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(Emproar es un verbo en catalán, gallego y portugués que en castellano se dice aproar, poner proa)
Cada 12 de octubre se reabre en España -y también en el resto del mundo hispano- un mismo y acalorado debate: ¿qué posición debemos tomar, especialmente la gente progresista, ante el mundo hispano? Y, como un resorte o reflejo condicionado, las cabezas se giran hacia el pasado, y no hacia el presente y el futuro.
Obviamente es importante una justa comprensión del pasado. ¿Pero cuál es lo crucial ahora, la posición ante la conquista y colonización españolas o la clave reside en qué camino se propone a un mundo hispano que es hoy una realidad global? ¿Por qué ignorar hoy en día el poder del mundo hispano en su rabiosa actualidad y fortaleza?
En España hay un absoluto desconocimiento, impuesto, sobre la realidad presente de un mundo hispano con el que compartimos múltiples lazos de lengua, cultura, historia, tradiciones y luchas comunes. Un distanciamiento forzado en el seno del mundo hispano que ha ido parejo al fortalecimiento del dominio norteamericano sobre España.
Por ello, lo primero es conocer al mundo hispano de hoy en día, su magnitud, sus recursos, su fuerza y capital, y por tanto qué papel puede aspirar a jugar en el mundo. Si adquirimos conciencia del enorme poder, del ilimitado capital y recursos con que cuenta, y de su protagonismo en algunos de los principales movimientos progresistas que han transformado el mundo, entonces España, como uno más, de igual a igual con el resto del mundo hispano, tendrá otro presente y otro futuro.
Porque el poder del mundo hispano no lo han construido las rancias oligarquías dominantes a ambos lados del Atlántico sino los pueblos. Y, entonces, ¿por qué no dedicar toda esa valiosa riqueza al servicio del cambio y la transformación social?
Primero, enfrentándose al mensaje, machaconamente difundido durante los últimos dos siglos, por las potencias dominantes -anglosajonas, primero Inglaterra y luego EEUU, pero también Francia y Alemania-, con el que permanentemente nos han atacado y degradado con la abierta intención de dominarnos.
Segundo, conociendo, de forma objetiva, las fortalezas y recursos del mundo hispano. Vamos a ello.
Primero, somos una potencia demográfica y económica
Somos la cuarta potencia mundial, por detrás de EEUU, China y la UE, y por delante de Japón y Alemania. Somos 621,2 millones de habitantes -los segundos del mundo en población-, 24.579.730 de kilómetros cuadrados -los primeros en extensión territorial- y 6,1 billones de dólares de PIB -los cuartos en creación de riqueza- (EEUU: 508.2 millones de habitantes, 9.631.418 km2 y 19,63 billones de dólares de PIB, respectivamente; y sucesivamente China: 1.376, 9.596.960 y 14,35; UE: 508.2, 4.324.782 y 14,27; Japón: 126.8, 377.835 y 4,87; y Alemania: 81.3, 357.835 y 3,65)
El mundo hispano en su conjunto -incluyendo más allá de la lengua por derecho propio un gigante como Brasil- sorprendentemente posee los mimbres, las bases materiales fundamentales, para ser uno de los grandes actores globales. Su territorio -que se extiende a ambos lados del Atlántico, y abarca todo el continente americano, excepto EEUU y Canadá- es ya una condición importante para tener un papel global.
Su potencia demográfica -más de 600 millones de habitantes-, en ascenso durante las últimas décadas -y que seguirá creciendo- es otra condición con enormes potencialidades. Y, en el terreno económico, el mundo hispano crea la riqueza de un 6,9% del PIB mundial -porcentaje, por ejemplo, superior al generado por aquellas naciones que usan el francés como lengua oficial-, y si incluimos a toda la comunidad hispanohablante mundial -entre ellos los hispanos norteamericanos, que ocuparían el país 14º del mundo en PIB- el peso del mundo hispano se elevaría al 10% del PIB mundial según el Instituto Cervantes, en un estudio donde se destaca que “casi 50 billones de dólares se mueven cada año por el mundo bajo la ‘ñ’ de español”. Podemos mirar de frente a los grandes centros de poder mundiales.
Segundo, tenemos una lengua global
Una lengua global que no es solo un vehículo de comunicación, es también influencia y poder, el llamado “poder blando”. Usar y conocer una lengua es acceder también a toda su cultura, y genera una corriente de identificación y simpatía. Por eso todas las potencias -con EEUU a la cabeza, pero también Francia- dedican enormes recursos a la promoción de sus idiomas. Solo un pequeño puñado de lenguas pueden considerarse (por número de hablantes, extensión territorial, presencia en los grandes medios…) como “lenguas globales”. El español es sin duda una de ellas.
Comparemos el español con el francés, una de las lenguas de mayor prestigio internacional. Según la UNESCO, el número de personas que se expresan en español en el mundo -513 millones- casi duplica a las que lo hacen en francés -285 millones-. La diferencia es mayor, casi cuatro veces más, si consideramos a quienes tienen el español como lengua materna -483 millones-, frente al francés -135 millones-.
El español es la segunda lengua del mundo en número de los que lo tienen como primera lengua, solo por detrás del chino y por delante del inglés. Y es la tercera lengua del planeta en número total de hablantes, independientemente de su nivel de conocimiento o uso-, hasta 580 millones de personas en el mundo nos entenderían si les hablamos en español.
Mientras el francés y el alemán han desaparecido de las lenguas más habladas del planeta, el español está en permanente expansión. Durante el último año hay tres millones más de hispanohablantes en el mundo, y comparado con el año 2000, son 83 millones más; crecimiento que continuará: en 2050 la comunidad hispanohablante abarcará 765 millones de personas, casi 200 millones más que en la actualidad.
Si miramos la lista de los primeros diez países con mayor número de hispanohablantes, y donde el español no es la lengua oficial, nos llevaremos alguna sorpresa. Descubriremos la extensión del español en países asiáticos como Israel -por la comunidad sefardita- y Japón; en África con Argelia -por los refugiados saharauis-; en Oceanía, Australia; en el mundo anglosajón, desde Canadá a, destacadamente, Estados Unidos, que muy pronto superará a España en número de hispanohablantes.
El español encabeza varios rankings mundiales. Es la 2ª lengua del mundo en número de estudiantes que la aprenden como lengua extranjera, casi 22 millones en 110 países. Después del inglés, el español es la 2ª lengua en la que más documentos de carácter científico se publican. El poder sobre internet es norteamericano, pero el español es la tercera lengua más utilizada en la red, y la segunda en aplicaciones tan importantes como facebook, linkedin y twitter.
Y tercero, el poder de atracción de la cultura hispana
Como dice Makoto Hara, profesor emérito de Lingüística Hispánica en la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio, -un japonés -de un país alejado de la tradición occidental- valorando la cultura española: “El español ha alcanzado el nivel cultural más alto del mundo y ocupa una posición muy original. La literatura española tiene por representantes a Cervantes, Pérez Galdós, Baroja, Unamuno, Antonio Machado, García Lorca… El Greco, Velázquez, Goya, Ruiz Picasso, Dalí… La característica especial de la cultura española es que está llena de humanidad, sensibilidad. Los españoles viven la versión más humana del mundo. La sensibilidad original hispánica ha hecho posible el nacimiento de genios como los enumerados. Si desapareciera la cultura española en el mundo, quedarían pocas cosas”.
Estas palabras concentran la amplitud y la fuerza primigenia del Hispanismo -uno de los más relevantes movimientos culturales y académicos del mundo- por el que miles de investigadores de primer nivel de innumerables países se dedican al estudio de España, de la lengua y cultura hispánicas, y de la historia de España y del mundo hispano.
Existen hispanistas en los cinco continentes. Hay una asociación asiática de hispanistas, pero también africana, árabe… Hay hispanistas en las principales potencias del planeta, desde EEUU a Inglaterra, Francia y Alemania. Pero también en países del Tercer Mundo que nunca han tenido una relación estrecha con España.
Hay una base material, el peso del español en el mundo, pero también la significación de la alta cultura española. No existe otro país en el mundo que haya dado tantos referentes verdaderamente universales a la cultura. En literatura y en pintura. Y también al otro lado del Atlántico: Hispanoamérica ha sido uno de los grandes animadores culturales del siglo XX, cuya cultura no podría entenderse sin García Márquez o Borges.
Pero tampoco puede entenderse la existencia del hispanismo sin partir de lo que lo hispano ofrece al mundo. En uno de los últimos congresos de hispanistas, uno de los ponentes afirmaba. “Yo resumiría en tres los valores principales que la cultura española aporta a la sociedad internacional. En primer lugar, el diálogo intercultural. La tradición española constituye uno de los puntos culminantes de la historia cultural de la humanidad, que sirve hasta hoy de modelo y de ejemplo de coexistencia de grupos humanos con culturas y religiones distintas. En segundo lugar, destacaría la lengua española como puente entre pueblos distintos. Por último, debemos hablar de la aportación que el español realiza en el entorno de los valores humanos. Quienes estudian la literatura española, entran en contacto con un mundo de valores humanos y de dilemas morales en mayor grado que en cualquier otra literatura”.
Por todo esto, el lema del último congreso de hispanistas en Asia tiene la belleza expresiva de la más rica contradicción: “Por el hispanismo hacia la fraternidad asiática”, porque pone de guía al mundo hispano -donde la identificación con una Patria Grande, en la que todos sus miembros unidos redimensionan su peso internacional, y que al mismo tiempo se basa en la igualdad y la personalidad de cada país- es un ejemplo para orientarse en los turbulentos tiempos que vivimos.
La enjundia del proyecto -el mundo hispano como un polo emergente en el planeta, impulsado por sus pueblos y fuerzas progresistas, en el periodo histórico que vivimos con un imperio en su ocaso y la aparición de potencias emergentes- necesita más momentos para desarrollar su fuerza revolucionaria.
Eduardo Madroñal Pedraza