La orgía perpetua de Mario Vargas Llosa

Primer plano de Mario Vargas Llosa durante un evento literario. Licencia: Creative Commons Atribución 3.0 Unported (CC BY 3.0)​ Wikimedia Commons +2 Wikipedia

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(Tomás Salas) Mario Vargas Llosa ha sido uno de los mayores escritores e intelectuales del siglo XX (y comienzos del XXI) en lengua española. Quiero subrayar este matiz: escritor e intelectual. Puede parecerlo, pero no es lo mismo. Ha habido escritores brillantes cuyas ideas, cuando se aventuraban en el campo de la teoría, eran de lo más obvias; o, simplemente, nunca han tenido interés en aventurarse en este campo. Claudio Magris, cuenta una conversación que mantuvo con Isaac Bashevis Singer, uno de los realmente grandes de nuestro tiempo, al que admiraba y había estudiado en profundidad. Magris llevó la  conversación hacia temas metafísicos y religiosos, pero se dio cuenta que Singer no prestaba mucha atención. “Me di cuenta -dice Magris- de que no era un intelectual“. Vargas Llosa sí ha sido, amén de un enorme escritor creativo, un intelectual lúcido y profundo. Ahí están, para constatarlo, obras como La orgía pertetua, García Márquez: historia de un deicidio y sus múltiples artículos y ensayos.

Como intelectual, manteniendo siempre una radical independencia con respecto a cualquier partido u organización,  ha tomado parte en los debates sociales y políticos  y su arco ideológico ha marcado una trayectoria que no ha sido rara en los pensadores de su generación: desde la ortodoxia marxista al liberalismo o, al menos, a posturas críticas con los desmanes de los regímenes comunistas. Como tantos, se dejó enevar por ese “opio de los intelectuales“  del que habla Raymond Aron y luego la fuerza de los hechos, que son más tozudos que las teorías, fue haciendólo cambiar.  Fue incluso candidato a la presidencia de su país, Perú, y perdió las elecciones frente a Fujimori, modelo del sátrapa demagógico y corrupto. Una de las debilidades de la democracia es que  puede elegirse los peor.

Por otra lado su figura social fue  un poco atípica, al menos en el mundo hispano. Tendemos a ver al escritor como una persona situado en los márgenes de las convenciones sociales, rebelde, algo marginado o, al menos, raro. Occidente, desde Baudelaire,  presenta al artista que gusta épater le bourgeois.  Vargas Llosa, en cambio, fue un triunfador en todos los aspectos. Reconocido internacionalmente, rico, bien relacionado socialmente, poseedor de los premios más importantes, laureado por las más linajudas instituciones. Se convirtió en uno de los Immortels de l´Académie française y a su discurso de recepcion acudió nada menos que el Rey D. Juan Carlos I, el mismo que le concedió un marquesado. Fue, en suma,  un modelo de escritor como triunfador social, como, en otras literaturas, lo fueron André Mauriac o Somerset Maugham.

Por si le faltara algo en esta vida tan abigarrada, en su última etapa vino a convertirse en un personaje de la prensa rosa, situándose en un foco que nos desconcertaba a todos sus lectores. En mi perfecta edad y armado, que escribió Garcilaso.

Sin embargo, cuando todo esto ya ha terminado, digo su vida terrena, pienso que quizá todo no fue más que un juego de máscaras, y que el verdadero  hombre era el joven que se deslumbró con la lectura de Madame Bovary y estuvo una noche en blanco leyendo, alucinado. Había descubierto un mundo nuevo que ya era el suyo para siempre. Se dijo que, en sus últimos momentos, su familia le leía fragmentos de la obra de Flaubert.

Ese era el verdadero Vargas Llosa: un amante del misterio de la literatura, de los abismos oscuros y mágicos de las palabras. Su existencia fue una orgía perpetua con ellas. Todo lo demás fueron escenas de esa efímera tramoya  que  Calderón llamó el  Gran Teatro del Mundo.