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(Tomás Salas) Corría el verano del año 1926. Era la época de la Dictadura de Primo de Rivera con la que, prácticamente, iba a acabar la monarquía de Alfonso XIII. Época en la que contrastaban unas brillantes elites intelectuales, que permiten hablar de una “Edad de Plata” de la cultura española, con unos altos niveles de analfabetismo, sobre todo en las zonas rurales. Un viajero recorre las tierras de Andalucía, desde las capitales de provincia hasta las más escondidas zonas rurales. Quiere conocer de cerca las escuelas andaluzas, para empaparse de esta realidad entrañable y paupérrima. Lo que ve y vive lo va plasmando en unas crónicas, que publica en el diario El Sol y que, luego, recogerá en un libro. Su título, Viaje por las escuelas de Andalucía. Su autor, Luís Bello. ¿Quién es este escritor-viajero? Luís Bello y Trompeta nació en la salmantina Alba de Tormes en 1872 y murió en Madrid, durante la etapa final de la República en que participó políticamente, en 1935. Aunque su vida no es demasiado larga, alcanza una época de turbulencias históricas -crisis de la Monarquía, Dictadura, República- que él vivió con toda intensidad. Su trayectoria personal, en sus distintas direcciones, podría servir de resumen de las inquietudes intelectuales y sociales de su tiempo. Sus vinculaciones y trayectorias vitales fueron múltiples: estuvo vinculado con el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza; también se le relaciona (su realismo, su interés por el paisaje y las gentes de los pueblos de España) con el grupo del 98; luego se incorpora al grupo de intelectuales orteguianos, en la Liga para la Educación política y en la revista España; de esta tendencia progresista y reformista surgirá el diario El Sol, en que participa Bello y donde publica sus crónicas del Viaje, durante la dictadura de Primo de Rivera. Con la llegada de la República (1931) participa activamente en política, en el grupo azañista. Fue miembro de la Comisión Constitucional, vocal del Patronato de Misiones Pedagógicas y ocupó un cargo clave y polémico en los primeros años de la II República: la presidencia de la Comisión para el Estatuto de Cataluña. Puede rastrearse su nombre por los Diarios de Azaña, en los que aparece con frecuencia.
Este es el personaje que llega a Álora en agosto de 1926. A esta etapa va a dedicar el artículo, Álora y sus maestros (publicado el 6 agosto 1926). Viene de Pizarra y Casarabonela, etapas a las que ha dedicado sendos artículos. Y viene con cierto espíritu pesimista, pues conoce, por la obra de Lorenzo Luzuriaga El analfabetismo en España (el primer estudio sobre esta materia que se hacía en España, publicado en 1919) las preocupantes cifras de analfabetismo de las tierras del sur, el 66.26 %, frente, por ejemplo, a Castilla la Vieja (34.88) y León (37.60); prácticamente el doble. En Álora se va a mostrar como un hombre sensible a los encantos del paisaje:
“Muy insensible ha de ser quien no llegue confortado y tonificado a los naranjales de Álora. Y muy indiferente quien no vea surgir con extrañeza y con curiosidad la peña de Álora, rematada en lo alto por los murallones de un castillo en ruinas, un castillo de endriagos y fantasmas, todo él enjalbegado de blanco.”
Hace Bello algunas observaciones interesantes sobre el paisaje urbano de la ciudad: Calles bien cuidadas, casas amplias, de gran aspecto, no de estilo rudo y serrano que acabamos de ver en Casarabonela, sino del tipo malagueño, ya con influjo levantino. Sin embargo, en esta visión amable de la próspera villa, el autor encuentra, en la plaza, junto a la iglesia, la escuela; ya ahora la pluma de Bello se tiñe de pesimismo: se trata de un lugar insalubre y desagradable, en el que los cuatro maestros de pueblo (D. Antonio Muñoz, D. Francisco Vázquez, D. José Mª Muriel y D. José Vargas.) realizan penosamente su tarea. Un vaho de letrina hace el aire de la escuela irrespirable. Sale a recibirlo un maestro joven pálido, fatigado, con los ojos brillantes de la fiebre que informa a Bello de las condiciones insanas en las que trabajan. Un rato después, observa a los alumnos en la salida. No he visto salir en ninguna parte a los niños como en la escuela de Álora. Parece que pesa sobre ellos y los acobarda la fiebre que brilla en los ojos del maestro enfermo.
Hay, no obstante, un rayo de esperanza al final del artículo. Los maestros informan al periodista de un proyecto de grupo escolar en el otro extremo del pueblo, en la zona del Calvario, en unos terrenos cedidos por el médico malagueño D. Sebastián Pérez Subirón. Este proyecto sería más tarde el grupo escolar Bartolomé Díaz Lanzac, que toma su nombre de quien fe alcalde de la villa en dos ocasiones; la segunda en los años 1930-31, en que la se iniciaría la construcción del colegio. Éste alargó su vida hasta el curso 1976-7, según me cuenta su última directora, Dª Josefa Arrabal de la Cruz. Derruido el antiguo colegio, ya ruinoso al final de su vida (el autor tiene de eso recuerdos personales), se construyó el nuevo “Miguel de Cervantes”, inaugurado en abril de 1982. Bello da una serie de datos curiosos sobre la ciudad. Menciona la ermita del Calvario, luego perdida y hoy reconstruida en otro lugar. Hace una descripción de los cultivos del lugar y (una curiosidad) menciona la palabra “perote” como gentilicio familiar y burlón.
Hoy, después de casi un siglo, recordemos a aquel entrañable amigo de la escuela, a uno de los pocos españoles de su tiempo que, en lugar de discutir y dogmatizar, en lugar de enredar en la interminable polémica educativa, se limitó a mirar amorosamente y a contar, con sencillez, lo que había visto.