El archivo de Juan Bedoya

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Apenas conozco a Juan Bedoya, salvo que se trata de un vecino de Cártama. Una tarde un amigo común quería que conociera su “archivo” y me llevó a su casa. Allí nos estuvo mostrando durante una hora y media carpetas y carpetas ordenadas de estudios y artículos de prensa de muy diversos medios de comunicación, casi todos relacionados con la historia y el patrimonio de Cártama, incluidos algunos de sus personajes más célebres. Si hubiéramos visto todas las carpetas con la atención que se merecen me temo que hubiésemos tardado semanas, no sé si meses, en salir de allí.

Quiero decir que una parte considerable del tiempo libre este hombre sereno, sencillo y humilde lo ha ocupado investigando y procurando conocer la historia y el patrimonio del pueblo donde ha nacido, se ha criado y vive. Si los ciudadanos de cualquier lugar del mundo le dedicáramos el tiempo y la atención que Juan Bedoya a la historia y el patrimonio de su pueblo sería más difícil que nos engañaran acerca de estos y a su vez estaríamos ejerciendo una libertad-responsabilidad fundamental con el ejercicio cívico-político, algo que sin duda contribuye a cuidar y mejorar los derechos conquistados y lo que es común a todos.

Una de las funciones de la investigación –probablemente Juan sonreiría ruborizado ante tal término, como si sólo se pudiera investigar en las universidades y otros templos del saber– es someter a consideración pública el conocimiento hasta la fecha alcanzado acerca de un fenómeno, ya sea aspectos de la biografía de un personaje, o bien unas ruinas arqueológicas. De este modo podemos criticar en el sentido más noble y edificante del concepto, desembarazarnos de supersticiones y prejuicios, que siempre encuentran en la fantasía espacio donde alojarse, y así progresar por medio de lo que Kant denominó “razón pública”, el libre intercambio de información, conocimiento y argumentos contrastados empíricamente.

Con el ejercicio de la “razón pública” constataríamos aquello que decía Stefan Zweig: “Los libros se han escrito para unir a los seres humanos más allá de la muerte, defendiéndolos del más implacable enemigo: el olvido”. Se entiende: los documentos, pues también leemos las imágenes, las piedras, los objetos y, en suma, eso que llamamos “realidad”, aunque siempre haya perspectivas que se nos escurran de las manos.  Ojalá algún día pueda poner al servicio de la ciudadanía su inmenso archivo, cosa que nunca terminaremos de agradecerle, sobre todo si lo empleamos adecuadamente para saber de dónde venimos, qué somos y adónde podemos ir.

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