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(Esperanza Mena) Hoy quiero hablar sobre la naturaleza.
Esa bella olvidada y, sin embargo, tan presente en nuestras vidas, que pasa a nuestro lado sin que ni siquiera nos paremos a contemplarla, y es una pena.
Yo tengo la gran suerte de vivir en un sitio maravilloso, donde a las seis de la mañana me despierta el mirlo con su canto y me dice que ya ha llegado la aurora, y el pequeño ruiseñor le contesta desde las ramas del falso pimentero que tengo al lado de mi huerto: entre el uno el otro y algún jilguero, forman un concierto maravilloso, que escucho extasiada y me reconfortan para el día que comienza ya sea bueno o malo.
No se si a alguien le interesan esas cosas, pero a mí sí, pues soy (como ya sabéis) una romántica empedernida y veo belleza en todo.
Además, este año tengo la suerte de que han venido un par de golondrinas.
Sí, se han instalado en el porche de mi casa, y he presenciado cómo poco a poco iban haciendo el nido donde criar a sus polluelos. Son expertos arquitectos; cuánta solidez en su nido: se nota que quieren dar a sus hijos todo lo mejor. A veces los animales nos dan magníficas lecciones de vida.
Vaya como homenaje a esa naturaleza viva, y a las golondrinas mi poema.
UN NIDO DE GOLONDRINAS
En el porche de mi casa
tengo el placer de mirar
cómo un par de golondrinas
van construyendo su hogar.
Con paciencia, poco a poco,
día a día van trayendo…
con su pico la argamasa
para que quede bien hecho.
Parecen dos arquitectos,
y con la perfecta armonía
van moldeando su nido
para tener a sus crías.
Este año estoy contenta
porque podré disfrutar
de la magia y la belleza
que me van a regalar.
Porque no hay nada más bello
que ver cómo los polluelos,
pidiendo todos los días
se asoman por ese hueco.
Y los padres amorosos
no paran de rebuscar
entre plantas del jardín
algo que puedan llevar.
Qué lección nos suele dar
la bella naturaleza…
¡Lo que nos puede enseñar
sin pedírselo siquiera!