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Aunque nunca los hayas visitado, hay lugares que, sin quererlo, forman parte de tu vida. Hay sonrisas y pequeños gestos de admiración que siempre te acompañarán, como sutiles guiños de emoción y realidad contenida. Pequeños lagos de nostalgia cuando ves partir, a aquellos que, por unos días, vivieron en el llamado primer mundo. Donde no hay que traer el agua de unas es lejanas fuentes, bajo el abrasante sol del desierto, donde una piscina comunitaria es lo más cercano al mar y una cama, es asimilable a la compañía de las más bellas huríes que anunciara el Corán.
Esos pequeños rostros que llegan con miedo e incertidumbre y se van con resignación y nostalgia de sus verdaderas familias, aquellas que crecieron y se han hecho adultos a la sombra de un exilio que dura ya 45 años. Aquellos españoles que tuvieron incluso, representación en los gobiernos tardo franquistas y que fueron abandonados ante un potencial conflicto con Marruecos.
En aquellos complicados días donde con un Franco agonizante, el problema de la sucesión primaba en un gobierno con marcada debilidad política y una laxa acción institucional, donde interesaba liquidar y olvidar nuestras aventuras coloniales, aunque fuera a costa del genocidio de los autóctonos, en el caso del pueblo saharaui. Una decisión poco favorable a los intereses de nuestro país por razones económicas, diplomáticas, de defensa, en materia de seguridad y, por supuesto, nefasta para los habitantes del Sahara Occidental.
Nuestros hasta esos días, casi hermanos, que se agrupaban en torno a la capitalidad de Villa Cisneros (hoy El Aaiún). Tierras ricas, con abundantes recursos naturales fosfatos, minerales, pesca… y que hoy podían ser unos eficaces aliados en materia de seguridad, al conformar un estado de contención del islamismo radical y un aliado en materia de migración. Sin duda, un estratégico enclave para España y por extensión para la comunidad europea. Todavía quedan, aunque invadidos por la arena y el olvido, restos de la presencia española en un territorio ocupado, gracias a la hábil maniobra de la Marcha Verde, donde 350.000 civiles, escoltados por 20.000 soldados de las Fuerzas Armadas Reales (FAR), enarbolando banderas, retratos del monarca alauita y bellos ejemplares del libro sagrado de los musulmanes, invadieron «pacíficamente» lo que fue protectorado español, conminados por su monarca, desde un principio, a confraternizar con todos los españoles que encontrasen a su paso.
En una maniobra política vestida de encuentro y reconciliación entre hermanos de fe que a la postre fue una anexión en toda regla y que la comunidad internacional no supo o no quiso resolver adecuadamente. La solución hubiese podido ser, aceptar la autodeterminación del territorio en una opción parecida a la Commonwealth, pero no hubo voluntad política, aunque la ONU reconoció que los territorios no pertenecían a la soberanía de Marruecos ni de Mauritania.
Tras 16 años de guerra, en 1991 se firmó una endeble paz, donde las legítimas reivindicaciones de aquel pueblo abandonado por los españoles, se perdían del panorama internacional. El tiempo y el anonimato han ido haciendo mella en la población de los campamentos de los exiliados en Tinduf. Las condiciones de vida son desesperantes, la tierra es seca y el escaso ganado que poseen apenas alcanza para pastar en la asfixiante aridez de un desierto que cada vez hunde más profundamente sus ilusiones de autodeterminación. Falta de empleo, aburrimiento, delincuencia y la sombra de la radicalización, acompaña a diario a unos jóvenes que no terminan de ver luz en un futuro incierto, que no es mejor en la zona ocupada, donde, juicios injustos, torturas y detenciones arbitrarias son el plato del día, servido fríamente por un gobierno opresor que se viste de cara a la galería como cariñoso y paciente tutor de personas en permanente e insegura adolescencia.
Un famélico gobierno de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) sostiene, en el exilio argelino unas exiguas esperanzas en torno a una bandera que desgasta el tiempo y el viento del desierto, mientras el Frente por la liberación del Sahara Occidental (Frente Polisario) que nació bajo la ocupación española, insiste en una interminable guerra de baja intensidad contra el poderoso enemigo del norte a la sombra de Argelia, su irreconciliable vecino. Instalados en una permanente oferta de diálogo, pero con la irrenunciable condición de aceptar el inalienable derecho a la independencia del pueblo saharaui y la siempre presente amenaza de volver a las armas, mientras que miles de personas siguen envejeciendo en el exilio, en medio de hambrunas y pandemias.
Con el vergonzante abandono de su colonia, España perdió un amigo. No sería, ya tiempo de hacer algo más contundente y oportuno que asistir a las cíclicas declaraciones de guerra de la RASD al gobierno de Rabat, acoger a niños para que pasen un verano feliz de parques acuáticos y neveras llenas, para luego devolverlos a su dura y diaria realidad, o de actuar de solidarios amigos en campañas de ONGs?.
Las voces del desierto claman soluciones, no nos quedemos como siempre en buenas intenciones YA ESTÁ BIEN DE PAÑOS CALIENTES.