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Entre la maraña de informaciones sobre el «incidente del Capitolio» se esconden los hechos importantes, aunque todavía sean pocos, que se conocen hasta el momento y en los que se puede y se debe basar una explicación que permita orientarse a la gente de bien.
Los hechos que importan
Un primer dato significativo es que el Capitolio, edificio que concentra la Cámara de los representantes (similar al Congreso de los diputados en España) y el Senado -todo el poder legislativo de Estados Unidos considerado el «sancta sanctorum de la democracia norteamericana»- fuera ocupado, incluyendo actos de violencia dentro y en sus alrededores con el resultado de cinco muertes, entre ellos, una ocupante del Capitolio y un policía de servicio allí mismo. No se había derramado sangre en el Capitolio desde el siglo XIX. Aunque no puede, ni debe, calificarse de «golpe de Estado», porque no había ningún viso de que llevara a un cambio de poder en Estados Unidos- sí supone un acontecimiento insólito y gravemente simbólico.
El segundo dato significativo es que para que haya sido posible la ocupación ha sido necesaria la desprotección del edificio, manteniendo una reducida presencia policial dentro y en especial en los alrededores. En todos los medios de comunicación de Estados Unidos y del resto del mundo hemos visto en distintas ocasiones en las que se han convocado concentraciones -no ocupaciones- cerca del Capitolio la presencia desbordante de policías y de barreras sucesivas para impedir que los manifestantes se acercaran ni siquiera a las proximidades del edificio, como en los casos de las recientes manifestaciones antirracistas Black Lives Matter y hace algún tiempo las pacifistas contra las guerras lanzadas por Estados Unidos. Y siempre con intervención agresiva y violenta de la policía contra los manifestantes pacíficos.
El tercer dato significativo es que la convocatoria, su preparación, su desarrollo y su objetivo insurreccional eran no solo de sobra conocidos por las diversas agencias de inteligencia y seguridad estadounidenses, sino que eran de dominio público dentro y fuera de Estados Unidos. La marcha sobre el Capitolio incluía una parada ante la Casa Blanca para un acto en el que Trump -el presidente saliente- arengó a los manifestantes y los animó a seguir hacia la sede del poder legislativo para impedir la aprobación del resultado de las elecciones por el que Biden sería el presidente entrante.
El cuarto dato significativo es que inmediatamente después de que se produjera la ocupación la gran mayoría de congresistas del partido republicano, los medios de comunicación afines al partido y expresidentes republicanos no solo lo condenaron, sino que señalaron a Trump como responsable. Y los demócratas obviamente se lanzaron a degüello a por Trump. Y tras reanudarse la sesión en el Capitolio, y rechazar las objeciones a los resultados electorales presentadas por algunos contumaces congresistas trumpistas, ambas cámaras certificaron de una vez la victoria de Biden.
El quinto dato significativo es que, para poder cerrar el proceso electoral y el relevo presidencial con ciertas garantías de estabilidad, aunque temporales, se haya llegado a una actuación como ésta, de una gravedad extrema y que convulsiona la política norteamericana, y por extensión la política global. Unos hechos que desprestigian a Estados Unidos como democracia en el mundo y como superpotencia. Unos hechos que no se pueden reducir a la ira de un reducido grupo de extremistas ni a las maniobras desesperadas de un presidente que se resiste a abandonar el cargo.
Eliminar a Trump para que el trumpismo siga
El trumpismo tiene dos aspectos, uno secundario, llamativamente reaccionario y fascista, y, otro principal, decididamente agresivo de superpotencia. Nosotros nos referimos al trumpismo como la línea política, económica y militar que ha impuesto la clase dominante de Estados Unidos, durante la administración Trump, golpeando al resto de países del mundo y a su propio pueblo.
Sin embargo, Estados Unidos está en declive económico desde la década de 1980. Más de la mitad de la población está experimentando una caída o estancamiento de su nivel de vida desde hace más de cuarenta años. La desigualdad no solo ha llegado a ser la peor del mundo occidental, sino que ha vuelto a los niveles existentes en la década de 1930. La mayoría de la gente estadounidenses cree ahora que sus hijos serán más pobres de lo que ellos mismos eran a la misma edad. El sueño americano se ha roto. Habiendo estado prácticamente en ascenso durante toda su historia, durante dos siglos, el despertar ha sido muy duro: en los últimos veinte años, dos guerras fallidas, la crisis financiera de 2008, una economía debilitándose, un declive nacional acelerado y el ascenso de China.
Todo ello ha llevado a la agudización de la lucha entre las dos fracciones existentes en el seno de la burguesía monopolista estadounidense. Y en el momento actual importantes sectores de la clase dominante y sus representantes políticos, incluidos algunos que han sostenido a Trump estos cuatro años, apoyan ya a Biden y necesitan deshacerse de Trump.
Tenemos como ejemplos la carta de varios ex secretarios de Defensa de EEUU -todos representantes del complejo militar industrial, muchos de ellos «halcones» republicanos- que piden la aceptación de los resultados electorales. Así que G.W. Bush, Cheney, Rumsfeld y Mattis han instado a Trump a «dejar al Ejército fuera del debate político». Y la carta de doscientos presidentes ejecutivos de grandes empresas de EEUU -entre ellos grandes firmas de Wall Street- en la que instaban al Congreso a certificar el resultado de las elecciones, afirmando que «los intentos de frustrar o retrasar este proceso van en contra de los principios esenciales de nuestra democracia».
Entre los firmantes toda una amplia representación de ejecutivos de las compañías del exclusivo club Fortune 500 (la lista anual de la revista que elige a las 500 mayores empresas del país), y de las corporaciones más conocidas como grandes fondos y bancos de inversión -Blackrock, Goldman Sachs, Blackstone, Carlyle Group-, tecnológicas -Microsoft-, titanes del crédito y los seguros -Mastercard, American Express y AIG-, gigantes farmacéuticos -Pfizer-, grandes conglomerados mediáticos -Hearst-, agencias de calificación y auditorías financieras -Moody’s, PwC y Deloitte-, grandes de la cosmética -Estée Lauder-, y ligas profesionales -la NBA-. También se ha unido la Asociación Nacional de Fabricantes, que agrupa a 14.000 grandes empresas manufactureras -la «gran patronal norteamericana»- exigiendo la aplicación de la 25ª enmienda para destituir inmediatamente a Trump.
La superpotencia en su ocaso
Estados Unidos es la única superpotencia realmente existente en el mundo actual y necesita dar una respuesta a su ocaso imperial. Una respuesta interna, ante la pandemia sanitaria y la crisis económica, y una respuesta externa, ante el avance de las potencias emergentes, en especial China, y el auge de la lucha de los pueblos del mundo.
Por ello el «incidente del Capitolio» hay que entenderlo a la luz de la lucha entre las dos fracciones de la clase dominante norteamericana para responder al reto, nunca antes enfrentado, de su propio ocaso. Se está desarrollando un fuerte movimiento de cada vez más sectores de la burguesía monopolista -incluidos núcleos que han venido apoyando a los republicanos- que están cerrando filas con Biden y desmarcándose de Trump. Biden ha salido reforzado, y además inicia su mandato con el control de las dos cámaras del Capitolio. Necesitaban «quemar» a Trump. Pero esta crisis está muy lejos de haber concluido. Pase lo que pase con Trump seguirá habiendo trumpismo más allá de él.