El Molino Morisco de los Corchos, testigo vivo de la historia rural de Alhaurín el Grande

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Esta joya patrimonial, ubicada en la ribera del río Fahala, mantiene viva la memoria de la molienda tradicional gracias a la dedicación de Miguel Galiano padre e hijo, sus actuales custodios

Nos adentramos en uno de los rincones con más historia de Alhaurín el Grande: el Molino Morisco de los Corchos. De origen andalusí y con presencia documentada desde finales del siglo XV, este antiguo molino harinero constituye un ejemplo singular de la arquitectura hidráulica tradicional. Hoy sigue en pie como legado vivo de generaciones, gracias al esfuerzo y al compromiso de Miguel Galiano y su familia.

Con la voz pausada de quien ha heredado el amor por sus raíces, Miguel Galiano hijo nos guía a través de la historia, la técnica y el alma del Molino Morisco de los Corchos. Un rincón que sigue latiendo, no solo como testimonio del pasado, sino como espacio de aprendizaje y orgullo para las futuras generaciones.

Según documentos hallados en la Universidad de Málaga por el historiador Sebastián Fernández López, ya en época de los Reyes Católicos existía una fábrica harinera en la ribera del río Fahala. Las referencias apuntan a que el molino daba servicio a la antigua fortaleza de Fahala, lo que permite fechar su existencia al menos desde 1480, en plena época de la Reconquista.

El molino, de tipo hidráulico tradicional, cuenta con dos entradas de agua en su parte superior y dos salidas inferiores. Esto permitía que, en épocas de abundancia, ambas piedras molieran de forma simultánea. En su interior, se conserva el complejo sistema de engranajes y piezas como el roderno, la masa o el rosquete, cuya interacción hacía posible el movimiento de las piedras y la molienda del grano.

Uno de los elementos más destacados del recorrido es la pililla, el espacio donde se lavaba el grano para eliminar impurezas tras la trilla. El proceso era esencial para garantizar la calidad de la harina, que más tarde se recogía en sacos tras pasar por la molienda y el tamizado. Tanto las herramientas como los sistemas de medición se conservan en una sala a modo de pequeño museo etnográfico.

El mantenimiento del molino exigía destreza y esfuerzo. Las piedras de moler, por ejemplo, requerían frecuentes reparaciones y un proceso minucioso de grabado de rayones, encargados de triturar y conducir el grano hasta el cajón de recogida. Para ello, se utilizaban herramientas como el percante y técnicas transmitidas de generación en generación.

El molino se alimenta del río Fahala gracias a un sistema de canalización que comienza en una presa situada a dos kilómetros, y que culmina en el «pico pato», una bifurcación que reparte el agua hacia las dos piedras. El desnivel acumulado de más de siete metros permite obtener la presión necesaria para accionar todo el mecanismo.