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Entendemos la gastronomía, de gastro, estómago, nomía, nombre o tratado o estudio o reglas o normas… como esa interrelación entre lo natural y lo humano. Entre lo que los hombres y mujeres se encuentran/cazan/pescan/recolectan/crían de y en la naturaleza, y las transformaciones que los humanos van haciendo/rehaciendo/deshaciendo a lo largo de generaciones y siglos, atravesando los caballos de los pesares/alegrías de la historia, la Historia en grande, la historia en pequeño…
Los viajeros en ese viaje por las marismas, se acercaron a un recinto/lugar/casa de comidas. Los viajeros que cuando descansaban unos días, sus cuerpos y sus almas, las arrastraban a otro lugar, habían caído en este espacio-tiempo, y, como siempre recorriendo con los ojos y la mente, las calles que como ríos y lagos atraviesan las ciudades, están como arterias y venas permitiendo el ser de un ente que denominamos pueblo-aldea-ciudad, recorriendo construcciones de piedra, que perduran más que las de los ladrillos, recorriendo la naturaleza de los lugares, recorriendo los cuentos y las historias, recorriendo los paladares y comidas…
Y, en ese movimiento se encontraron con esta variedad de alimento, que mezclaba y combinaba, como las partes de una partitura musical ingredientes y elementos del ser y del estar de la naturaleza, una flor de la tierra y del aire y del mar y del agua y del fuego: Pato, ajo, cebolla, aceite, perejil, pimienta, vino de manzanilla, arroz, caldo, sal y fuego y aire…
Y, en un redondel/círculo/plato como si fuese una plaza de toros, se encuentran trozos de pato combinados con arroz y cebolla y perejil y… combinado con el aire, habiendo pasado por el lagar/calor/lumbre/fuego, emergiendo/floreciendo un pequeño milagro de la naturaleza y de la historia y de la mente humana.
Desde hace cientos de miles de años, que inventamos o descubrimos o aplicamos el fuego, para calentarnos, para defendernos de los animales, para fabricar las comidas… llevamos milenios de fuego mezclándolo con todo: asándolo, friéndolo, cociéndolo, calentándolo, secándolo, adobándolo… Intentando que un alimento de la naturaleza dure más tiempo para el consumo humano. Intentando que un elemento de la naturaleza se convierta en energía para nosotros…
Al atardecer los dos viajeros, volvieron a la cuna-vientre-seno de la ciudad, Sanlúcar, recorrieron los pasillos entre edificios, y, recordaron en sus cabezas, que ellos eran la última cadena de un regimiento de degustadores de comidas/platos y de degustadores de palabras, que eran, este último eslabón, que seguirían otros, y recordaban para sus adentros sus maestros en el paladar de las palabras y sabores como Marqués de Villena, Pereda, Palacio Valdés, Valera, Galdos, Bazán, y, los que araron las tierras de las fogones y de la poesía y del articulismo: Camba, Cunqueiro, Montalbán, Plà, Luján, Perucho, Dioniso Pérez, Chirbes, Ferrand…
Uno, de los viajeros sentía, que no solo había aprendido y aprehendido a saborear, dicen los biólogos, que los sabores de la madre pasan al niño/niña a través del cordón umbilical. No solo habían probado esos sabores de alguna manera, de ahí, que tanto atraiga el sabor de la cocina de la madre y abuelas y bisabuelas, esa legión de herencias hasta la noche de los tiempos… sino también de letras y ´haceres´, de cocineros de la gran cocina, pero también de los fogones populares, pero también de las letras de aquellos que combinaron estética y retórica y conceptos e ideas y patatas y mariscos y potajes y legumbres y arroces. En definitiva, aquellos que con palabras rehicieron y renacieron nuevas formas de interpretar el aire y el fuego y los vegetales y lo que nada en el agua y lo que vuela y lo que camina… Rehicieron y renacieron y rehacieron, modestamente, con palabras el mundo…
Entre los paseos y las miradas, los dos viajeros, aquellos que seguían dos siglos después a los famosos tour de los primogénitos de la alta clase inglesa, que paseaban un año por la Europa, para entender el mundo, para comprender el mundo, para disfrutar el mundo. Y, después, volvían a sus nidos de origen, y se convertían en los lores y representantes de la más conservadora sociedad, siguiendo todas las reglas y las normas, hasta los detalles nimios, aunque en muchos, siempre sobresaliendo el pico del plato del hedonismo dormido…
Aquellos dos viajeros, modestos comparados con aquellos predecesores ingleses de alcurnia y del campo, visitaron con sus ojos, piedras y plazas y calles y fuentes y edificios de la Historia e historia del lugar: Casa del Marqués de Casa Arizón, Centro Histórico de la ciudad, Corral de merlín, Iglesia de Nuestra Señora de la O, Muralla urbana… y, ya cansados sus huesos y sus músculos y sus nervios y sus almas, se acercaron a una cueva moderna, que enseñaba un emblema con dos estrellas, y en un rectángulo mullido y semiduro, dejaron que sus mentes descansaran el sueño de la luna…
A la mañana vieron la portada del Mercado de Abastos, realidad que durante generaciones estaba instalado en todos los lugares de este terruño que llamamos, con tantos nombres, Piel de Toro, Celtiberia, Hispania… a la mañana después de mirar la portada/puerta del mercado de abastos, los dos viajeros se alejaron del lugar, y, fueron recordando los olores y los colores y los sonidos de esta ciudad y de estos platos calientes que calientan el estómago y la carne y la mente y el alma…
http://www.facebook.com/cuadernossoliloquiosjmm © jmm caminero (08-14 diciembre 2022 cr).
Fin artículo 3.319º: «Arroz con pato de Sanlúcar».