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“La España de mis padres ha perdido aquí. / Por su oro triunfa Norteamérica. / Mas yo, no cederé.” Guillermo Gómez Rivera, poeta filipino.
En el año que acaba de terminar se han celebrado dos acontecimientos de aparente desproporción en su importancia. El 500 aniversario de la llegada española a Filipinas -en su búsqueda de la redonda circunnavegación de la Tierra-, y el homenaje en Filipinas -el país donde nació- al fallecido cantautor español Luis Eduardo Aute con un concierto -organizado por el Instituto Cervantes en Manila- en el que artistas filipinos cantaron temas suyos.
Obviamente el español no era el idioma del pueblo filipino, más bien existían varias lenguas, siendo la mayoritaria el tagalo. Sin embargo, el español sí fue el idioma común a partir de la colonización española, y, desde luego, ha sido el de la minoría filipina que controlaba el gobierno, la iglesia católica, el ejército, y la actividad económica, así como los ámbitos de la docencia y las artes.
El español fue el primer idioma oficial y unitario en Filipinas tras la llegada de Legazpi y fue la lengua usada durante los tres siglos de presencia española hasta 1898; a finales del siglo XIX la mitad de la población de Manila podía comunicarse en español. Tras la guerra estadounidense contra España el inglés ocupó su lugar. Sin embargo, las élites nativas ya habían aprendido el castellano, de igual modo la población urbana.
La Primera República filipina (1899-1901) eligió el español y el tagalo como lenguas oficiales, y tanto la primera Constitución de Filipinas como el texto de su himno nacional, se escribieron en castellano. Desde 1901 hasta 1946, en que se independiza formalmente de Estados Unidos, Filipinas permanece bajo soberanía americana. La siguiente Constitución -nacida tras la ocupación japonesa, la segunda guerra mundial y esa independencia legal de la naciente superpotencia estadounidense- incluyó el español y el inglés como lenguas oficiales.
El inglés ya se utilizaba conjuntamente con el filipino, que tenía como componente dominante el tagalo, pero formado durante el periodo español. Es, por ello, que miles de palabras castellanas se mantienen vivas en el vocabulario filipino. Solo en la Constitución de 1987 desapareció el español como idioma oficial; y desde esa fecha el estudio del castellano dejó de ser obligatorio en las escuelas filipinas.
Por todo eso, si se mira la lista de representantes de países asiáticos en una reunión diplomática aparece una anomalía. Por ejemplo -durante los años de lucha por la independencia de los países del Tercer Mundo- en la Conferencia Afro-asiática de Bandung leemos: China, Chou En Lai; India, Jawarharlal Nehru; Tailandia, Wakatayakan; Vietnam, Ho Chi Ming; Indonesia, Sukarno; y Filipinas – Carlos Rómulo Peña. Por no citar a los presidentes de Filipinas, Fidel Ramos Valdés después de la presidenta Corazón Aquino, y el presidente de la primera República de Filipinas, Emilio Aguinaldo. ¿No es reveladora esta singular anomalía filipina?
No solo la lengua sigue viva en Filipinas
Hoy en día sigue existiendo la Academia Filipina de la Lengua Española, correspondiente de la Real Academia Española; así como la concesión anual del Premio Literario Zóbel de tan rancio sabor e indudable prestigio; hay un Instituto Cervantes en Manila, y una Asociación de Maestros de español; así como aulas de español en los principales centros docentes, tanto estatales como privados; se han firmado acuerdos entre las autoridades filipinas y el Ministerio español de Asuntos Exteriores y la Radiotelevisión Española en orden a intensificar el aprendizaje y cultivo del español en Filipinas, así como hay modestas publicaciones periódicas y humildes títulos editoriales.
Y de fondo está la fidelidad de los hogares cuyo idioma sigue siendo el español. Todos aportan su granito de arena con la firme convicción del poeta Claro Recto: No morirás jamás en nuestro suelo/ que aún guarda tu esplendor. Quien lo pretenda/ ignora que mis templos y mis ágoras/ son de bloques que dieron tus canteras.
Pero no se ciñe, no se agota lo hispánico en la lengua. También aparece en las instituciones y las leyes, en la educación y la cultura. A pesar del siglo de dominio estadounidense el ordenamiento jurídico es fundamentalmente hispánico. Los gobernantes se limitaron a realizar adiciones y reformas exigidas por la supeditación a Estados Unidos. En 1935, en el proceso hacia la independencia formal de Filipinas, su nueva Constitución adopta también articulado de la Constitución Española de 1931.
La toponimia filipina es una explosión hispana. Hay una letanía de provincias -La Unión, Isabela, Nueva Vizcaya, Nueva Écija, y La Laguna-; poblaciones -San Fernando, Valladolid, Mondragón, Getafe, Pontevedra, y Santander, de islas -Corregidor, Monja, Fraile, San Miguel y Boca Grande; bahías y golfos -Illana, San Antonio, San Juanico e Isla Verde-; cabos: San Ildefonso, Espíritu Santo y Santiago-; y montes -Sierra Madre, Carballo y Santo Tomás-.
En lo educativo, cultural y arquitectónico, permanecen la Universidad de Santo Tomás, la del Ateneo de Manila, y el Colegio de San Juan de Letrán; el Palacio de Malacañang, residencia oficial del presidente de Filipinas, la catedral de Manila, la iglesia de San Agustín, y la maravilla mundial que es el órgano de bambú de Las Piñas.
Los filipinos abren los libros de derecha a izquierda, y leen horizontalmente de izquierda a derecha, al contrario que sus hermanos orientales. Emplean el negro para el luto y no el blanco o el amarillo, los preferidos en Extremo Oriente. En la urdimbre de sus danzas y canciones juguetean los fandangos, las habaneras y las jotas, aunque sea “con cierta pereza oriental”. En su gastronomía no existen platos como en China, Japón y Corea a base de serpientes, ratas y monos; porque su plato nacional es el cochinillo asado, como en nuestra Segovia.
“Qué terriblemente absurdo es estar vivo/ sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido” Luis Eduardo Aute (Manila, 1934 – Madrid, 2020).
Posdata anómala. Madroñal existe en España como primer apellido en 1.326 y como segundo apellido en 1.288 personas, en Filipinas como primer apellido en 623, y en Argentina en 454. En proporción a la población, el primer lugar sería España, el segundo Argentina y el tercero Filipinas.