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(Miguel Gallardo Elena) Venimos asistiendo desde hace años, a un rosario de Leyes de Educación, contrapuestas, controvertidas, manifiestamente mejorables, encorsetadas, sectarias, partidistas, convenientes, oportunas, negligentes, retrógradas..,.Conformando un rosario de calificativos, sin término, de aprecio manifiesto o enconado desdén, según nuestro ideario político, nuestra visión de la realidad educativa e incluso las más diversas razones de índole laboral, económica o familiar.
Convirtiendo al tema educativo en una bandera ajada por los continuos y encontrados vientos de los doce hijos del desaforado Eolo en la arena política. Al albur de simpatías, manipulaciones, conveniencias y vaivenes de las distintas corrientes de un aire, muchas veces viciado y oportunista por sus inveteradas ansias de poder. Unas ansias injertadas en las modélicas intenciones de mejora que todos pregonan cuando llegan por mil caminos al poder, en las diferentes instituciones que pueblan nuestra amada geografía, y que nos empeñamos en parcelar con los más(a veces) peregrinos argumentos.
Una auténtica retahíla de siglas acompaña estos (en principio) ilusionados y abnegados proyectos, vestidos de los más brillantes propósitos, legislatura tras legislatura. Conformando leyes superpuestas en el tiempo y casi siempre contrapuestas en los contenidos, que nacen huérfanas del oportuno consenso y casi impuestas por las mayorías en las diferentes cámaras.
Leyes, como la que debe ser referente y guía para un pilar de la sociedad que nos debe enorgullecer en planteamientos y deberes, como es la EDUCACIÓN de nuestras futuras generaciones, es decir, la formación de los constructores de nuestra venidera realidad como país. Debe, por derecho propio, merecer el oportuno y sólido consenso entre las diferentes fuerzas políticas, desde el propósito de enfatizar lo que las une y minimizar lo que las separa.
Hay ciertas cuestiones que merecen un definitivo PACTO DE ESTADO, sincero y sin paliativos. Impermeable a la pertinaz búsqueda de réditos de político interés, a las que muy a nuestro pesar, nos hemos terminado acostumbrando.
Deberíamos ser capaces, de aunando voluntades, construir un firme edificio que albergarse una Ley Educativa fuerte, flexible, equitativa, libre y eficaz, que por supuesto fuese inmune a las intrincadas selvas del pensamiento y a los manuales de las más diversas herramientas que sirven de dudosa utilidad a los políticos de turno, a veces demasiado cerca del insulto y la mediocridad. En esa ilusión vivo.