Ecología y medio ambiente

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Desde EnergiaToday nos hacen llegar una interesante infografía que nos muestra algunos datos preocupantes sobre los niveles de contaminación actuales en nuestro planeta.

El cambio climático es el resultado de la sobreexplotación de combustibles fósiles empleados para producir distintas fuentes de energía a partir del petróleo, gas y carbón, causantes en gran medida del calentamiento global que amenaza toda forma de vida sobre la Tierra. Y no es una exageración.

La contaminación ambiental y muchas otras formas de daño irreversible a la naturaleza, tiene su raíz en la industrialización de las actividades económicas destinadas a generar bienes en serie para satisfacer las necesidades del ser humano, pero también hay mucho derroche de energía, especialmente en grandes ciudades del mundo, donde la contaminación lumínica es creciente. Por ejemplo: Las Vegas, Nueva York, en Estados Unidos. O Tokio, en Japón y Hong Kong, ambas en Asia.

La industria del plástico es otro ejemplo de la industrialización acelerada.

El plástico es un derivado del petróleo de gran poder destructor, al punto de que se necesitan alrededor de 1.000 años para que la naturaleza consiga destruir o degradar un solo envase plástico.

Su consumo es muy variopinto y aterrador. Por ejemplo, alrededor de un millón de bolsas de plástico son usadas cada minuto en actividades comerciales cotidianas. ¡Y tardan cientos de años en degradarse!

Lo más triste es que menos del 5% de esas bolsas son recicladas cada año.

A gran escala, la industria petroquímica emplea cerca del 8% al 10% de la producción petrolera para fabricar en serie productos plásticos.

Solamente el 40% de la producción de plásticos se reserva al rubro de envases empleados una sola vez por la industria alimenticia, ya que no se reciclan.

Pero la industria del plástico, de ganancias mil millonarias, pareciera no detener su ambiciosa meta contaminante: a partir del año 2000 intensificó en un 40% la producción en masa de todo tipo de presentaciones de potes, envases destinados a cubrir la demanda del sector alimentos.

En consecuencia, se producen alrededor de 100 mil toneladas/año de desechos que son vertidos incorrectamente en la naturaleza.

De ese total anual, más de una décima parte cae directamente a los mares y océanos, con expresiones lamentables de la alta capacidad destructora del ser humano, tales como islas flotantes de plásticos que afectan la fauna de los ecosistemas marinos.

El peor caso sucede en el océano Pacífico, donde la más grande isla de residuos plásticos triplica el tamaño de Francia y envenena, año tras año, a miles de especies de la fauna marina, entre California y Hawái.

Según se desprende de un estudio publicado en la revista Nature esta área de residuos del Pacífico abarca 1,6 millones de kilómetros cuadrados con cerca de 80.000 toneladas de plástico.

Otro impacto se evidencia en la aparición de enfermedades tropicales, virus pandémicos y otras expresiones del calentamiento global que impactan los sistemas de salud.

Pero también es creciente la pérdida de cultivos en zonas arrasadas por la sequía y la falta de agua, causando hambrunas, desolación y muertes.

Pero África es uno de los continentes más golpeados, tanto que hasta podría desaparecer la producción de chocolate ante la creciente dificultad de cultivar el cacao, que cada vez encarecerá más sus costes de producción.

En contraposición a la sequía, sobreviene el grave derretimiento de los glaciares polares. Si desaparecen, el estado de Florida o Nueva York en Estados Unidos, quedarán sumergidos bajo las aguas ante el crecimiento en el nivel de los océanos.

Aunque la comunidad internacional avanza en su intención de reducir los efectos del cambio climático, con iniciativas dirigidas a frenar los estragos causados por el calentamiento global, tras suscribirse el Acuerdo de París y otras iniciativas globales que comprometen el accionar de los países industrializados, desde el siglo XIX la Tierra ha venido sufriendo un recalentamiento estimado en un 0,8 °C que amenaza toda forma de vida.

Estados Unidos, China, India y Rusia son las naciones que más dióxido de carbono emiten a la atmósfera terrestre, aun cuando proporcionalmente territorios tan pequeños como Gibraltar, o Singapur, expulsan más C02.

Emisiones fuera de control como el C02 pueden destruir por completo la composición de la atmosfera terrestre, donde se concentra el oxígeno para la vida de todos los seres vivos.

Destruir por completo la atmósfera a causa de las emisiones no controladas de gases de efecto invernadero implicaría una letal reducción de la temperatura global del planeta por debajo de los -15º C, lo cual hace imposible la vida tal y como la conocemos.

Pese a semejante certidumbre, solamente en Occidente un niño puede generar al año alrededor de 200 kilogramos de ropa sucia, que necesita mucha agua y detergentes fabricados con químicos que impactan el medioambiente durante el proceso de lavado.

De la misma manera, apenas un 5% de la población mundial consume cerca del 25% del total de energía producida a nivel global. ¡Y nadie lo detiene!

Aunque hay medidas muy simples que podemos asumir en casa que podrían significar el comienzo de un cambio trascendental.

Una buena fórmula consiste en eliminar el uso de bombillas convencionales en el hogar, porque estas pierden cerca del 90% de su efectividad, ya que emiten más energía calórica que lumínica.

Deben ser sustituidas por bombillas de tecnología LED, mucho más amigables con el medioambiente.

Racionar el empleo de la calefacción, usándola solamente en inviernos severos, es otra medida inteligente. Después de todo, no es tan difícil abrigarse más y mejor.

Utilizar un buen jersey en la época invernal contribuye a evitar que la atmósfera reciba cerca de 400 kilogramos/año de emisiones de dióxido de carbono, uno de los gases de efecto invernadero responsable del calentamiento global.

Asimismo, durante el verano hay que controlar el aire acondicionado, con apoyo en la función de ahorro energético. Usarlo con racionalidad es obligante y beneficioso para el medio ambiente.

Reducir la huella de carbono individual pasa por adoptar nuevos hábitos y prácticas ambientales en el hogar que si se multiplican por miles, por millones, sentarán las bases de un nuevo mundo libre de contaminantes.

Reciclar, reutilizar el plástico y el vidrio, así como sustituir energías provenientes de los fósiles por energías alternativas como la eólica o la solar, son opciones válidas para contribuir al descenso de la temperatura global del planeta.

La Madre Tierra lo agradecerá tanto o más que nuestros nietos y biznietos.