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Autor: Francisco Javier Rodríguez Barranco
Ilustraciones de portada y contraportada: Xero Fernández
Málaga, Ediciones Azimut, 2017
352 páginas
La célebre aseveración de Jorge Luis Borges de que se enorgullecía mucho más de los libros que había leído que de los que había escrito nos abre una apasionante vía de pensamiento y no debe en absoluto considerarse una salida ingeniosa ni una boutade. Si valoramos al artista por su obra —en cualesquiera disciplinas— hemos de admirar también al sabio admirador, al que sabe apreciarla con criterio científico y buen gusto estético, precisamente porque ésta es una especie cultural que escasea en grado sumo. No sería de esta manera si los espectadores del filme o la obra teatral, si los oyentes de la música y los lectores de los textos poseyeran en un grado aceptable esa capacidad de ponderación y juicio. Pero lamentablemente no es así. Las películas más vistas y apreciadas en cada año han sido las iniciales y las secuelas de James Bond, Indiana Jones y Harry Potter, no los filmes de Kubrick, Wilder o Kurosawa. Hay en la actualidad un plebeyismo entre los “consumidores de cultura” que los lleva a preferir y a encumbrar obras artísticas muy mediocres. Y como muchas veces lo hacen dirigidos y alentados por los especialistas, cobra más valor el crítico culto, analítico y constructivo que sabe interpretar el arte de su época y fijar los parámetros para su juicio posterior. Francisco Javier Rodríguez Barranco es un crítico cinematográfico tremendamente sagaz que dignifica el oficio de tal y compensa muchas veces los desaguisados de otros menos comprometidos con la verdad o simplemente poco capacitados para la labor.
El presente libro es una selección del trabajo de este experto, en el que ha querido sintetizar el sentir del siglo que llevamos a través de la interpretación que el cine hace de él. No ha rehuido el problema con la excusa de que no se puede juzgar lo contemporáneo por falta de perspectiva. Esto es una falacia y hasta una cobardía. Precisamos de un entendimiento claro del mundo en el que vivimos y dárnoslo es una de las funciones de las artes y de los que nos acercan dichas artes. Así, el autor analiza películas recientes, inmediatas, con los ojos de esa misma modernidad.
Nos advierte en su prólogo que se ha tomado confianzas en el título denominando familiarmente “pelis” a las que no son sino “señoras películas”, elegidas entre producciones de los cinco continentes y de muy variados subgéneros, por su calidad y sus referencias conceptuales o estéticas, nos dice. Recalca la importancia intrínseca de las cintas que comenta y también su pertinencia, lo adecuado de sus temas y tratamientos en nuestro momento. Nos anticipa que ha hecho uso de una curiosa pero muy válida herramienta hermenéutica: el logaritmo filosófico, lo que viene a significar que analiza las películas con un criterio científico y riguroso, y a la vez humanístico y profundo, no limitándose a la superficial deconstrucción de aspectos de interpretación o montaje a la que otros críticos nos tienen acostumbrados.
¿Cuál es el resultado de tal acercamiento al cine? Pues que lo que este libro incluye no interesará únicamente a los aficionados al séptimo arte, sino también a cualquier persona inteligente y sensible que se preocupe por una serie de temas vitales de nuestros días a los que las películas seleccionadas sirven de base de debate. Rodríguez Barranco analiza sus filmes con unos planteamientos que ya de por sí atraen e intrigan y que sirven de encabezados a sus capítulos: conflicto de realidades, cotidianidad trascendental, coexistencia de contrarios, pasiones analógicas, espejos rebeldes… Sus reflexiones son de gran valor y enteramente personales e intransferibles, al no haber podido contar con una bibliografía que pudiera servirle de guía ni autoridades en las que apoyarse para evitarse las responsabilidades de una opinión muy personal.
El autor es también novelista y eso se deja entrever por su elegante prosa y gran dominio de la lengua, otro mérito que no tendría por qué serlo ni por qué mencionarse si todos los libros estuvieran tan bien escritos como éste. Además, el estilo no es frío y académico, como erróneamente se le suele exigir a los textos críticos. Su variedad, originalidad y cercanía proporcionan una grata lectura.
Enrique Gallud Jardiel