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Hace unos años nos horrorizamos con la imagen del cuerpo de un niño pequeño ahogado en una playa. Su nombre era Aylan Kurdi y tan solo tenía tres años. Su trágica muerte se convirtió en el símbolo del drama de los refugiados sirios.
La guerra de Siria estalló a mediados de 2011 y según el Orden Mundial, a fecha de 2018, se había cobrado 279.000 muertes en batalla y por violencia asociada a la guerra. Una cifra que duplica la guerra contra Dáesh en Irak o más del doble que la guerra de Irak. A estas cifras hay que añadirles las producidas en lo que llevamos de año.
Desde que comenzó la guerra y ante la situación tan dramática, casi seis millones de personas dejaron atrás sus hogares y se desplazaron, sin nada y sin rumbo, para vivir refugiados fuera de las fronteras, arriesgando por el camino sus vidas y las de sus hijos. Otros seis millones se encuentran dentro de sus fronteras en situación de desplazados. Ocho años de violencia, bombardeos, persecuciones, escasez de agua potable, alimentos, medicamentos, evacuaciones…
El miedo de perder tu vida y la de tu familia, dormir con el sonido de los disparos y explosiones, el miedo a que un cohete golpee a tu casa, hace que huyas. Es difícil llevar una vida con normalidad cuando, esa situación te obliga, de la noche a la mañana, a dejar atrás tu hogar, para vivir en un campo de refugiados. En algunos campos, para comer algo tan básico como el pan, primero hay que pasar, por una cola donde se agolpan cientos de personas para conseguir un vale. Las escuelas ofrecen una educación muy básica, la mayoría de los menores no han asistido a clases desde que estalló la guerra. Y a todas las penurias inimaginables se le suma la incertidumbre de si alguna vez recuperarán sus vidas.
Los que han vuelto, aunque el conflicto no haya terminado, se han encontrado que gran parte de su país está devastado, totalmente en ruinas. Donde erguían los edificios que albergaban sus hogares, hoy, se almacenan toneladas de escombros, consecuencia de los proyectiles. Es necesario reconstruir, las viviendas, las calles, los mercados, los colegios y hospitales. Es necesario reconstruir la sociedad, una sociedad con grandes heridas abiertas porque ha perdido en el camino a toda una generación. Tan solo en 2018 más de 1.000 menores perdieron sus vidas durante los ataques.
Los derechos humanos y la solidaridad son la única esperanza de subsistencia que poseen los miles de refugiados sirios y sus comunidades de acogida. Según el informe “Global Humanitarian Overview”, la ONU indicó que Siria continúa en el podio de los países que más ayuda requieren. La importancia de la donación a las organizaciones no gubernamentales, además de mostrarles la solidaridad de la humanidad y de que no están solos, les garantiza la ayuda directa que necesitan y una atención con total dignidad humana. Con estas ayudas se contribuye a su educación, alimentación, salud, ropa de abrigo, vivienda y todo lo que una persona pueda necesitar.