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Coincidiendo con el viaje del presidente Sánchez por Hispanoamérica, volvemos a insistir que España y el mundo hispano tiene otro futuro que no tiene Europa. Que podemos emproar el mundo hispano y convertirlo en un polo emergente en este mundo en turbulenta transición -emproar es un verbo en catalán, gallego y portugués que en castellano es aproar, poner proa-, porque somos mestizos, y este histórico hecho ibérico define al mundo hispano frente al anglosajón.
Por comparación se comprenden mejor las cosas. México es el país americano con mayor población indígena -25 millones de personas, 19,4% de la población-, sin embargo, en EEUU, los pueblos originarios son solo el 1,3% del total. En México, un 70% de la población es mestiza, en EEUU solo el 2,3%. Somos mestizos, en todos los terrenos. Y parafraseando la lúcida sentencia del mexicano León-Portilla, “si un hispanoamericano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva”.
Europa -sus clases dominantes- está pillada entre la sumisión al imperio estadounidense en su ocaso y el pujante crecimiento de los nuevos reinos combatientes -unos, como China, en una pacífica competencia económica y beneficio mutuo, otro, como Rusia, con invasión militar y chantaje energético-, y sin embargo España -o la península ibérica- tiene una inmensa puerta abierta que el resto de Europa no tiene.
Verdades contra mentiras
Frente a la visión de un mundo hispano atrasado y sin recursos, los hechos demuestran que somos una comunidad que atesora un capital infinitamente valioso. Y una fuerza y energía que le permiten ser unas de las áreas de planeta más dinámicas y de vanguardia en terrenos cualitativos: lingüístico, cultural, social y político; y que representa uno de los pocos protagonistas globales que actualmente existen en el planeta.
Identificar la defensa del mundo hispano como algo “propio de la derecha” -dominante en la izquierda- no puede ser más erróneo y alejado de la realidad. La unidad actual del mundo hispano no la ha impuesto ningún centro de poder, la han forjado los países y pueblos en una lucha común contra el dominio estadounidense. Y lo mejor del mundo hispano -de su cultura, de sus tradiciones populares, culturales, de lucha y de sus valores- se corresponde con lo más avanzado y progresista de la humanidad.
Curiosamente, el enemigo sí es consciente. La superpotencia estadounidense sí es consciente de la enorme fuerza y energía que alberga el mundo hispano. Por eso se ha esforzado y empeñado en atacarlo y degradarlo, impidiendo que seamos conscientes de nuestras inmensas capacidades. Para ello, nos ha estado inoculando una visión deformada de nosotros mismos, dividiendo y enfrentando al mundo hispano, para evitar así una unidad que siempre se dirige contra su dominio.
En España también se oculta nuestra fuerza
En España hay un absoluto desconocimiento -impuesto- sobre la realidad presente de un mundo hispano con el que compartimos múltiples lazos de lengua, cultura, historia, tradiciones y luchas comunes. Un distanciamiento forzado en el seno del mundo hispano que ha ido parejo al fortalecimiento del dominio estadounidense sobre España. Porque el poder del mundo hispano no lo han construido las rancias oligarquías dominantes a ambos lados del Atlántico sino los pueblos.
Somos una potencia demográfica y económica -la cuarta por detrás de EEUU, China y la UE-; 621,2 millones de habitantes, 24.579.730 de kilómetros cuadrados y 6,1 billones de dólares de PIB. El mundo hispano en su conjunto -incluyendo a Brasil- posee los mimbres necesarios para ser uno de los polos emergentes del planeta.
Tenemos una lengua global que no es solo un vehículo de comunicación, es también influencia y poder. Solo un pequeño puñado de lenguas pueden considerarse -por número de hablantes, extensión territorial y presencia mediática- como “lenguas globales”. El español es una de ellas. Es la segunda lengua del mundo en número de los que lo tienen como primera lengua, solo por detrás del chino y por delante del inglés. Y es la tercera del planeta en número total de hablantes, independientemente de su nivel de conocimiento o uso, hasta 580 millones de personas en el mundo nos entenderían si les hablamos en español.
Y el poder de atracción de la cultura hispana. Como dice Makoto Hara: “El español ha alcanzado el nivel cultural más alto del mundo y ocupa una posición muy original. (…) La característica especial de la cultura española es que está llena de humanidad, sensibilidad. Los españoles viven la versión más humana del mundo. (…) Si desapareciera la cultura española en el mundo, quedarían pocas cosas”.
En uno de los últimos congresos de hispanistas, se destacaban: “La tradición española constituye uno de los puntos culminantes de la historia cultural de la humanidad, que sirve hasta hoy de modelo y de ejemplo de coexistencia de grupos humanos con culturas y religiones distintas. (…) La lengua española como puente entre pueblos distintos. (…) Quienes estudian la literatura española, entran en contacto con un mundo de valores humanos y de dilemas morales en mayor grado que en cualquier otra literatura”.
Por el hispanismo hacia la fraternidad asiática
Por eso, el lema del último congreso de hispanistas en Asia tiene la potente belleza expresiva de la más rica y profunda contradicción: “Por el hispanismo hacia la fraternidad asiática”, poniendo de guía al mundo hispano -donde la identificación con una Patria Grande, en la que todos sus miembros unidos redimensionan su peso internacional y se basa en la igualdad y la personalidad de cada país- es un ejemplo para orientarse en los turbulentos tiempos que vivimos.
La identidad y la unidad de los pueblos hispánicos se hallan reconocidas por las grandes potencias imperialistas como una fuerza a la que es necesario controlar y anular. La enjundia del proyecto -el mundo hispano como un polo emergente- impulsado por sus pueblos y sus fuerzas progresistas -con un imperio en su ocaso y la aparición de potencias emergentes- tiene un momento histórico para concentrar su fuerza revolucionaria. Es cuestión de voluntad política.