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Merche López.- La muerte nos alcanza cuando menos nos lo esperamos. ¿Para qué, entonces, vivir muriendo o morir sin haber vivido?
A veces, la vida, las circunstancias y los devenir hacen que nos alejemos de personas que apreciamos. Hoy dedico estos pensamientos a un hombre, que si bien en los últimos años no nos hemos visto mucho, bien sabe él y su familia que aquí he estado para lo que hiciera falta. La noticia de su fallecimiento me pilló ayer tan de sorpresa como a sus familiares. Familia a la que desde aquí le envío mi más sentido y apesadumbrado pésame. ¡Qué caprichoso es el destino! Se va días después de que naciera su primer nieto.
Dice mi marido que “tenemos que vivir todos los días al máximo, ser lo más felices posibles y huir de broncas y conflictos. Nos da toda una vida de ventaja la dichosa muerte, pero ella decide hasta cuando estamos aquí”. ¡Palabras certeras y sabias! La vida hay que vivirla lo mejor que podamos, teniendo presente que no somos el centro del Universo y que solo hay que darle importancia a lo importante. La muerte nos alcanza cuando menos nos lo esperamos. ¿Para qué, entonces, vivir muriendo o morir sin haber vivido?
Hace años decidí que yo quería vivir viviendo y morir habiendo vivido, sin que las acciones y circunstancias de los demás me afectaran más de lo necesario. Hubo momentos en los que no lo conseguí, pero una voz en mi interior me decía: ¡Ey, tú no eres responsable de las acciones de los demás. Vive tu vida! ¿Egoísta? Llámese como se quiera, pero si algo aprendí es que cuando me vaya de este mundo, no me voy a llevar nada… solo me llevaré lo que viví viviendo.
Recuerdo a un mayor que me decía: “Merche solo soy consciente de que me he hecho viejo cuando me miro al espejo”. Ahora soy yo, la que cuando se mira al espejo, ve pasar los años en cada línea marcada en su cara y pienso: “Quiero irme cuando sea mayor”, pero ¿cuándo es uno mayor? Es entonces cuando pienso, “solo quiero irme si una enfermedad se adueña de mi salud y me da una vida sin vida, en un vivir muriendo”.
Querido amigo, ayer dejaste este mundo terrenal para ir ¿quién sabe dónde?. A mi me gusta pensar que, en tu nuevo amanecer, te has reunido con tu hermano y ese abuelo tan gracioso que tienes. También me gusta pensar, que cuando me toque partir, nos encontraremos y recordaremos tantos ratos buenos y menos buenos que compartimos en este mundo en el que yo sigo. Mientras sigo aquí, te recordaré como esa buena persona, amante y veladora de su familia, al que la vida le puso a prueba en muchas ocasiones pero que las afrontaba altivo y pisando fuerte.