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Revista Lugar de Encuentro entrevista a Kenneth Iversjo, un ejemplo de superación que merece la pena conocer. Invitamos a nuestra audiencia a adentrarse en las siguientes líneas y conocerlo de cerca. También podéis verla en nuestro canal de youtube.
Eran las dos de la tarde de un día cualquiera del mes de marzo del año 2001. Un joven y futuro fisioterapeuta, que ya hacía sus pinitos como masajista, esquiaba en Sierra Nevada. Ese día, la vida le presentó un obstáculo en forma de voltereta inacabada. Se fracturó el cuello, la cervical 3, y desde entonces su día a día transcurre en una silla de ruedas. Sufrió una lesión medular, una tetraplejia irreversible que reconoció desde el segundo 1.
Son las cuatro y cuarto de la tarde y debido a la situación actual por Covid-19, preferimos realizar la entrevista por video llamada, pero nos emplazamos a vernos cara a cara en un futuro.
Se llama Kenneth Iversjo Díaz, le pregunto cómo debo pronunciar su nombre y me indica que con una sola n. La cita célebre de Nitzsche,“Aquel que tiene un porqué para vivir, se puede enfrentar a todos los comos”, parece que esté basada en su vida. Él se define como un luchador que encontró lo que buscaba.
El día del accidente lo trasladaron, en helicóptero, desde Sierra Nevada hasta el Hospital de Granada. Tenía miedo, “como mi madre se ponga a llorar, yo me muero”, pensó. Pero, la reacción de sus padres fue muy distinta y probablemente la determinante para que hoy sea quién es. Los dos entraron y sonrieron, le cogieron de la mano y su padre le dijo: “¿Sabes que de esta salimos?”. Esas fueron las primeras palabras y las que él necesitaba escuchar. “Rendición a lo que estaba diciendo, vamos a salir pero qué duro es…”
Kenneth asegura que su entorno, tanto como padres, hermanos, amistades y “demás seres que me he ido encontrando por el camino”, le hicieron de colchón. Pocas veces se preguntó el por qué literalmente y pocas veces se “regodeó en la pena”. Desde siempre lo educaron para la “resolución y gestión”, “mi padre ni siquiera se paró a derrotarse”.
Hoy en día, de aquel joven futuro fisioterapeuta quedó “la curiosidad, el interés… a día de hoy me muevo en el mundo de la psicología”. A Kenneth ya le interesaba la psicología de joven, pero cuando llegó a la selectividad se sentía confundido y pensó en la fisioterapia e incluso en la ingeniería industrial. Eso le llevó a empezar con cursos sobre los masajes. Más tarde, cuando le sobrevino el accidente, repensó la idea de hacer psicología, que tanto le ayudó en los malos momentos, “creo que siempre ha sido una vocación inconsciente”. Un año antes de que le cumpliera la selectividad se decidió, no con el pensamiento de ejercerla, sino para integrarse en el mundo, a estudiar psicología. “La psicología no me ofrecía ningún límite y me volví a enamorar de mi profesión”.
Kenneth tiene su propia consulta donde “va gente muy interesante, he ayudado ya a unas cuantas miles de personas” y además, a comienzos de este año, ha creado el Instituto de Psicología Mente Clara, entidad centrada en el desarrollo personal, en el que además de las terapias, ofrecen formación y cooperación con otros profesionales.
Su condición física “ayuda a algunas personas a reencuadrar su problemática” , pero la impresión que provoca, enseguida se pasa debido a la “cercanía del trato y la normalidad del trato”. En la consulta no suele encontrarse con perjuicios, estos se los encuentra más en el día a día, en las instituciones, supermercados, etc. “En ese ámbito veo como me ponen encima el cliché de discapacitado”.
Su asistente le hace tener una vida lo más normal posible y lo acompaña en su día a día. Hace poco fue a renovar el documento nacional de identidad y su sorpresa fue mayúsculas: diez años después, la comisaría sigue siendo inaccesible para las sillas de ruedas. Tanto el policía como el funcionario se dirigían a su asistente. Kenneth le pidió que le hablaran a él, ya que es el afectado. Esos perjuicios siguen viéndose, lo que ha cambiado es que a él ya no le afectan.
Lleva el mismo tiempo de pie, que sentado. Su vida anterior ya le queda muy lejana, pero sigue echando de menos tocar la guitarra. Los primeros años aprendió a componer con el ordenador y expresar su creatividad. Ya pasó página, aunque si se pone a pensar, sí le gustaría correr, abrazar a su pareja, bailar con su madre en una boda… pero no es algo que le pese, “no lo necesito para ser feliz”.
“Unos cuarenta millones de veces” se encuentra con que las plazas de aparcamientos para discapacitados están ocupadas por los vehículos de personas que no lo necesitan. Lo más recurrente que le suelen decir es que solo serán cinco minutos. Hace unos años en el centro comercial La Cañada, la persona que le dijo que eran solo cinco minutos resultó ser un guarda de seguridad que luego se encontró dentro. Si bien reconoce que esto ha mejorado, hoy por hoy sigue ocurriendo.
Se enamoró de su asistenta Sandra y hoy es su pareja, dice, entre bromas, que es la primera asistente de quien se enamora, “es una persona extraordinaria en compromiso y en valores”, “es una crack”, asiente. No se han planteado tener hijos, no por tener miedo, sino por respeto, desde el punto de vista psicológico, y se pregunta si sería capaz de hacerlo feliz y libre “dentro de esta marabunta de experiencia vital”.
Para finalizar, Kenneth dedicó estas palabras a la audiencia de Revista Lugar de Encuentro:
“Una vida feliz es posible, una vida alegre es posible. La vida está para ser disfrutada, no para ser sufrida. Eso no depende de nada ni de nadie, solo de nosotros. Hoy en día, hay herramientas tanto de profesionales como información suficiente para hacerle frente a todas las adversidades que nos encontremos y dirigir la vida como buenos capitanes. Esto no tiene que ver ni con el éxito, ni con tener cosas, ni llegar más lejos que nadie. Tiene que ver con aprender a saborear cada instante”.