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Kabul, capital de Afganistán. 30 de agosto de 2021. Las imágenes de la caótica retirada norteamericana acaparan la atención mundial. Tras 20 años de ocupación, la superpotencia debe salir del país a trompicones. El gobierno fabricado por Washington se desmorona, y el poder pasa a manos de los talibanes. Pocos días antes, EEUU había culminado su retirada total de Irak.
El jueves 24 de febrero de 2022, las tropas rusas acantonadas en la frontera -hasta 190.000 soldados- entraban en territorio ucraniano. A la invasión terrestre se le sumaba el lanzamiento de misiles sobre aeropuertos, instalaciones militares y algunas ciudades. La guerra ha vuelto al corazón de Europa. Al desatar la invasión de Ucrania, Putin está amenazando la paz mundial, provocando una guerra que deja ya un alargado rastro de sangre y desestabilización.
La visión de familias enteras refugiándose en el metro de Kiev son idénticas a las de los madrileños que se protegían en refugios del cerco del ejército fascista en 1936. Gestado en las entrañas del KGB, Putin representa la peor tradición del imperialismo ruso. Como cualquier imperialismo, intenta justificar su actuación criminal.
Miente cuando afirma que busca liberar a Ucrania del “gobierno nazi” de Kiev o “defender la independencia” de las regiones del Donbass. Miente. Quien hoy ocupa el lugar de los nazis que invadieron Ucrania es Putin. Y es Moscú quien creó en 2014 una insurgencia “independentista” en el Donbass, no para “liberar a un pueblo oprimido” sino para dominar mejor un país fragmentado.
Pero la seguridad de Europa, frente a la escalada de las agresiones imperialistas de Moscú, no va a venir de un reforzamiento de la presencia militar norteamericana. Y la ampliación de la OTAN hacia el este europeo no es un factor de paz, sino todo lo contrario.
Pero hoy la única posición justa es denunciar la injustificable invasión por parte de Moscú de un país soberano. Todos los demócratas y amantes de la paz, y a la cabeza los comunistas y revolucionarios, debemos manifestar nuestra solidaridad con el pueblo ucraniano y defender la soberanía y la integridad territorial de Ucrania.
Quien, bajo cualquier argumento, justifique la invasión rusa está defendiendo el imperialismo, la peor pandemia jamás sufrida por la humanidad.
Se ha levantado ya un movimiento contra la guerra y en solidaridad con Ucrania en todo el planeta. También en Rusia, donde en 53 ciudades miles de ciudadanos se manifestaron valientemente contra la invasión de Ucrania, a pesar de la feroz represión lanzada contra ellos por el gobierno.
Superpotencia en su ocaso, potencia en ascenso
La derrota en Irak y Afganistán ha demostrado que, con todo su gigantesco poder militar, Washington ha sido incapaz de imponer su control sobre dos países que teóricamente debía dominar con facilidad. El prestigio de la superpotencia ha sufrido un nuevo golpe, y su retroceso global avanza. La imagen de Biden, la alternativa de la burguesía monopolista estadounidense, se desmorona.
Putin tomó nota de la situación, porque para los oligarcas del imperialismo ruso Ucrania es la pieza clave a conquistar. Con Ucrania su influencia imperial se despliega hacia Europa, y sin ella Rusia queda limitada a ser un imperio asiático. Tras el estrepitoso fracaso en Afganistán, EEUU no iba a intervenir en Europa si Rusia se lanzaba a por Ucrania. Además, en el seno de la burguesía norteamericana existen importantes sectores “pro Putin”, como el representado por Trump, que ha felicitado a Rusia por invadir Ucrania.
Moscú ha aprovechado el momento para hacer avanzar sus planes imperiales. Saben que jamás volverán a ser una superpotencia, pero sí aspiran a someter bajo su control a la mayor parte de las ex repúblicas soviéticas. Hace poco más de un mes, Moscú intervino militarmente en Kazajistán, y ha sometido a Bielorrusia a un control casi total. Mientras que Rusia ha integrado a Tayikistán, Kirguistán o Armenia en una alianza militar, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que prohíbe a sus países integrarse en la OTAN.
Rusia aprovecha las dificultades norteamericanas desde el ADN que le da su condición de ex superpotencia. La política exterior rusa está dominada por un círculo de cuatro personas, encabezada por Putin. Todos ellos vienen del KGB brezneviano. Invadir países y envenenar a la oposición está en su código genético.
Una Europa muda y coja
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, anunciaron la posición de la UE ante la guerra en Ucrania en una rueda de prensa… celebrada en la sede de la OTAN en Bruselas.
Es la imagen más clara de la incapacidad de Europa para jugar un papel activo en una guerra en el mismo corazón de nuestro continente. Si la UE solo puede actuar a través de la OTAN, y su posicionamiento -ante una guerra en sus mismas fronteras- está condicionado a los dictados norteamericanos, entonces no podremos defender nuestros intereses.
La UE vive desde hace una década sometida a sucesivas sacudidas. Sufrimos tras 2010 una salvaje oleada de recortes. Con Trump se impulsó su disgregación, con el Brexit y con el aliento a gobiernos “anti Bruselas” en Hungría, Polonia y la Italia donde Salvini ejercía de vicepresidente.
Con Biden las formas han cambiado, pero Washington, concentrado en el Pacífico, quiere “atar en corto” a Europa. Y la guerra en Ucrania amenaza con imponer un grado mayor de sumisión a Washington. Fortaleciendo la aportación, militar y financiera, de los países de la UE a la OTAN.
Sometida a EEUU, la UE no es que no pueda tener una voz propia que defienda sus intereses -no coincidentes con los de Washington- es que estará muda y coja… y sufrirá las consecuencias de la guerra.