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Los microrrelatos son historias que plantean reflexiones sobre estos tiempos excepcionales, vividos en la incertidumbre de los hogares, a través de perfiles que han sido y siguen siendo protagonistas de nuestros días. En todos los relatos la ambigüedad es también protagonista, sorprenderá al lector y lo dejará entre dudas. Quizá todo sea metáfora de nuestra realidad, tan tristemente superficial a veces.
Cada una de esas minificciones sitúa al lector ante una realidad evanescente, momentos plenos de una trascendencia que se evapora entre los dedos. Fatiga del alma, lo que la autora ofrece en ellos es una mirada serena sobre unos meses que nos convirtieron en prisioneros de nosotros mismos.
La parálisis mundial que se vivió en la primavera de 2020, cuyos efectos todavía duran, inmersos como estamos en la cuarta ola de la pandemia, según nos recuerdan regularmente los epidemiólogos, halla una magnífica metáfora en el texto que Ángela denomina “El entreacto”, fechado en abril de 2020, cuando no existía más ingrediente para la vida que las especulaciones, y dice así:
Y el escenario se vació, dando lugar al entreacto. Aunque se tratara de una pausa, detrás del telón y de las bambalinas no dejaban de trabajar para que la segunda parte pudiera dar comienzo en las mejores condiciones.
Mientras tanto, algunos aprovechaban ese tiempo para repasar el guion, su guion, y ver si había que añadir algún cambio en la función, que de un momento a otro se reemprendería. Otros reflexionaban sobre lo que habían presenciado, quizás también cambiarían cosas, pero valoraban y entendían otras muchas ahora en este tiempo intermedio. Otros aprovechaban la pausa para comer. Otros para hablar. Otros para comentar el programa desde sus butacas. Otros lo aprovechaban para hacerse vídeos y fotos que mostrarían después. Otros dedicaban el inciso a los niños que los acompañaban y les explicaban mil cosas para que no dejaran de aprender. Otros simplemente miraban desde sus palcos. Y otros en el descanso se iban, les había resultado demasiado.
Y todos estaban expectantes ante la apertura del telón. El telón italiano, el griego, el español, el francés, el alemán… El que fuera que tuvieran delante. Estaban ilusionados ante la perspectiva del comienzo del nuevo acto.
Nos hemos permitido reproducirlo entero, porque hubiera sido muy injusto cercenar una parte. El gran teatro del mundo, según expuso Pedro Calderón de la Barca, estancado en un entreacto incierto y aterido, donde cada persona interpretaba un rol para el que no había sido preparada.
De manera que, los microrrelatos de Ángela Peris son como pequeñas pócimas de reflexión que animan al lector a detenerse en cada página para que la esencia del texto penetre su alma como por ósmosis.
El último relato, “El juego del escondite”, plantea una distopía inspirada en el momento de salir a las calles, al terminar el confinamiento. Un caso extremo que recoge las pinceladas esbozadas en las anteriores historias para revelarnos poco a poco un panorama absurdo y peligroso al que se dirige una gran ciudad sin definir, reflejo de otras muchas que podrían estar sufriendo la misma suerte. En esa situación, protagonistas anónimos se debaten por encontrar soluciones.
La lectura de este texto parece responder al epigrama: si todo esto no nos hace mejores personas, aunque derrotemos al virus, habremos perdido la guerra.
“El juego del escondite” se mueve, pues, en un terreno fronterizo entre la realidad y el deseo, en clara clave cernudiana, entre lo que debería ser y lo que es, esa tierra de nadie donde la realidad es fantasía y la fantasía es realidad: imposible deslindar una de otra. Un contexto de pesadilla donde los seres humanos pugnan por ser ellos mismos y no unos condenados a galeras que reman al ritmo que marca un tambor inmisericorde.
Pero nos hallamos de nuevo ante una plasmación de la vida sacada de sus espacios naturales, la desconexión entre los ciudadanos y unos poderes públicos que diseñan maquetas sociales que poco o nada tienen que ver con el modelo real, con la dinámica efectiva.
De ahí que la joven protagonista de la narración, letrada de profesión, se halle en un punto próximo a la extenuación:
Y necesitaba justicia. Estaba cansada de formar parte de ese juego de normas parciales con instrucciones a medida. Cansada de ver las fichas mal repartidas. Cansada de perder una y otra vez en un juego trucado y lleno de trampas consentidas cuyo fin estaba aún por definir porque ni los creadores entendían lo que habían lanzado al mercado. Venderlo con su marca a toda costa parecía la única idea clara que tenían.
Ahora sí hemos extraído un párrafo y no el texto completo, que es bastante largo, para enfatizar el agotamiento de una sociedad que necesita regresar a su verdadero cauce.
¿Qué nos ha traído la pandemia, por lo tanto? Pues, desde luego que un maravilloso libro como son los Relatos de los días tristes, de Ángela Peris Alonso, pero también un deseo de recuperar nuestro pulso normal como personas, reconocernos en nuestros semejantes, conjugar nuestras ganas con las de otros, buscar nuestro reflejo en otras pupilas, recomponer los espejos. O así, al menos, debería ser.