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La globalización -la formación de un mercado mundial, donde las economías de todos los países pasan a estar interrelacionadas, unidas y conectadas por múltiples vínculos de dependencia- no es ni mucho menos un fenómeno nuevo. Sin embargo, la posición de la única superpotencia realmente existente, los Estados Unidos, ante la globalización -que, como Marx y Lenin explicaron en su tiempo, es consustancial al mismo modo de producción capitalista- ha variado tan drásticamente como para pasar de ser su adalid como superpotencia en su apogeo a ser su atacante como superpotencia en su ocaso.
Estados Unidos, el principal enemigo de la globalización
A finales de los 90, con la URSS felizmente colapsada y con Washington como única superpotencia, la administración Clinton y la de los Bush promovieron la globalización como una forma de derribar las barreras arancelarias en el planeta, para hacer que el capital monopolista estadounidense -que en ese momento estaba en una fase expansiva y ebrio de éxito, proclamando el “Fin de la Historia” al haber ganado la Guerra Fría- pudiera expandirse por el mundo y llegar a nuevos mercados, incluyendo a los pertenecientes a la órbita de Moscú.
Para dificultar el crecimiento de China -su gran oponente geopolítico, y la principal amenaza a su hegemonía- y de otras potencias emergentes del Tercer Mundo, Washington ahora está dispuesto a ralentizar el crecimiento mundial; con una guerra comercial y arancelaria contra China que Trump declaró, pero que Biden en lo fundamental ha mantenido; con el boicot que Washington ha declarado contra Pekín en sectores estratégicos de alta tecnología, como los semiconductores; con los vetos a los países vasallos para que no se sumen -incluso que abandonen, como en el caso de Italia, que ya lo había acordado con China- a proyectos como el de la Nueva Ruta de la Seda.
Y, sobre todo, decidiendo revalorizar el dólar para imponer y mantener altos tipos de interés no sólo para el pueblo de Estados Unidos, sino también para las subordinadas economías “aliadas”, y así la burguesía monopolista estadounidense está arrancando una inmensa cuota de tributos al conjunto del planeta; está atacando el crecimiento de los países en desarrollo del Tercer Mundo, y también a sus países dominados como los europeos.
Hoy, la declinante superpotencia estadounidense -impulsada por sus propios y egoístas intereses de supervivencia como tal- es la principal amenaza no sólo para la globalización, sino también para el crecimiento económico mundial.
Marx sobre la globalización capitalista
A finales del siglo XIX, Marx ya analizaba el proceso de globalización incipiente: “el descubrimiento de América y la circunnavegación de África abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición”.
“La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos. La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra”.
Lenin sobre la globalización imperialista
Y a principios del siglo XX, Lenin ya analizaba que la llegada de la nueva y última fase del capitalismo, el imperialismo o capitalismo monopolista había hecho que todos los países del mundo sin excepción entrasen a formar parte de una misma y sola cadena imperialista, de una misma red de operaciones del capital financiero a nivel global, de un conjunto de relaciones de alianzas y dependencias regidas ‘según el capital, según la fuerza’.
Lenin escribe: “Relaciones de esta clase entre grandes y pequeños Estados han existido siempre, pero en la época del imperialismo capitalista se convierten en un sistema general, forman parte, como un elemento más, del conjunto de relaciones que rigen el ‘reparto del mundo’, se convierten en eslabones de la cadena de operaciones del capital financiero mundial”.
Y añade: “Los capitalistas no se reparten el mundo por su particular maldad, sino porque el grado de concentración alcanzado les obliga a seguir por ese camino para obtener beneficios; y se lo reparten ‘proporcionalmente al capital’, “proporcionalmente a la fuerza’, porque otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y del capitalismo. Pero la fuerza varía de acuerdo al grado de desarrollo económico y político. (…) se resuelven con los cambios de fuerzas. (…) ‘puramente’ económicos o no económicos (por ejemplo, militares)”.
Y destaca: “Desde el momento en que se habla de la política colonial en la época del imperialismo capitalista, es necesario señalar que el capital financiero y la política internacional que conforma -que se reduce a la lucha de las grandes potencias por el reparto económico y político del mundo- dan lugar a diversas formas transitorias de dependencia estatal”.
Eduardo Madroñal Pedraza