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Bueno, Esperanza, hace mucho tiempo que ni siquiera hablas contigo misma. La verdad es que estos últimos dos años no han sido nada halagüeños; casi no he tenido tiempo (ni ganas) de nada; la muerte de mi compañero de fatigas me ha entristecido tanto el corazón, que tengo en el aire hasta la raíz del alma.
Ya sé que la vida sigue, y yo tengo que adaptarme a ella; no hay mas remedio que seguir adelante contra viento y marea. ¡Pero qué difícil es! Nunca pensé que sería tan complicado, y que me acostumbraría a estar sin él, pero cada día que pasa se me hace más cuesta arriba.
Tengo que empezar de nuevo con mis poemas y mis charlas; así no me sentiré tan sola. Y si alguien las lee, yo me doy por satisfecha y le doy las gracias por formar parte de mi nueva vida.
Sea, pues, lo que Dios quiera.
Ochenta y dos primaveras
han pasado por mi vida.
Y cada una de ellas
me va dejando su herida.
Por eso yo soy tan fuerte;
de cada una aprendí
que la vida hay que vivirla,
también dejarla vivir.
Cada uno ha de llevar
la cruz que le ha tocado.
Y no te puedes librar
aunque lo has intentado.
Por eso yo sigo aquí…
con mis viejas primaveras
cargando mi cruz a cuestas
para que sea llevadera.
Y doy gracias a la vida
por enseñarme a vivir
y disfrutar de lo poco
que me quede por venir.