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Las muertes relacionadas con el COVID-19 en Estados Unidos superan ya las 555.000 (a la hora de redactar el artículo) y las cifras tienden a aumentar. Se han perdido más vidas estadounidenses en esta pandemia que en los combates de la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas.
Pero en la superpotencia estadounidense, única realmente existente, no solamente se está desarrollando una pandemia sanitaria. En el actual país más poderoso, con sus características sociales de capitalismo monopolista, también se está produciendo una pandemia social, una pandemia de clase en la sociedad. Un estudio de la Universidad de California en San Diego, ha dado a conocer que los trabajadores esenciales -que en su mayoría son inmigrantes, hispanos y negros- han sufrido más contagios y más fallecimientos. El estudio demuestra que la mayor mortalidad que sufren estaría asociada estadísticamente con ciertas condiciones sociales de la salud, como no hablar inglés y vivir en pobreza.
Otro estudio de un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard, se ha centrado en el hecho de que las muertes por covid-19 se producen en una proporción mucho más elevada entre las comunidades hispana y negra, y en las zonas con mayor concentración de pobreza. Por ejemplo, los adultos que vivían en hogares cuyos ingresos fueron menores que el ingreso medio del país, representaron dos tercios de las muertes por covid-19. Y las personas sin el título de educación secundaria representaron aproximadamente 1 de cada 4 muertes.
Y otro estudio de origen canadiense demuestra que las áreas con proporciones más altas de bebedores excesivos de alcohol, niños que vivían en hogares con un solo padre, con más adultos sin seguro médico, con más minorías raciales, con más mujeres, mayor densidad de población, mayor contaminación ambiental y segregación residencial entre blancos y no blancos, tuvieron tasas de mortalidad por covid-19 más elevadas.
Y tristemente, el covid-19, no solamente se ha convertido desde octubre de 2020 en la tercera causa de muerte en los Estados Unidos para personas de 45 a 84 años y la segunda causa de muerte para personas mayores de 85 años, sino que también ha mostrado, con sus crueles consecuencias sociales, las terribles desigualdades de clase existentes en Estados Unidos.
Mientras sus líderes, sea antes Trump o sea ahora Biden, se ufanan de que Estados Unidos es la superpotencia mundial, la trágica realidad es que también se ha convertido en una superpotencia en pandemia, una superpotencia en incalculables sufrimientos para la inmensa mayoría de su pueblo.
Pero no solo, con lo que supone de terrible, los fallecidos, y las posteriores secuelas de los gravemente afectados por el virus. Es también la pandemia en las condiciones de vida y de trabajo de muchos más millones de estadounidenses. Una pandemia de clase social, como descarnadamente ponen de manifiesto los datos. La clase dominante, la burguesía monopolista, según Business Insider informaba el pasado 30 de octubre, aumentó su riqueza en medio billón (millón de millones) de dólares en 2020, mientras que 40 millones de trabajadores estadounidenses tuvieron que solicitar un seguro de desempleo.
Millones de personas que sobrevivieron al COVID-19 siguen enfrentándose a la pérdida de empleo y a los desahucios. Dos millones de personas pueden sufrir inseguridad alimentaria en Estados Unidos este año, pero aparentemente abordar la hambruna no es una prioridad del Congreso. Tampoco lo es la financiación de infraestructuras como las escuelas públicas, la vivienda y el transporte.
El Congreso de Estados Unidos ha aprobado el Plan de Rescate Americano de Biden, por 1.900 millones de dólares, firmado el 11 de marzo, pero se ha negado a aumentar el salario mínimo por hora a 15 dólares -lo que beneficiaría a más de 27 millones de trabajadores- siendo una obvia medida de mejora, cuando, además, el aumento del salario mínimo se incluía inicialmente en la nueva legislación frente a las consecuencias del COVID. Su aprobación daría un alivio, largamente esperado, a los trabajadores de bajos salarios, predominantemente negros, hispanos, inmigrantes y mujeres.
Sin embargo, durante la pasada legislatura con Trump, la Ley de Recorte de Impuestos y Empleos bajó los impuestos a las grandes empresas por valor de 1.500 millones de dólares, provocando un aumento de déficit estatal de 984.000 millones de dólares y que así se disparará aún más el endeudamiento federal en Estados Unidos.
La Ley CARES y tres medidas complementarias aprobadas en 2020, con el apoyo de todo el Congreso, fueron elaboradas para asegurarse de que los mayores beneficiarios fueran los oligopolios y las familias oligárquicas de Estados Unidos. Mientras que la Ley CARES con la mano izquierda daba pequeñas ayudas a unos 159 millones de personas, con la mano derecha otorgaba exenciones fiscales por valor de miles de millones de dólares al conjunto de la burguesía monopolista, al 1%.
De hecho, el propio Comité Conjunto de Impuestos del Congreso tuvo que reconocer que cinco disposiciones fiscales estaban dirigidas específicamente a beneficiar a las familias oligárquicas, por un valor equivalente a todos los cheques de ayuda entregados a los sectores sociales más perjudicados. A lo largo de la pandemia de coronavirus, la mayor preocupación de los oligopolios no ha sido el aumento del número de muertos, sino la caída de sus beneficios.
Los trabajadores estadounidenses necesitan que se les garanticen unos ingresos mensuales dignos, que se les proteja contra los desahucios y que tengan un acceso adecuado a la alimentación y a la atención sanitaria, para que no se vean obligados a trabajar en condiciones inseguras durante la pandemia de COVID-19 sólo para sobrevivir.