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En la noche de los tiempos se pierde el miedo a la locura, a esos seres fuera de la supuesta normalidad, a esas potencialmente peligrosas y extrañas personas que desde la distancia y la aversión hemos dado en llamar LOCOS.
Nunca en la diferentes eras y civilizaciones que poblaron nuestras tierras durante siglos supieron o quisieron navegar en el problema, en busca de la más oportuna y absolutamente necesaria solución. Denostados, quemados, torturados o simplemente marginados, nunca se les ofreció la más mínima oportunidad de vivir con cierta dignidad. Siempre al filo de lo más oscuro, en una sociedad que nunca les tuvo el menor aprecio, aprendieron a golpe de realidad y sufrimiento, simplemente a sobrevivir a una realidad que nunca supo o simplemente quiso entender, la necesidad de comprensión y de compromiso de esos «fuera de lugar» que lejos de aportar nada, eran frecuente motivo de conflictos y altercados, unos parásitos asociales que según algunos había que exterminar, en busca de la tan renombrada pureza de la raza.
En España llegamos un poquito tarde a la reforma que abrió las puertas de los llamados manicomios, que no eran otra cosa que cárceles disimuladas, donde era fácil entrar, pero muy difícil salir. Esa tan ansiada libertad por unos pocos y tan inconveniente por muchos más, tuvo un principio casi bucólico e ilusionante para profesionales, familias y los propios enfermos. Pero varias décadas más tarde hemos avanzado muy poco en la normalización y buscar verdaderas actitudes inclusivas en una sociedad que todavía es muy temerosa y reticente ante situaciones, muchas veces complejas de atender y sujetas a crisis y vaivenes emocionales de esa gran desconocida sustancia gris que rige nuestras vidas.
Situaciones que se agravan aportando nuevos frentes en caso de ser mujer la que ostenta el cartel de loca o esos múltiples eufemismos que nuestra imaginación crea para cubrir con el velo de la ignorancia y el cauto distanciamiento esa complicada Y oscura realidad. En una sociedad que aún considera hasta límites insospechados, esa palabra como un infranqueable e incómodo tabú. Castigando a una cadena perpetua social a las familias que tiene entre sus filas, a un soldado de este ejército de denostados, insultados y sobre todo marginados soldados de frente frágil y vida quebrada.
Profesionales implicados, colectivos hiper motivados, familias coraje, ONGs de diferente marca e incluso fugaces implicaciones de las distintas administraciones tratan de paliar en parte, este río de sangrante y urgente necesidad que asume con resignación la desidia de una sociedad que se pone de lado la mayoría de las veces, con la fácil excusa de tener cosas más importantes y urgentes que atender.
Cuanto tardaremos en extirpar ese oscuro estigma.? Cuanto en dejar de considerar la enfermedad mental como un castigo cuasi divino y abordar el problema en su justa dimensión.? Cuanto en ofrecer a esas personas, unas posibilidades reales y sólidas de reinserción en una sociedad que los suele condenar de antemano, a través de espontáneos jueces, inflamados de prejuicios anclados en el pasado, el desconocimiento y la constante sensación de inseguridad. Cuando empecemos a normalizar que ir al psicoterapeuta es equiparable a una visita al dentista y le quitemos ese halo de oscuridad y temor de siglos a la enfermedad mental, no comenzará a verse el ilusionante futuro, que estas personas y sus familias, sin duda, merecen. SEAMOS PROACTIVOS.