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Por Francisco Javier Rodríguez Barranco/ Autor: Félix Hernández de Rojas
Ediciones Azimut. Fecha de publicación: 2015. 292 páginas 15 euros
Pocas cosas hay tan parecidas a una investigación policial como una investigación histórica, también las investigaciones periodísticas, pero en sentido estricto, una investigación periodística es una investigación histórica de nuestros días. Y pocas cosas me parecen tan interesantes como una investigación histórica sobre la presencia europea en América, un continente que desde la llegada de Cristóbal Colón siempre fue presentida como una región arcádica, paraíso perdido o espacio propio de la utopía tras la obra de Tomás Moro.
En fecha reciente se ha publicado en España (Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2014) la última, hasta ahora, obra del profesor Felipe Fernández-Armesto, Nuestra América. Una historia hispana de Estados Unidos, que es traducción de la misma obra publicada inicialmente en inglés, donde se profundiza en las raíces españolas en el país de las barras y estrellas, que son mucho más extensas en el espacio y en el tiempo de lo que comúnmente se piensa. Baste pensar que en el siglo XVIII, la corona española llegó tener un fuerte en Vancouver. Pues bien, como tesis fundamental, defiende Fernández-Armesto que Estados Unidos es Latinoamérica, y que de la convivencia pacífica de ambas culturas, la anglosajona y la hispana, tan sólo esperar el engrandecimiento de lo que todavía sigue siendo el país más poderoso del planeta, lo cual subvierte, a mi modo de ver, el planteamiento esencial bajo el que nació la NAFTA (North-Amercian Free Trade Agreement), que nace para mayor gloria del Tío Sam, al menos en lo que a la expansión más allá del Río Grande se refiere. Nafta es también el nombre que en Argentina se da al petróleo, o al menos la gasolina, que es el principal recurso económico de Texas, el estado de la estrella solitaria, disputado durante el siglo XIX entre México y USA, con victoria final de éstos, que además coleccionaron héroes en El Álamo, pero eso no pasa de una coincidencia fonética.
Como curiosidad comenta Fernández-Armesto que los primeros seres vivos procedentes de Europa que pisaron territorio de lo que ahora mismo constituye la Unión fueron cabras y cerdos en Puerto Rico el 8 de agosto de 1505, a causa de las ambiciones sobre la isla de Vicente Yáñez Pinzón, a la sazón en disputa por ese tema con los herederos de Colón, pues ése era el modo en que los pioneros de la época se aseguraban la comida. Fernández-Armesto se basa a su vez para estos datos en V. Murga Sanz, Juan Ponce de León (Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1971).
De manera que, no es posible imaginar la gestación de los Estados Unidos, sin sus dos grandes ejes cartesianos: las ordenadas, que se extenderían de sur a norte, con arreglo a la expansión de la corona española, y las ordenadas, de este a oeste, con arreglo a la expansión de los anglo-americanos a partir de la independencia, es decir, 1776, siendo así que serían estos últimos quienes acabaran imponiéndose sobre todo el territorio de lo que ahora mismo es el país del águila de cabeza blanca, gracias, entre otras cosas a la falta de escrúpulos, e incluso genocidio cometido sobre la población mexicana. Al fin y al cabo no eran nada más que greasers, grasientos, que perdían guerras cuando les sorprendían en la siesta.
Pues bien, en Spanish Texas, Félix Hernández plantea una ficción que toma como punto de partida los Naufragios, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, a quien le tocó conquistar unas tierras, los desiertos de Texas, cuyo único interés económico era el petróleo, totalmente despreciable en el siglo XVI. Con ese telón de fondo, asistimos a una historia que se desarrolla entre dos mundos: el Nuevo y la vieja España, con su grandeza de bares de barrio y apartamentos en Vallecas; en dos momentos históricos: el actual y el pasado colonial; con una monja con el don de la bilocación; en un territorio, Texas, que participa de dos naturalezas: la hispana y la anglosajona; e hilvanado todo ello por un detective privado, quintaesencia de la casposidad, cuyas investigaciones transcurren también en dos planos: el real y el de sus visiones. Nada que ver con Torrente, si alguno se ha hecho esta pregunta.
Spanish Texas es una novela que requiere lectores despiertos, lo cual es tremendamente gratificante en un momento como el actual en que los escaparates de la librerías se inundan con, así llamados, libros, cuya lectura es perfectamente con una mente concentrada en otras cuestiones (los problemas cotidianos, una partidita de scrabble on-line, etc). Spanish Texas es una novela fruto de un escritor cuya primera vocación fue la poesía y eso permite una textura diferente a la hora de plantear, contemplar y resolver las situaciones. Spanish Texas no se despeña por la senda manida de la pseudo-melancolía larvada de misterio. Tampoco es una historia en la que los buenos son malos que se han cansado de serlo, según leía en cierta ocasión que sucede con los protagonistas de la novela negra norteamericana. Spanish Texas es una novela donde la cotidianeidad y la fantasía caminan del bracete y tan a gusto.