Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 30 segundos
(Sebastián Gámez Millán) ¿Hasta cuánto de sin sentido pueden soportar los seres humanos? ¿Podemos percibir, incluso comprender la realidad, desprovistos de sueños? ¿Podemos sobrevivir sin aferrarnos a ficciones y sueños consoladores? Estas son algunas de las preguntas que me interpelaban tras asistir en el Teatro Carthima al estreno de El sueño cóncavo de Max, escrita y dirigida por Eduardo Duro, e interpretada por la compañía de teatro Káustiko.
En un ambiente decadente y nihilista, Max (Antonio Caparrós), un escritor ciego, se ve constantemente sacudido por inquietantes sueños, de tal modo que no sabemos a ciencia cierta si sabe distinguir entre la realidad y los sueños. Vive con su mujer, Helena (Mari Carmen Fernández), mujer soñadora y entusiasta que es el andamio que sostiene la existencia de Max. Reciben en su casa de alquiler la visita de Pepe (Andrés Gálvez), discapacitado que se desplaza en una silla de ruedas, y que es amigo de ambos y del alcohol. Los tres sueñan y esperan la llegada de Claudinita, hija de la pareja y amiga de Pepe, mientras leen sus cartas y lloran su ausencia. La tensión del drama, por momentos esperpéntico y cómico, aumenta con la llegada de Donato (Jose Fernández), un ejecutivo que pretende obtener beneficios económicos de la venta de la casa y del secuestro de Claudinita.
Los ecos y guiños intertextuales con Luces de Bohemia (1920), de Ramón del Valle-Inclán, una de las cimas de la dramaturgia en español del siglo XX, son abundantes. Ya desde el título observamos paralelismos: “espejo cóncavo”, como leemos en un célebre pasaje de la obra del escritor de la generación del 98, se transforma aquí en “sueño cóncavo”: el efecto es el mismo o semejante, “la deformación grotesca de la civilización europea”.
Pero mientras en Valle es el espejo el que nos devuelve la imagen de la realidad, aquí es el sueño. Se diría que cada uno de los anteriores personajes ve la realidad transfigurada por sus sueños, sobre todo Max, Helena y Pepe, pero también alguien menos soñador y más pragmático, Donato. De ahí la segunda pregunta que formulaba al principio y las que vendrán luego.
Asimismo, emergen otras cuestiones imperecederas, como la dificultad de distinguir la realidad de los sueños, que es el tercer estadio de la duda metódica del filósofo René Descartes en el Discurso del Método (1637). En ese mismo siglo, el XVII, en el que se abre paso el Barroco, asistimos a una serie de obras maestras de la literatura universal que abordan temas afines: desde Don Quijote de la Mancha (1605-1615), de Cervantes, pasando por el teatro de Calderón de la Barca y Shakespeare, a los Sueños (1627) de Quevedo. En el siglo XX reaparecerá bajo otras formas de la mano de Unamuno, Antonio Machado, Pirandello, Pessoa o Jorge Luis Borges, entre otros autores.
No sé si debido a mi cansancio, por momentos tuve la impresión de que los actores interpretan de forma un tanto histriónica y afectada. No obstante entiendo que en un ambiente nihilista y decadente, para suscitar la crítica grotesca, propia de la modernidad, y en las antípodas de la épica antigua, es quizá un estilo adecuado. Merece la pena recordar qué escribió Nietzsche acerca de la decadencia en El caso Wagner (1888), una de sus últimas obras: “Nada me ha preocupado más profundamente que el problema de la decadencia –tenía mis razones–. `El bien y el mal´ es simplemente una variación de ese problema. Una vez que uno ha desarrollado una mirada penetrante respecto a los síntomas del declive, uno comprende la moralidad, también comprende uno lo que se esconde bajo sus nombres más sagrados y fórmulas de valor: vida empobrecida, voluntad del fin, gran aburrimiento. La moralidad niega la vida”.
La moralidad niega la vida en tanto impide manifestarse lo dionisíaco en beneficio de lo apolíneo. Por ello proponía Nietzsche la transvaloración de los valores y la idea del superhombre, que poco o nada tiene que ver con el nazismo, y sí en cambio con la afirmación de la vida, con la fidelidad a la tierra tal como es. El hecho de vivir soñando, ¿no nos arrastra a la soledad? Sin embargo, ¿podemos vivir sin esos sueños que nos mantienen a flote en el naufragio de la existencia? Nietzsche iría una vez más allá: “soñar sabiendo que se sueña”. El 16 de Mayo de 2023 se representa de nuevo El sueño cóncavo de Max en La Caja Blanca de Málaga.