad cuestionable. Todo ello adornado con una voluntad férrea por convertir la SALUD en un negocio rentable. Es tan fácil como viajar a otro país para aprender a valorar nuestra SANIDAD PÚBLICA tan equitativa, necesaria y universal como vulnerable, fácilmente criticable y despreciada en los últimos tiempos.
Estas circunstancias se van sumando poco a poco en el subconsciente de una población harta de latigazos administrativos, sociales y educativos en pro (en principio) de preservarlos de esa cruel sombra que nos acompaña desde marzo pero que poco el paso de los meses, la relajación en el cumplimiento de las medidas de prevención, la bruma de los negacionistas, la deficiente gestión de unas administraciones sanitarias que han hechos rehenes de su ineficaces soluciones a unos profesionales desmotivados, cansados y mal pagados que sufren en sus carnes a pie de trinchera amenazas, insultos y agresiones un día si y otro también pasando en escasos meses de ser aplaudidos a ser los chivos expiatorios de la indefensión, la desazón y el total desacuerdo de la población con la asistencia sanitaria que reciben, donde la lentitud, la distancia y el inmenso fantasma de las listas de espera han cobrado unas dimensiones sobrenaturales.
La sanidad necesita inversión, una estructurada y eficaz gestión, una oportuna remodelación y actualización, una adaptación sólida a la realidad de la población a la que sirve, y sobre todo el firme convencimiento en las élites políticas de que la SANIDAD PÚBLICA es indispensable y debe ser la piedra angular del futuro que toda sociedad necesita para ofrecer a sus ciudadanos la deseable calidad sanitaria que, sin duda, merecen y a la que nunca debemos renunciar. NO BASTA CON REZAR TODAS LAS NOCHES.