Tiempo de lectura aprox: 5 minutos, 31 segundos
“Subiendo de los profundos sótanos a los altos desvanes se podían admirar regiones y costumbres diferentes en capas superpuestas, distintos estados de sociedad que encajaban unos sobre otros como bandejas de un baúl mundo” (Benito Pérez Galdós en Los ayacuchos)
Un fantasma enajena la conciencia de los pueblos hispánicos, el fantasma de su propia identidad. Unidas en Santa Alianza, las fuerzas del mundo imperialista le gritan al unísono: “la culpa de vuestro atraso la tiene Felipe II”. De Wall Street a la izquierda intelectual francesa, pasando por los radicales alemanes, repiten incansablemente, “la colonización española, con sus secuelas de fanatismo e intransigencia, de codicia y holgazanería, de arbitrariedad y caciquismo está en el origen de todos vuestros males”.
¿Qué ciudad del mundo hispano que se precie no tiene su propio museo de la Inquisición para demostrar lo cierto de esta afirmación? ¿En cuántas mentes en apariencia lúcidas no resuena el lamento de “ojalá fuéramos anglosajones”?
Después de casi dos siglos de división y explotación inglesa, de guerras, anexión, intervención, invasión, “panamización” y “pinochetización” yanqui contra las naciones iberoamericanas, un inverosímil ejercicio de subversión de la memoria y enajenación de las conciencias trabaja afanosamente para que los pueblos hispánicos renieguen de su historia compartida, de su universo cultural común, de sus lazos de sangre, familia y estirpe, en una palabra de su propio ser, para convertirse en espectros en busca de un destino de explotación, saqueo y exterminio que bien conocen los pueblos indígenas de Norteamérica.
De este hecho se desprenden dos consecuencias: primera, que la identidad y la unidad de los pueblos hispánicos se halla reconocido por las grandes potencias imperialistas como una fuerza a la que es necesario controlar y anular. Segunda, que ya es hora de que los pueblos hispánicos reconstruyan y expongan a la luz del día y ante el mundo entero su propia historia, leída a partir de los hechos objetivos y basada en los datos de la realidad. Una lectura propia y veraz de nuestra historia, no la versión de la historia que interesa a la General Motors.
Una visión objetiva, material y desde las clases y la lucha de clases de lo que somos y de cómo hemos llegado a serlo. Y que, con ello, descubra y saque a la luz todas las enormes potencialidades que podemos llegar a ser. Elaborar la imprescindible historia de los pueblos hispánicos es una tarea primordial para decidir libremente nuestro destino.
Esta tarea revolucionaria sigue estando hoy plenamente vigente. Porque las aristas de un pasado imperial impuesto, como todos, a sangre y fuego, son utilizadas para generar una división y enfrentamiento entre los pueblos hispanos que siempre beneficia a las potencias que desde hace dos siglos nos imponen su dominio a ambos lados del Atlántico. Hemos de forjar una unidad libre y revolucionaria, que desde las diferencias y la pluralidad redimensione a cada miembro del mundo hispano y nos permita, frente a una hegemonía norteamericana que sufre tanto Iberoamérica como España y Portugal, defender nuestros intereses y poder decidir libremente nuestro destino.
Dos siglos de intervención norteamericana sobre el mundo hispano
En 1984, una comisión bilateral del Congreso y el Senado norteamericanos elaboró un voluminoso informe sobre la situación en Centroamérica. Estaba presidida por Henry Kissinger, secretario de Estado durante las presidencias de Nixon y Ford y arquitecto de la política exterior norteamericana entre 1969 y 1977. Desde su puesto de mando en la Casa Blanca, Kissinger fue el “cerebro” del golpe y posterior represión de Pinochet en Chile y de la junta militar en Argentina, impulsó la “Operación Condor”, una transnacional del terror que agrupaba a los regímenes fascistas proyanquis del cono sur, o instigó genocidios para exterminar grupos revolucionarios.
Sin embargo, el informe Kissinger acusaba a la herencia cultural española de la desigualdad social que existía en la región. Y afirmaba que “durante los tres siglos de dominación colonial española el sistema político centroamericano era autoritario; la economía era explotadora y mercantilista; la sociedad era elitista (…) y tanto la Iglesia como el sistema educativo reforzaban los patrones del autoritarismo. El período colonial tampoco facilitó las posibilidades para una experiencia autónoma de gobierno; la vasta población indígena nunca fue integrada a la vida política de las colonias”.
En 1984, año en que se elaboró el “Informe Kissinger”, el presidente norteamericano era Ronald Reagan. Bajo la dirección de Washington se ejecutó un sanguinario genocidio en Guatemala, causando más de 200.000 asesinatos, la CIA impulsó acciones terroristas en Nicaragua contra el gobierno sandinista -siendo condenado por ello en la Corte Penal Internacional- y EEUU armó al ejército y a grupos paramilitares para imponer el terror en El Salvador.
Pero para el “Informe Kissinger” la raíz de los conflictos en Centroamérica estaba ¡en la colonización española! Es como si el mayor asesino múltiple del presente nos alentara a perseguir barbaridades ejecutadas por personas ya fallecidas con el objetivo de mantener la impunidad para cometer más crímenes.
Seremos los pueblos y países del mundo hispano quienes ajustemos cuentas con los hechos sucedidos entre 1492 y 1823. Pero la “memoria histórica” que nos interesa rescatar es otra: la de dos siglos de intervención, agresión y expolio norteamericano, en Iberoamérica y en España. Justo aquella que Washington, el enemigo común al que hoy nos enfrentamos, en Madrid y en Buenos Aires, está empeñado en ocultar.
En los primeros años del siglo XIX Thomas Jefferson, uno de los “Padres fundadores” de EEUU afirma que “América [en realidad se refería a EEUU] tiene un hemisferio para sí misma”. Es la primera piedra de un proyecto imperialista que va a construirse a lo largo de todo el siglo XIX.
Primero se debe eliminar, físicamente, la molesta presencia de los indígenas norteamericanos. George Washington, primer presidente norteamericano, ordena la invasión del territorio habitado por los iroqueses. Sus órdenes son tajantes: “Es fundamental destruir no sólo a los hombres, sino también sus poblados y plantaciones. Lo que no pueda lograr el plomo, lo harán el hambre y el invierno”. Otro de los presidentes norteamericanos “totémicos” de su periodo fundacional, Andrew Jackson, defendía que “la nación cherokee debe ser exterminada”, y que “es conveniente matar a las mujeres indias para evitar que se reproduzcan”.
En 1823, James Monroe y John Quincy Adams, quinto y sexto presidente de EEUU, formulan la que ha pasado a la historia como la “doctrina Monroe”. Sintetizada en una frase: “América para los americanos” … del Norte. En 1845, para lanzar la guerra contra México y robarle la mitad de su territorio, John L. O´Sullivan, publica un artículo titulado “Anexión”, afirmando que “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Una “doctrina de la predestinación”, la médula del puritanismo calvinista más reaccionario, que ampara la expansión imperial. En 1885, Josiah Strong escribe: “La raza anglosajona está destinada a desposeer a muchas razas más débiles, asimilar a otras y modelar a las restantes hasta que haya anglosajonizado a toda la humanidad”.
“Desposeer, asimilar y modelar”. ¿Puede encontrarse una expresión más exacta del programa que el hegemonismo yanqui trata hoy de imponer para “anglosajonizar”, someter a su dominio, a todo el planeta?
La intervención y expansión del imperialismo yanqui ha tenido un mismo hilo conductor: imponer su dominio político, convirtiendo países formalmente independientes en colonias de hecho, y preservar y desarrollar los intereses de explotación de las grandes multinacionales norteamericanas. Y siempre se han enfrentado a un mismo problema: la imposibilidad de eliminar la lucha de los países y pueblos del mundo hispano por su independencia.
En una primera fase, las fronteras norteamericanas actuales se amplían a través del exterminio, la invasión y el robo. Exterminio planificado de las tribus indias, para extender el campo de acción del capitalismo hacia el Oeste. Invasión de México, para robarle más de la mitad de su territorio.
En una segunda fase, desde finales del siglo XIX hasta la década de los 30 del siglo XX, Centroamérica y el Caribe son el principal escenario, y la anexión o intervención militar abierta del ejército norteamericano su medio principal. Cuba, Puerto Rico Filipinas o Guam son desmembradas y anexionadas por EEUU, mientras las ocupaciones militares norteamericanas se suceden en Haití, Santo Domingo, Nicaragua… Así se crean las llamadas “repúblicas bananeras”, que deben enfrentarse a importantes rebeliones populares, como la encabezada por Sandino en Nicaragua, sofocadas por el poder yanqui, pero que van a dejar una semilla que crecerá y florecerá en el futuro.
En una tercera fase la expansión norteamericana prosigue hacia América del Sur, y el relevo lo toman corporaciones más poderosas (Ford, General Motors, ITT, General Electric…). El dominio, mucho mayor que antes, de la nueva superpotencia sobre el Estado y las oligarquías de los países hispanos, le permite intervenir “desde dentro”, a través de golpes de Estado, reconducciones o instauración de dictaduras fascistas.
Pero también en ese momento la lucha y resistencia de los pueblos y países hispanos da cualitativos avances. Surgen los cimientos de proyectos de burguesías nacionales antiimperialistas enfrentadas al dominio norteamericano: Perón en Argentina, Velasco Alvarado en Perú, Allende en Chile, Arbenz en Guatemala, Goulart en Brasil… Se fortalecen y avanzan los partidos y organizaciones revolucionarias, desde el movimiento obrero a partidos comunistas. Y en 1959 el triunfo de la revolución cubana supone un mazazo brutal a los intereses yanquis y un estremecimiento de esperanza que impulsa la lucha de los pueblos iberoamericanos.
“La Inglaterra ha comprado a buen precio la ruina de nuestra industria algodonera, librándose, por el medio más sencillo, de un competidor formidable (…) ¿Quién gobierna en España? (…) En realidad, el Embajador británico, asistido de la caterva de ayacuchos” (Benito Pérez Galdós en Los ayacuchos)