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Hundiendo sus raíces en los albores del tiempo, algunos autores ven semejanzas entre nuestras actuales fiestas de Carnaval y rituales egipcios y mesopotámicos, donde el mundo se contemplaba como la victoria del bien, del orden sobre el caos (el mal).
Esta dicotomía orden/caos junto con la idea de «purificación» las encontramos en las celebraciones romanas más conocidas: Las Lupercalia y las Saturnales, donde podemos situar el origen de nuestro Carnaval. Ciertamente las Lupercalia se celebraban el 15 de febrero, el februare latino que significa purificarse, precediendo y no por casualidad a la Cuaresma. En tal sentido, ya las Carnestolendas Medievales originaban un trastocamiento del orden establecido, provocando un «pequeño regreso del caos». Por un día se permitía a los esclavos ser servidos por sus amos y se coronaba al rey de los necios de inigualable paralelismo con el Dios Momo de nuestros días. Se permitieron estas celebraciones paganas bajo el manto del cristianismo.
Así los antiguos Lupercalia (ritos que invocaban a la fertilidad de la mujer y de la naturaleza misma), la eterna lucha entre el orden y el caos, y el rito de purificación consecuente se trasladan a esos días que preceden a la Cuaresma cristiana.
La risa, antesala desde siempre del desorden y claro pilar de una fiesta, donde mediante la sátira el «de abajo» cuestiona al «de arriba» provocando que en estos días todos los miembros de la comunidad sean «iguales». Es por ello que este tipo de celebraciones eran tan mal recibidas por los poderosos y no tanto por motivos religiosos, sino, más bien, sociales y políticos. Y que encontraron sentencias prohibitivas en varias épocas, la más reciente donde la dictadura franquista.
En esencia sería desinhibirse para purificarse, lanzarse en brazos del caos para volver a recuperar el orden.
Si investigamos la etimología de la palabra Carnaval, encontramos una clara alusión a la inminente prohibición de comer carne durante los cuarenta días que separan la fiesta de la Cuaresma, no en vano en algunos pueblos del norte de España, aún se celebra el Jueves Landero, un festín cárnico justo el jueves que precede a los Carnavales para coger fuerzas precuaresmales. Carvaval «Carnem levare» literalmente sacarse la carne, evitarla, es un término que en algunas comunidades adquiere una especial singularidad que con un mimo especial aún pervive para ser vivida y disfrutada.
Referencias de finales del siglo XVI y ya en actas capitulares del siglo XVII, se hace referencia a unas fiestas muy peculiares que adornan la especial idiosincrasia de Tolox, un pequeño pueblo en el corazón de la Sierra de las Nieves. Fiestas que conservan a través de bailes, adornos florales, juegos, vestidos y canciones específicas de las fiestas con hasta catorce modalidades diferentes, conforman la verdadera esencia del ser y sentir de un pueblo que tiene por bandera la celebración del martes de Carnaval como cita inamovible y de especial singularidad, el gran DIA DE LOS POLVOS, donde la alegría, la fraternidad y el amor se hacen protagonistas.
Empolvar es un acto de cariño hacia el otro, no en vano hasta no hace demasiado tiempo los mozos «asaltaban» literalmente las casas de las mozas (en especial a la querían conquistar) hasta conseguir empolvarlas, dando la moza facilidades si aceptaba la propuesta, dejando alguna ventana abierta o un cerrojillo sin cerrar. Un juego de seducción inimaginable en la época de internet, pero de una cercanía y una veracidad incuestionable.
Esta celebración declarada de Interés Turístico Provincial es, sin duda, la verdadera piedra angular de las raíces de un pueblo, que vive con intensidad, renovada cada año, un antiguo legado cultural con esa especial singularidad que lo define, donde la hospitalidad y el carácter amable de sus gentes procuran un ambiente inigualable en el incomparable marco natural de la Sierra de las Nieves.