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La abstención ha ganado -con el 66,7%- la primera vuelta de las elecciones regionales galas. El divorcio entre la sociedad civil y las fuerzas políticas predominantes ha alcanzado su expresión máxima en la reciente primera vuelta de las elecciones regionales francesas. Se ha manifestado, con este episodio electoral, de una manera muy clara el rechazo social ante el deterioro de la vida, ante la degradación de las condiciones materiales de la gente.
Un signo del profundo y creciente malestar de las clases populares galas ante unas opciones políticas que -para muchos- no representan sus intereses ni sus aspiraciones. Ya había salido a la superficie en repetidas ocasiones, se había manifestado en forma de chalecos amarillos, de movimientos como la Nuit Debóut, de grandes huelgas generales y estudiantiles, e incluso de votos a la ultraderecha en regiones especialmente degradadas.
El delfín del Elíseo, Emmanuelle Macron -el experimento político macroniano- ha sufrido una derrota aplastante (10,9%) a un año de las elecciones presidenciales. La clase dominante francesa tiene un problema porque algo se cuece en la sociedad de ese país.
El resultado de la primera vuelta de las recién celebradas elecciones regionales en Francia es todo un aldabonazo del divorcio político existente. Una impresionante cifra de abstenciones -el 66,7 por ciento, es decir, dos franceses de cada tres no han acudido a las urnas- proclama el rechazo social a las actualmente fuerzas políticas mayoritarias, con el cercano horizonte de las elecciones presidenciales de 2022.
Con una participación muy inferior al 49,91 % de la primera vuelta de las regionales de 2015 y al 45 % de las municipales del año pasado. Y una abstención que se ha dado especialmente en las clases populares y en la juventud -el 80% de los jóvenes menores de 35 años- que, por un lado, ha disminuido el apoyo electoral a la extrema derecha, pero, por otro lado, ha perjudicado también a la izquierda.
El gobierno de Macron ha quedado desnudo de apoyo social. Todos los ministros de Macron que eran candidatos han salido derrotados. Porque por sus hechos los conoceréis. Macron ha rechazado la renta universal, apoyado la jornada de trabajo flexible -frente al máximo de 35 horas semanales-, impulsado la rebaja del tope de indemnización por despido y empeorado las condiciones para la jubilación. La clase dominante francesa apostó por este “mago” que iba a ser capaz de generar un inmenso “centro”, con centroderecha y centroizquierda absorbidos. Pero parece que el emperador iba desnudo. Y ahora oligarquía gala tiene un problema ante las elecciones presidenciales de 2022.
Es verdad que la extrema derecha de Agrupación Nacional (Rassemblement National, RN) -antes Frente Nacional de Marine Le Pen- ha recibido su varapalo, aunque pasa a la segunda vuelta junto con Los Republicanos (LR, la derecha de toda la vida), el engendro de Macron (La República En Marcha, LREM) y la unión de la izquierda -si se diera- entre los ecologistas de Europa Ecología-Los Verdes (EELV), el Partido Socialista (PSF), el Partido Comunista (PCF), y la Francia Insumisa de Mélenchon. Porque los partidos de izquierda franceses han logrado un 34,3% de los votos en la primera vuelta, por delante del 29,3% de los partidos conservadores, sin contar a la extrema derecha.
Pero no perdamos de vista lo fundamental, lo que se está cociendo a fuego lento, y que se manifiesta en el hundimiento de la participación democrática. Lo que se incrementa con un sistema electoral que permite concurrir a la segunda vuelta de las elecciones regionales con el 10 % de los votos conseguidos en la primera, pudiendo darse que en la segunda ronda gane la lista más votada por una mayoría simple, que es realmente una minoría, la más votada. Lo cual no hace sino agravar el rechazo social a las prácticas políticas dominantes de engaño electoral. Y sólo aviva el fuego de la rebelión popular.