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Hasta no hace demasiado tiempo, nos saludábamos con dos besos o según la ocasión y la intensidad sentimental del saludo…. Incluso nos abrazábamos. Ahora, llegado el incierto momento del saludo, no sabemos si darnos el puño, el codo o hacer una simple reverencia. Una de las consecuencias sociales de la pandemia, es la ausencia de un contacto que a veces es tan necesario como la vivífica agua cuando nos aprieta la sed. Ese que echamos de menos y que tanto nos apetece a veces, aunque las circunstancias nos lo prohíban y que en algún peligroso caso ha terminado por explotar, porque la verdad…. Sobran las ganas.
Pero no es solo el miedo al coronavirus, el que está cambiando nuestra forma de relacionarnos y que nos hace tomar distancia. La pandemia solo ha hecho que acelerar una tendencia que ya se vislumbraba en un horizonte no muy lejano, donde la automatización digital de muchas acciones cotidianas espoleaba una economía sin contacto humano y por extensión la invasión mediática de una sociedad que inundaba nuestra realidad de códigos, claves, números, perfiles, aplicaciones… vestidos de comodidad y eficacia.
En pocos meses se dio un salto de años en la digitalización de nuestras vidas, se generalizaron el teletrabajo, las clases y las reuniones. Poco a poco, el dinero se batió en retirada, pasando el testigo a la tarjeta, que pronto abdicó su corto reinado en el Bizum y otros sistemas de pago con la complicidad de su aliado el “imprescindible” teléfono móvil.
Algunas de estas formas de relación sin contacto se han ido normalizando tanto que, ya forman parte de nuestra vida cotidiana como algo habitual. Entramos en un comercio, buscamos, nos probamos y pagamos en el cajero automático a la salida. Los QR sustituyen al mejor de los maîtres, y pronto nos servirá un robot en el restaurante que dirá la temperatura exacta de la sopa cuando llegue a la mesa, o nos informará de forma puntual de las calorías que estamos a punto de ingerir. Compramos on line, sin hablar con nadie, en breve se instalarán dispositivos de recogida donde se amputará en aras de la eficiencia, esa maravillosa capacidad que adorna al género humano.
En múltiples situaciones se nos obliga a interactuar con máquinas de frases cortas, números y datos, en un verdadero diálogo de besugos, que nos lleva en no pocas ocasiones a la desesperación, aderezada con la inevitable encuesta de satisfacción.
Esta peligrosa tendencia está afectando a los servicios médicos, donde habrá que estar vigilantes para que la sobrecarga asistencial y la falta de recursos humanos, no nos conduzcan a una sanidad sin el tan necesario, incluso imprescindible contacto humano que debe suponer la práctica de la medicina, donde el cuerpo a cuerpo es tan necesario como eficaz. ¿Cómo construir seguridad, confianza, esperanza sin el contacto humano?
No cabe duda que estas tecnologías aportan muchas ventajas, aumentan la productividad y pueden regalarnos algo que el común de los mortales, dice no tener… TIEMPO.
Incluso para buscar una relación que pueda aportarnos estabilidad emocional, acudimos a plataformas de dudosa eficacia, cuando lo que apostamos en una especie de ruleta rusa, es algo tan importante como nuestros propios sentimientos.
La sociedad del distanciamiento, a veces acaba sorprendentemente bien, pero otras, termina fatal. Las máquinas ni sufren, ni padecen, ni tan siquiera sonríen, ni te aportan un poco de calor humano o de criterio. Que oscura pátina de flexibilidad manejada se adhiere a nuestra capacidad de discernimiento, cuando el móvil se convierte en nuestro mejor amigo, o un” influencer” se hace dueño de nuestra opinión, donde no damos cabida a ninguna otra (incluso la tomamos como una ofensa). El jugoso y antiguo debate, simplemente se obvia y es acompañado al destierro de su amiga la sana conversación.
Ya estamos notando las consecuencias de vivir conectados a las cosas y desconectados de las personas. Internet no se manifiesta hoy como un espacio de acción común y comunicación bidireccional, sino más bien se desintegra en espacios expositivos del yo.
Los cambios han venido para quedarse, pero podemos modular su ritmo y la dirección que tomarán, de manera que la economía del aislamiento, no nos llevé de manera irremediable a la sociedad del aislamiento.
Desterremos la peligrosa realidad de cerebros abollados por la publicidad, por gurús y falsos terapeutas emocionales o libros de autoayuda que tratan de sustituir por barata demagogia, una conversación con un amigo, unos ojos que hablan, una caricia, un consuelo, una alegría compartida con ese regalo tan especial que manifestamos los humanos a través de la palabra, el gesto o la emoción. Por favor, no perdamos NUNCA EL CONTACTO.