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¡Ay, Esperanza, cómo pasa el tiempo sin ni siquiera darnos cuenta! Es como si fuese un momento y han pasado ya setenta y ocho años desde el día en que nací.
Una eternidad que a mí me parece que fue ayer, cuando era joven y soñaba con tantas cosas bonitas… Siempre fui una romántica empedernida que leía y releía a Corín Tellado, esa famosa escritora de mis años de moza.
Ahora casi ni me acuerdo de sus personajes, pero sigo soñando despierta (como siempre) y viendo belleza en todo lo que me rodea.
Solo espero que no me falle la memoria y pueda seguir soñando aunque sea despierta, pues la vida pese a todo el mal que nos rodea, merece la pena ser vivida.
Son los años…
Los años van destrozando
poco a poco este mi cuerpo
y a la par se van llevando,
sin dudarlo, lo más bello.
Mi piel ya no es tersa como antes;
arrugas ya me han salido.
Hasta el brillo de mis ojos
en negro se ha convertido.
Pronto ni me acordaré
de estos versos que hoy escribo.
Los años son implacables
y no te dan ni un respiro.
Por eso quiero escribir
todo lo que veo o siento,
y el día que no me acuerde
de nuevo pueda leerlo.
No quiero que se me olvide
la noche del primer beso,
que la luna me miraba
con un poquito de celos.
El día en que me casé
en una iglesia chiquita
un 19 de Enero,
para mí, la más bonita.
Olvidarme no quisiera
de tantas cosas hermosas
que se han cruzado en mi vida
como pétalos de rosa.
En este humilde poema
por eso quiero plasmar
las cosas que el corazón
nunca quisiera olvidar.