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Desde el siglo XVI tenemos constancia que aparecen en España y los territorios hispanos de América, unos cuchillos de uso ordinario, de muy buen porte para trabajos de marinería, campo, artesanía o caza. Útiles y asequibles al ser construidos con materiales no muy caros.
Pronto se hacen muy populares entre el campesinado y los artesanos andaluces, con la ventaja añadida de su pequeño tamaño fácilmente disimulable en la faldriquera. Estos cuchillos, originalmente traídos de ciudades como Amberes o Malinas (actual Bélgica) y en aquella época flamencas, no muy grandes (entre 30 y 40cmts.), fueron copiados por los artesanos españoles a partir de los siguientes siglos, mostrándose algunas variantes dentro de la geografía española y de sus colonias. Si bien, estos cuchillos originarios de Flandes son ricamente transformados y decorados con motivos vegetales ondulantes y diversas líneas de un exquisito burilado, propias del Barroco, con un refinamiento y un gusto primoroso que los convierte en verdaderas obras de arte.
Su uso inicial en pendencias, variadas labores y en la caza paso a ser objeto de regalos y presentes para subrayar sentimientos o intenciones como puede ser un regalo de bodas.
No es posible saber, si el nombre del cuchillo sirvió para denominar a la gente que lo portaba, ó al contrario si los flamencos andaluces (entendido como el pueblo gitano andaluz) recibió el nombre de flamenco porque usaban el cuchillo así catalogado, dando nombre de esta forma a la cultura y el arte que atesora el flamenco actual.
En Andalucía se pueden encontrar variedades como el Guadijeño, el Toloxí o el Malagueño. Cuyos artesanos rubrican sus procedencias en las hojas de esas verdaderas piezas de museo. Incluso algunos artesanos adornaban sus obras con grabados de pequeñas llaves o cerraduras, al complementar su oficio de herrero con el de cerrajero en la mayoría de los casos.
Estos «cuchillos de faja» malagueños sufrieron al igual que todos los de raíz flamenca, sin duda motivado por su excesiva presencia en alborotos, peleas y crímenes; una total prohibición de exportación y venta por Real Orden de 1º de junio de 1785 en territorio español y sus colonias, concediéndose un año para que se consumiesen los existentes en ellos y tres meses más para los que vengan navegando, dándose las providencias y auxilios necesarios para que en las fábricas se construyan con punta roma. En tal circunstancia los pocos quedan son piezas únicas muy valoradas por coleccionistas y expertos, auténticos baluartes de nuestro acervo cultural.
En la obra Escenas Andaluzas de Serafín Estébanez Calderón «El Solitario» (1799- 1867) historiador, andalucista, militar y divulgador de las tradiciones locales de Andalucía, nos habla de un personaje (seguramente real y anterior a 1831) llamado «Tío Matute» al que sitúa en Tolox y con el oficio de brillante cuchillero.
No sabemos cuantos y cuan famosos fueron los cuchilleros de este maravilloso enclave de la Sierra de las Nieves, pero si del último de ellos (a través de la colección de José Falcao de cuchillos y navajas – 2018).
Juan Sánchez Canca, cuyos excelentes trabajos se pueden situar entre los años 1855-1922, fue el autor de magnificas piezas de artesanía toloxí en la última casa de la acera derecha de la calle Ancha, desde donde se podía ver el río de la Alfaguara. Siendo su fragua, el fuego y su martillo, los últimos albaceas de una herencia que debe ser puesta en valor porque supone un magnífico legado del que debemos estar orgullosos y muy especialmente los habitantes de ese pueblo tan serrano y admirable.